El germen de La guerra silenciosa, la última película del realizador francés Stéphane Brizé fueron unas imágenes televisivas que mostraban a unos ejecutivos de Air France siendo asediados por trabajadores que les rompían sus camisas. “Frente a esas imágenes violentas, pasado el shock y pasada la estigmatización (porque se criticó mucho la violencia de los trabajadores por parte de los políticos), me pregunté qué era lo que sucedía para que hubiera ese enojo y cómo se podía explicar ese gesto violento que la imagen no explicaba”, cuenta Brizé en la entrevista con PáginaI12 sobre el origen de su film más reciente, que hoy a las 20 presentará en la 11va edición del ciclo Les Avant-Premières, a desarrollarse en el Cinemark Palermo hasta el miércoles 3 de abril, con la proyección de quince flamantes films franceses (ver recuadro). “Eran imágenes donde no aparecía la historia del conflicto. Lo único que se veía era el acto de violencia. Y eso es muy útil y muy práctico para suscitar indignación y estigmatizar a los trabajadores. Me pareció importante usar la ficción como un modo de dar cuenta de toda esa historia faltante para poder explicar esas imágenes. Ese fue el punto de partida de la película”, explica el realizador.
Al igual que en El precio de un hombre, el protagonista es el actor francés Vincent Lindon, ganador del premio al Mejor Actor en el Festival de Cannes 2015 por aquella película. Ahora, en La guerra silenciosa –que tendrá estreno comercial el 18 de abril en la Argentina–, Lindon es Laurent Amédéo, un sindicalista de fuertes convicciones que lucha por defender su fuente de trabajo y la de 1100 trabajadores de una fábrica autopartista en Francia que, a su vez, tiene capitales alemanes. Tras un acuerdo firmado dos años atrás por el que la empresa se había comprometido a mantener la estabilidad laboral por un lustro y los obreros a reducir su salario y trabajar más horas, la compañía ahora pretende cerrar la fábrica, a pesar de no estar en crisis económica: tiene 17 millones de euros de beneficio anual. La película muestra la lucha colectiva, la unión y desunión de los trabajadores en esa lucha, el cinismo de los empresarios, un Estado hipócrita y un sindicalista que llevará la batalla por las reivindicaciones hasta sus últimas consecuencias.
–¿La guerra del título es entre la empresa y los trabajadores o es más amplia la definición?
–En realidad, sería más bien la guerra que libran las empresas contra los trabajadores porque las imágenes muestran la reacción, el acto de los trabajadores hacia la empresa, pero siempre la violencia nace de la patronal hacia los asalariados. De hecho, se trata de una empresa que cierra y está facturando millones, así que lo que hace esta empresa es una declaración de guerra hacia los trabajadores.
–Justamente, la empresa no está en crisis económica sino que los dueños pretenden obtener más ganancias a costa de los trabajadores. ¿El capitalismo deshumaniza a los empresarios?
–No diría el capitalismo, sino los excesos del capitalismo. Tenemos ejecutivos que reciben instrucciones con las que no siempre están de acuerdo. De hecho, ni siquiera son coherentes desde el punto de vista empresarial, pero las tienen que aplicar. En este caso, se trata de cerrar la empresa, es aún más extremo.
–¿Es una película actual sobre lo que se está viviendo en el universo laboral de Francia? Aunque algo interesante es que la ficción sucede en Francia pero podría trasladar su geografía a cualquier país capitalista.
–Si fuera nada más que en Francia tal vez no sería tan grave pero es una realidad que sucede en muchos países modernos y occidentales, donde ya la mano de obra es desechable. Muchas veces, se recurre a trabajadores de Europa del Este o de Asia, que son mucho más baratos. Eso es muy trágico para el empleo de nuestros países. Reuní mucho material, hice muchas entrevistas como haría un periodista y con esa base armé una ficción pero es una ficción que da cuenta de una realidad. Es un mercado mundial y los intercambios que vemos hoy en día funcionan con el simple hecho de que siempre hay un trabajador más pobre en otro país para aceptar esas condiciones. Y es lo que finalmente presiona hacia abajo a los trabajadores de todos los países.
–¿Se puede relacionar el contexto de esta película con la lucha que están llevando a cabo los denominados “chalecos amarillos” en su país?
–Sí, me parece que sí. Lo que vemos en la película es un enojo en el contexto de una lucha social. Las reivindicaciones que vemos en la película son parecidas a las de los “chalecos amarillos”. Pero lo que singulariza el movimiento de los “chalecos amarillos” es que no transcurre ni en el marco de sindicatos ni en el de los partidos políticos tradicionales. Es lo que le da su fortaleza y, a su vez, su debilidad al movimiento. Podemos preguntarnos por qué se produce un movimiento con esas características. Y quizás la película lo responde porque lo que vemos es que cuando un sindicato tiene una palabra legítima, una palabra fuerte, aun así pierde el combate. Quizás está el sentimiento de que esos sindicatos ya no son útiles para la lucha y que hay que reinventar otra forma por fuera de esas organizaciones para seguir luchando.
–Esta es la cuarta vez que trabaja con Vincent Lindon. ¿Por qué lo eligió en este caso?
–Primero, porque nos gusta trabajar juntos y me parecía que era la persona indicada para encarnar la indignación y el enojo que necesitaba y esa forma de poder liderar un grupo de gente. Eso es algo que Vincent Lindon tiene muy naturalmente en él, así que era una elección muy natural y legítima. Además, me parecía interesante porque lo había hecho actuar en tres películas con personajes que no hablaban y ahora le di la posibilidad de ser alguien que sostiene una palabra frente a los demás.
–Y una palabra fuerte.
–Sí, es fuerte porque es una palabra legítima, tiene mucho sentido común y denuncia lo indecente de lo que está sucediendo. Por eso tiene tanta fuerza su palabra.
–Justamente, el personaje de Lindon es de una ética difícil de encontrar hoy en día. En relación a eso, ¿cómo analiza el valor de la lucha sindical en épocas de crisis?
–No sé lo que ocurre en otros países, pero por lo menos en Francia en un momento en que necesitamos los sindicatos, la gente les da la espalda. Eso les permite tanto a los dueños de las empresas producir un cierto caos social sin encontrar enfrente ningún tipo de resistencia organizada. Es algo trágico. ¿Por qué la gente ya no sigue como antes reuniéndose en el marco de los sindicatos? Quizás porque sienten que las leyes de los países son tan fuertes y defienden a los dueños de las empresas que ya no sirve de nada. Las leyes están a favor del capitalismo. Eso es algo que se ve bien en la película. Y eso que estamos en Francia, que es un país que tradicionalmente lleva la bandera de la defensa de los trabajadores como ninguno. Pero incluso en Francia es fácil cerrar una empresa que está facturando millones sin ninguna dificultad. Y enfrente tenemos sindicatos que, aunque sean fuertes y legítimos, no pueden luchar frente a esa marea capitalista y no tienen ninguna forma de invertir la relación de fuerza. Lo único que pueden llegar con suerte a negociar es la indemnización final, pero no defender el trabajo.
–¿Por qué decidió que uno de los asesores de la película fuera el sindicalista Xavier Mathieu, uno de los 1200 trabajadores que intentaron frenar sin éxito el cierre de una fábrica de Continental?
–Xavier fue uno de los asesores, pero hubo muchos. No fue el único. El fue importante porque me inspiré mucho en el conflicto de Continental que él mismo había vivido en persona. El me contó mucho desde el interior cómo había sido esa lucha, cómo él había vivido todo ese proceso, lo que había sucedido humanamente. Y necesitaba darle ese crédito como asesor técnico, pero también hubo asesores que fueron expertos, abogados, asalariados. Consulté tantas personas distintas porque necesitaba que la palabra de cada una de las categorías representadas en el conflicto fuera lo más legítima posible: tanto cuando hablan los ejecutivos como cuando hablan los trabajadores y los políticos, yo quería encontrar un equilibrio ahí. No quería hacerlo de forma grotesca o burlona. Quería que la indecencia pudiera ir perfilándose pero de forma muy objetiva. Es decir, con diálogos, palabras muy estructuradas y muy construidas en cada una de las categorías y que sea el espectador desde su lugar el que pueda identificar y decidir en qué lugar reside realmente la indecencia.
–La película tiene un tono documental y trabajan actores no profesionales. ¿Por qué eligió contar una realidad a través de la ficción?
–No era posible hacerlo de otra forma porque la ficción tiene dos virtudes. La primera es que puede llegar a lugares donde el documental nunca llega. Por ejemplo, en un momento se producen diálogos con el Consejero Presidencial. Esas discusiones son siempre secretas y ahí nunca se puede filmar. Para mí era muy importante poder dar cuenta de esa palabra que sucede en esos lugares, de forma estructurada, con mucho respeto, pero poder presentarla. Además, me parece interesante la otra posibilidad de la ficción que es la de la dramaturgia, de insistir en el relato con la esperanza o el desamparo, sobre la densidad emocional que yo quería transmitir. Eso me parecía interesante. Me fascina ver cómo partiendo de la realidad y nutriéndome de una imagen real y violenta que transmitía la televisión, se puede usar la ficción para fabricar todo lo que falta en torno a esta imagen, todo lo que la televisión no muestra.
–En la película se ve la cobertura de los medios audiovisuales en el conflicto ¿Cree que los medios de comunicación suelen tener una visión sesgada sobre los conflictos laborales?
–En realidad, no es que los medios tengan una visión sesgada. Es el espectador el que la termina teniendo porque en esta sociedad del espectáculo en la que vivimos es muy difícil dar cuenta de todo lo que sucede para llegar a la situación que nos terminan mostrando, que es la imagen violenta. Es muy difícil dar cuenta de las innumerables reuniones que ha habido. Muchas veces, lo que vemos de una reunión son dos planos, la puerta, la ventana y una sala de reunión. Y eso no tiene nada de espectacular. Entonces, no se entiende qué fue lo que sucedió. No se conoce el pasado que llevó hasta ese momento donde se rompe todo. Y ahí sí surge la imagen espectacular, que es una buena imagen y que se termina publicando. Lo único que eso crea es una visión sesgada del espectador y también mucha angustia porque no se sabe qué fue lo que sucedió antes.
–¿Se puede decir que hay una conexión entre sus últimas películas y el primer cine de Laurent Cantet?
–Sí, completamente. De hecho, tengo mucha admiración y respeto por el cine de Laurent Cantet. Sus películas iniciales, como Recursos humanos, fueron para mí referencias, así como también las películas de Ken Loach. De hecho, esa forma que Cantet tenía –y sigue teniendo– de mezclar actores profesionales y no profesionales me gusta mucho.