El provocador profesional quiere convertir a México en una república de lectores. Su pequeña revolución empezó con una política que consiste en bajar el precio de los libros, volverlos más accesibles a millones de mexicanos. El escritor Paco Ignacio Taibo II, director del Fondo de Cultura Económica (FCE), encontró una editorial “asfixiada” que intenta reorganizar desde una perspectiva de izquierda: “Las ideas se combaten con ideas, no con censuras”, aclara el autor de novelas policiales y las biografías de Ernesto “Che” Guevara y de Pancho Villa a PáginaI12. Antes de viajar a Córdoba para participar del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), Paco recorre la librería del Fondo en Palermo, conversa con los trabajadores, pregunta qué partes del edificio no están todavía habilitadas. Pronto revela una sorpresa: el escritor y sociólogo Horacio González será el director del FCE en Argentina.
–Este mes presentaste un balance de 62 días de gestión y dijiste que el FCE “no tenía un espíritu popular”. ¿Qué encontraste?
–Un desastre, la pérdida del sentido de una editorial estatal. En la lógica de los nuevos tiempos de México era fundamental redefinir el Fondo. Después de sesenta días hurgando en las entrañas del monstruo, el Fondo era un “Rey desnudo” con un catálogo histórico espectacular, pero lleno de agujeros: habíamos perdido derechos de miles de libros importantes, teníamos libros absurdos publicados de maneras absurdas, con tirajes más absurdos todavía, y teníamos desquiciadas las bodegas. Tenemos más de 8 millones de libros embodegados. ¿Cómo llegaron aquí? Hubo un camino de arbitrarias decisiones, favores de funcionario a funcionario. Por otro lado, el Fondo publicaba ensayos sobre literatura pero no literatura, y desde luego no había una línea popular. Les importaba un bledo el pueblo llano, los neolectores. Este cúmulo de contradicciones resultaba en una empresa asfixiada y asfixiante.
–¿Cómo es la situación del Fondo fuera de México?
–En el caso de las filiales, tenemos 12 librerías en 10 países, dos de ellas en quiebra, cerradas. Y otras en desastre, una de ellas la argentina. Hay 700.000 libros embodegados. Esta filial estuvo años en rojo. Dejó de estarlo por la venta de un edificio y compra de otro, pero perdíamos dinero. Nuestras filiales perdían al año 1.300.000 dólares, que no es broma. El Fondo había perdido su presencia en el mundo universitario, no estaba claro qué editábamos y cómo editábamos, las editoriales en el exterior publicaban sin acuerdo con la central. Teníamos que reparar rápidamente, mientras nos dedicamos a darle una nueva visión.
–¿En qué consiste esa visión?
–En México entramos al ataque a toda velocidad. Sacamos “Vientos del pueblo”, una colección popular a razón de un libro por semana para abastecer una lectura socialmente necesaria. Son libros breves, ilustrados y a precios muy bajos. Después hicimos un plan de choque que implicó empezar a salir. Fuimos a lugares inusitados, al centro del mundo del narco, en Sinaloa, a vender libros. Regalamos libros a bibliotecas aisladas y movilizamos la red de clubes de lectura. Y empezamos a hacer operaciones en las escuelas normales de provincia; estuvimos en la de Ayotzinapa, la de los 43 desaparecidos. Luego lanzamos una operación masiva y muy controvertida para bajar el precio.
–¿Por qué cuesta tanto discutir el precio?
–Porque está lleno de idiotas este mundo. “No va a cambiar el mundo de la lectura”, dijeron. Y yo digo que sí lo va a cambiar, y lanzamos en las 123 librerías que controlamos en el país libros a 20 pesos mexicanos.
–¿Cuál es el precio promedio de un libro en México?
–Tienes dos escalas: una es la producción nacional, alrededor de 180 pesos (402 argentinos), que baja o sube un 40 por ciento, y luego los libros de importación que producen las transnacionales hispano mexicanas en 300 o 350 pesos, incluso casos exorbitantes como 450 pesos. Bajamos el precio de los libros del Fondo, pusimos 4000 de nuestro catálogo a precios bajísimos. Como tenemos relación por Twitter o Facebook, nos llegaban mensajes: “soy estudiante de Antropología de tercer año, fui a comprar La rama dorada de Frazer y costaba 420 pesos”. Revisamos y vimos que La rama dorada llevaba 17 ediciones en México y podíamos venderlo a 150 pesos sin perder dinero. Empezamos con operaciones que iban desde reducir el precio a la mitad hasta operaciones de verdadero saldo. La semana que viene ponemos 170 libros más debajo de los 49.50 pesos. Y funcionó de maravillas. Que luego me digan los tontos que no se puede. Nos subimos a un tren con destino al barranco y empezamos apretar. Y cada día apretamos más.
–¿Es cierto que en 2018 se destruyeron 200 mil libros en México?
–Sí, y cuando llegué pude parar la destrucción de otros 150 mil. Algunos no tenían salvación, estaban hinchados por la humedad; la enorme mayoría tenían un defectito y eso los sacaba del mercado comercial porque no te lo admitían en las librerías, pero los podías donar a una biblioteca.
–¿Qué va a pasar con la filial argentina?
–Argentina es clave en el proyecto. Argentina y México fueron los dos países que, junto con Cuba, protagonizaron el auge de la distribución de libros en América Latina. Podemos volver a eso y necesitamos un director como Horacio González, que entenderá muy rápido a qué venimos y qué queremos. Tenemos que reorganizar la editorial en Argentina. Queremos que sea un centro de debate del pensamiento progresista. No llegamos al poder en México representando al neoliberalismo: somos de izquierda y donde quiera que lleguemos vamos a seguir siendo la izquierda. Vamos a focalizar que nuestras librerías se vuelvan un centro de reunión de escritores y pensadores, centro de debate sobre los caminos de la izquierda. Lo cual no excluye hacer presentaciones de libros de psicología, pero hemos sacadolos libros de autosuperación.
–¿Había libros de autoayuda en librerías del Fondo?
–En la librería más importante de la Ciudad de México hay dos muebles de autoayuda. Cuando llegué tenía dos opciones: vomitar o limpiar. Pero para limpiar hay que hacer un trabajo cuidadoso, porque había libros útiles, como un libro de dietas contra la obesidad, escrito por alguien serio. Pero también charlatanería de todo tipo. No queremos imponer la lectura obligatoria de ciertas cosas. Estamos en una posición muy ecléctica en cuanto a la libertad de edición y expresión. Alguien me preguntó: ¿vas a sacar Mi lucha de Hitler de las librerías? No, ahí va a estar, pero vamos empaquetarlo con la historia del Holocausto de Simon Wiesenthal, para que se lleven los dos juntos. Soy guevarista en eso: las ideas se combaten con ideas, no con censuras. Traemos una perspectiva guevarista–bolivariana: hay que volver a hacer de esto un continente que se hable a sí mismo. Queremos que en el corto plazo el libro vuelva a jugar su papel de material vinculante, de intercambio de experiencias y lectura de la realidad, de debate ideológico y reflexión social. En dos meses saldremos con “La colección popular”, que tendrá un cincuenta por ciento de lanzamientos de literatura. Son libros que les van a volar las neuronas a los lectores de literatura. La Academia va a poner el grito en el cielo, lo cual está muy bien porque cada vez que gritan tenemos más lectores.
–Tu proyecto es que México se convierta en una república de lectores. ¿Cómo se logra eso?
–Cuando lo sepa, te lo digo. Estamos en conversaciones con el Instituto de Educación para Adultos para ver qué libros leen los adultos que empiezan a leer. Estamos en conversaciones con los promotores bilingües que trabajan en la zona Huichol de Yucatán para ver qué tipos de libros hay que hacer en bilingüismo.
–¿Qué implica participar del Congreso de la Lengua, organizado por instituciones académicas que parecen alejadas de la lengua del pueblo?
–A la cabeza del Cervantes está alguien como el poeta Luis García Montero; hay sintonía, no venimos de universos diferentes. Más allá de ser hoy director del Fondo, mi participación va a ser la de siempre. Yo soy un provocador profesional, voy a decir que alguien rompió la continentalidad del idioma y hay que reconstruirla desde abajo, no desde arriba.