“No es que te transformes en otra persona cuando estás embarazada”, dice Amy Schumer a los pocos minutos de empezar su nuevo especial de comedia para Netflix, Growing; “Seguís siendo vos”. Y como para corroborar la afirmación con el cuerpo, cosa que siempre hizo, se levanta el vestido hasta arriba de la cintura y muestra una panza de segundo trimestre, el ombligo deforme –según sus propias palabras– cubierto por un parche para que no se le marque. Era de esperarse: si en especiales anteriores se rió del olor de su concha o de cómo se desmaya cuando está muy borracha, el embarazo no podía quedar afuera de ese modo de la comedia que incluye tópicos conocidos como body-horror (horror coporal) y self-deprecating comedy (humor basado en la auto-humillación). 

Schumer hizo toda su carrera de comediante alrededor de los estándares de femineidad y belleza, poniéndose a ella misma como un ejemplar curioso de la especie “mujer blanca”, que nunca encajó del todo: a lo largo de los años y los cambios corporales, más flaca o más rellena, siempre se rió de sí misma, de sus cachetes redondos, sus actitudes de chabón y hasta de su falta de habilidades para coger. O, mejor dicho, de su preferencia por acostarse y no hacer absolutamente nada, antes que desvivirse por cumplir con los decálogos de las chicas Cosmo. En sus shows de stand-up, o en Inside Amy Schumer, la serie que hizo para Comedy Central, los recursos para destruir la imagen de la chica rubia linda, sexy y exitosa fueron brutales; si era necesario, Schumer podía convertirse en una verdadera máquina de decir obscenidades y acompañarlas con una gestualidad vulgar, todo lo que se nos enseñó a las mujeres que no debíamos decir. 

En el cine su estilo fue más errante: en Trainwreck (2015) fue una cogedora serial que tomaba demasiado alcohol (un rol tradicionalmente masculino) y en I feel pretty (2018), que no escribió, le puso el cuerpo a una rubia insegura y fracasada que, luego de golpearse la cabeza y despertar convencida de que era bella como una súper modelo, empezaba a triunfar. El enfoque desacertado sobre amor propio y empoderamiento generó una reacción crítica en medios estadounidenses incluso antes de que se estrenara la película, y no era para menos: I feel pretty no solo hace responsables a las mujeres por sus ideas equivocadas sobre belleza sino también de encontrar, en ellas mismas, una solución.

Lo interesante es que los vaivenes en la carrera y el discurso de Amy Schumer acompañaron en cierto modo lo que se pudo decir públicamente sobre cuerpo, belleza y construcción de género en los últimos años: si en un momento fue interesante decir “No respondo a los estándares de belleza”, lo cierto es que sigue siendo un juicio basado en esos mismos estándares y que los reafirma. Lo mismo pasa con la femineidad. Ahora que la apertura es mayor, bien se podría construir por otro lado, y la sensación al ver y escuchar Growing es que está envejeciendo rápidamente este chiste de ser fea, inadecuada o asquerosa. El embarazo es un territorio aparte, todavía sacralizado, y la sola presencia de una mujer embarazada contando chistes sexuales con el cuerpo en un escenario o diciendo que su antojo número uno es la pija funciona mejor (si bien no es totalmente original; allí están los dos especiales de Ali Wong embarazada también en Netflix). Schumer no solo cuestiona que haya que sacarse fotos agarrándose la pancita y con cara de santa; también cuenta que sufre de hiperémesis, vomita todo el tiempo y que por eso se tuvo que internar un par de veces en las últimas semanas. Además es honesta y personal cuando habla del Asperger de su marido, o cuando dice que no es ninguna heroína por estar presentándose en público con un embarazo avanzado sino que simplemente está obligada por contrato. Hay un terreno mucho más fértil y novedoso para explorar ahí, pero la mayor parte de Growing vuelve a los chistes de siempre (incluso al nuevo y monolítico “el embarazo apesta”), esta vez con una panza.

Growing, en Netflix.