En el jardín de infantes hay un niño que busca ser llamado por un nombre de mujer. Este hecho funciona como una escena de laboratorio en la trama de Todo lo posible. No será éste el tema ni la causa de lo que ocurre, solo un hecho en la conmoción de la vida que podrá ser dejado de lado por alguna circunstancia que, con ese ímpetu imprudente que asume la realidad, llegue para dejar a los protagonistas desvalidos de certezas.
Porque la dramaturgia que Lorena Romanín compone, tiene esa proximidad inoportuna con lo real. La anécdota se arrebata, sigue los impulsos de los personajes que, sin darse cuenta, dejan de amar o descubren un deseo que era demasiado evidente para lxs otrxs.
La puesta en escena, con esa calesita despojada de objetos que algunos actores hacen girar en su doble rol de personajes y operarios de la maquinaria teatral, interviene en contraste con las líneas de la trama porque Romanín se ocupa de mostrar lo ficcional, el armado escénico, la actuación en sí misma como la oportunidad de involucrarse y salir de una escena, de mirar lo que ocurre desde afuera y volver a lanzarse a los hechos cuando alguien lo reclama. O cuando el propio deseo llama a la acción.
El amor es, en Todo lo posible, una aventura que puede destrozarnos pero también un instante de salvación cuando no queda más que la culpa. Hay en el texto conformaciones nuevas de sujetos propios de esta época. Magdalena aparece como una mujer fuerte, incluso mucho más fría en cuanto a su manera de asimilar y procesar lo que ocurre. Salomé Boustani piensa a su personaje con contundencia. Ella atraviesa los hechos que la conmueven con un control que le permite cierto dominio de las situaciones, hasta que algo le consiente algún impulso en la palidez de la madrugada. Álvaro se muestra como un personaje mucho más frágil en la demanda de un amor que en Magdalena comienza a apagarse.
Los más jóvenes expresan una masculinidad encendida por su deseo gay. Hombres enamorados que también pueden dudar de sus elecciones porque la inestabilidad es la melodía de Todo lo posible, la lectura de un mundo donde nada es definitivo y donde no hay finales sino escenas que se enlazan para abrir otros comienzos.
Se produce, entonces, cierta oposición entre la actuación de Claudio Mattos, que entiende a Álvaro como un ser más afianzado en un rol que ahora no puede sostener, y el trabajo de Guido Botto Fiora, con una frescura desconcertante, unido a ese estilo desatado y mucho más vulnerable que en Marco Gianoli es también un recurso brillante para conquistar al público.
Romanín se interna en esta historia muñida de un humor que respira en el resguardo de los dolores de sus criaturas. Hay en este amontonamiento de hermanxs y amigxs una idea de familia que se sostiene entre peleas e infidelidades pero que resalta un amor librado a esa certeza de estar juntxs y ayudarse más allá de las torpezas. Todo lo posible está determinado por una sensibilidad femenina en las variantes que este tiempo contagia a los varones, donde los roles ya no son precisos y las conductas no tienen, necesariamente, definiciones de género. Ese permiso de ser más auténticxs también enfrenta a los personajes a los dolores que pueden causar. La obra de Romanín intenta analizar cómo acomodarse y hacer lo que se desea tratando de resguardar al hermano, a un amigo o a la propia pareja.
Los personajes se enfrentan a una idea de libertad nueva que los deja en una confusión elástica y hermosa, tan placentera como asombrosa o insoportable. Cada acción de Todo lo posible contiene sus variantes, sus opuestos, la carga inversa que puede convertirla en otra cosa, incluso en una conmovedora fatalidad.
Todo lo posible se presenta los domingos a las 20 en El Camarín de las Musas.
Mario Bravo 960. CABA.