Viene de presentar Alción Editora la novela Viejas revistas de Lilian Neuman. La autora, nacida y criada en Rosario, vive desde hace alrededor de veinte años en Barcelona, pero supo en su día vivir en Buenos Aires; cultivó las artes dramáticas, y son muy valoradas sus colaboraciones en el diario La Vanguardia, muchas de ellas referidas al mundo de las letras donde, valga anotarlo, Neuman tiene rutilante brillo propio, especialmente desde el galardón del premio Nadal, uno de los más prestigiosos en nuestra lengua.

La novela, que comienza pregonando que "era fácil tu vida", pasa revista a una vasta colección de cosas que forman parte de las preocupaciones contemporáneas pero siempre aparecen, en pasado, fijas, sobresaliendo, o apenas sugeridas, en una interminable colección de viejas revistas donde la voz que lleva la narración ‑no sé si nombrarla "la narradora" puesto que en ocasiones se vuelve personaje‑ siempre vuelve, sea con ánimo de documentarse respecto de los hechos, de dar una explicación o incluso para valorar lo que pasó, y este procedimiento difumina, complejiza, revela siempre otras nuevas dimensiones de hechos y personajes y, justo cuando el lector podría ilusionarse que la realidad está a punto de ser alcanzada, aleja un poco los hechos crudos. Y entonces ya nada ofrece certezas, y se multiplican las preguntas. La voz que narraba se vuelve personaje y hasta los personajes se vuelven inasibles, difíciles de conocer.

La novela es también ‑como suele decirse‑ una historia de dos orillas. Por momentos la historia se desarrolla en la limosa costa del Paraná y en instantes, cobra lugar en Barcelona, en un pueblo de la Costa Brava o en sus pedregosas playas, pero la incesante continuidad de esas revistas viejas, que permanecen en una pila atadas firmemente con hilo sisal, hace que el lector pueda situarse y recordar con comodidad, independientemente de la costa que le haya tocado en suerte y desgracia.

Y sin embargo la alteridad existe: "Cada vez que volvía a verlo ‑anota Neuman‑ se comportaba como si nunca antes se hubieran visto. Esto era una señal propia de alguien de Rosario". 

Cómo es posible que alguien, en el Rosario de los años de plomo hubiera pretendido pasar desapercibido, vivir en la clandestinidad o aún más, cómo es posible que en nuestros días haya quien intente desarraigarse, despojarse, fundirse y traspapelarse en la alteridad si lo único que nos constituye es efectivamente el desarraigo, la universalización del despojo, la circulación sin límites y la desaparición de buena parte de lo que consituía el mundo en el pasado reciente. ¿Quiénes éramos esos que si alguien era de Fisherton sospechábamos al encontrarlo en Arroyito? parece preguntarnos la novela como si nos pusiera a mirar los retratos de una vieja "Siete Días".

Una novela que logra capturar lo inasible, el trazo perdido del tiempo, anota felizmente en la contratapa Guillermo Martinez.

Pero también se puede pensar en una novela que sugiere al lector un encuentro con esa interminable colección de cosas que constituyen el mundo y que siguen contenidas en un tiempo que nunca ha tenido lugar, como esperando, en esas viejas revistas que todos hemos, sin embargo, despreciado en toda sala de espera.