Cuando Bonnie conoció a Clyde, durante los años más duros de la Gran Depresión, las rutas y caminos del Medio Oeste estadounidense se llenaron de miedo, fuego y plomo. Los más célebres asaltantes de caminos de la historia luego de Robin Hood –mucho más famosos que los forajidos del Lejano Oeste, ese territorio que no hacía mucho acababa de entrar en las nieblas de la historia y la mitología– fueron perseguidos incansablemente por medio país durante casi cinco años, sin demasiado éxito. Hasta que Frank Hamer y Maney Gault, dos veteranos de una institución centenaria, los Texas Rangers, dejaron su retiro para seguir la pista de la pareja de criminales, culminando en una feroz cacería y muerte. La leyenda fue impresa en su momento en los diarios de todo el mundo y en 1967 el realizador Arthur Penn cimentó la imagen más glamorosa que pueda imaginarse del dúo en Bonnie y Clyde: en el imaginario popular, los rostros de Warren Beatty y Faye Dunaway parecen indiscernibles de los de Clyde Barrow y Bonnie Parker.

Emboscada final (The Highwaymen en el original), la película de John Lee Hancock (El Álamo, El sueño de Walt) que acaba de debutar en la plataforma Netflix, intenta contar esa misma historia desde el otro lado del mostrador, a tal punto que los cuerpos en fuga de los ladrones apenas si es avizorada en algún extremo del cuadro. Al menos, hasta la terrible balacera final. Los protagonistas absolutos de la película resultan ser ese par de viejos cazadores, Hamer y Gault; dos hombres que, como Bill Munny en Los imperdonables, deciden dejar su pacífica vida para volver a recorrer los polvorientos caminos de antaño y ejecutar una última y peligrosa misión. Con los rasgos de Kevin Costner y Woody Harrelson en pantalla, la leyenda que logra imprimirse ahora es la de los hombres de ley que terminaron con el raid delictivo de los amantes forajidos. 

“Creo que nunca hubiera iniciado este proyecto de no haber existido antes la película de Arthur Penn. Amo esa película y, como les ocurre a muchos realizadores de mi generación, me ha inspirado”. Quien responde telefónicamente a las preguntas de PáginaI12 es John Fusco, guionista de Emboscada final y un estudioso de la vida y la obra de los forajidos y los gangsters que han poblado la historia de los Estados Unidos. “De ese interés surgió mi segundo guión para una película, Demasiado jóvenes para morir. Bonnie y Clyde es la película que me llevó a interesarme por la verdadera historia de la pareja de asaltantes”.

La carrera de John Fusco es de lo más variada y atractiva. Tanto que alguien podría pensar en llevarla a la pantalla. Sus viajes de juventud como músico de blues por los estados sureños terminaron dándole forma a su primer guión profesional, transformado luego en un largometraje titulado Encrucijada (1986) y dirigido nada más y nada menos que por Walter Hill. “Viajé por todo el sur del país durante cuatro años y me hallé completamente fascinado por la historia y la cultura del blues”, recuerda el guionista. “Y sus mitos y legendas. Algo similar a lo que me ocurriría luego con las vidas de los bandoleros: mito, leyenda e historia entrelazadas. Encrucijada estuvo inspirada por esos viajes, por el increíble encuentro con todos esos gigantes. Musicalmente, en la película contamos con Ry Cooder y Sonny Terry, mi mayor héroe de todos los tiempos. Y, por supuesto, Steve Vai, famoso por la escena del duelo con Ralph Macchio. Hay que recordar que Vai fue elegido para un papel que querían interpretar Jimmy Page, Keith Richards y Johnny Winter”.

Luego del guión de los neo westerns Demasiado jóvenes para morir (1988) y su secuela, Fusco rubricaría su nombre en los tratamientos de películas como Corazón de trueno (1992), de Michael Apted; Loch Ness (1996), dirigida por John Henderson; y Océano de fuego (2004), de Joe Johnston. Además de músico y escritor, Fusco es cinturón negro en kung fu shaolin, práctica que seguramente le resultó más que útil a la hora de ponerse a escribir los relatos de El reino prohibido (2008), el film de Rob Minkoff que reunió a las leyendas de las artes marciales cinematográficas Jet Li y Jackie Chan, y la tardía secuela de El tigre y el dragón, lanzada el año pasado en todo el mundo también por Netflix. Como si toda esa actividad no fuera suficiente, el guionista nacido y criado en Waterbury, Connecticut, creó y escribió la mayoría de los guiones de la reciente serie Marco Polo, además de dar un círculo completo y grabar, el año pasado, su primer disco de blues junto a los North Mississippi All–Stars. John Fusco and the X–Road Riders, donde el músico canta y hace uso del órgano Hammond, es un álbum de canciones originales de fuerte impronta blues–rockera y puede disfrutarse en plataformas como Spotify.

–Volviendo a Emboscada final, ¿qué halló al investigar las vidas reales de Bonnie y Clyde?

–Lo que encontré fue que ni Bonnie se parecía mucho a Faye Dunaway ni Clyde a Warren Beatty y que, de ninguna manera, eran Robin Hoods que merecían disfrutar de un tratamiento glamoroso o romántico. Pero más allá de eso, me di cuenta de que la representación que hizo Arthur Penn de Frank Hamer no era la más certera, ya que en esa película es mostrado esencialmente como un villano. Cuando investigué la historia descubrí que eso no era cierto y que, en realidad, Hamer había sido un lawman (“hombre de ley”) muy famoso a lo largo de cincuenta años. Su carrera comenzó durante los días finales del Lejano Oeste, tiempos de caballos y rifles Winchester, y estuvo en unos cincuenta tiroteos o más, recibiendo en su cuerpo unos quince disparos a lo largo de su vida. Era conocido como un hombre honesto y humilde, en la vieja tradición de los lawman. Algo que desconocía era que su hijo y su esposa, luego de ver la película de Penn, demandaron a los estudios Warner Brothers por difamación y ganaron un acuerdo. Fue todo ello lo que me hizo buscar a Frank Hamer Jr., ir a verlo e intentar ganarme su apoyo para construir un personaje más cercano a la realidad. La película de Penn no estuvo presente en mi cabeza durante la escritura del guión y espero, en ese sentido, que The Highwaymen se sostenga por su cuenta, desde otra perspectiva. Estudié todo lo que pude sobre Bonnie y Clyde, la historia verdadera. Recluté a tres de los expertos más importantes del país en el tema y viajé por todos los lugares que solían recorrer. De alguna manera, seguí el rastro que siguió Hamer, visitando los lugares donde ocurrieron los robos y los tiroteos.

–Al comienzo de la película, el personaje interpretado por Kathy Bates, la gobernadora Ma Ferguson, acepta a regañadientes llamar a los representantes de esa “vieja ley” para intentar solucionar el problema. Más allá de tratarse de un film con gangsters, lo que aparece fuertemente son tópicos del western.

–Absolutamente. Yo definiría a esta película como un western de gangsters. Más allá de la fuga y la persecución de Bonnie y Clyde, el elemento constitutivo del relato como drama está conformado por arquetipos del western. Pienso en películas como Pistoleros del atardecer o Los imperdonables o la miniserie Lonesome Dove, donde personajes de una era que hace ya tiempo ha terminado –y que cometieron actos que han tenido un enorme peso en sus vidas– deben salir de su retiro y volver a hacer algo por última vez. Creo que el western es un género que abarca una parte importante de la historia de nuestro país y de nosotros, sus habitantes.

–Hay dos escenas donde Hamer y Gault confiesan algunos de esos hechos del pasado, como una forma de catarsis. Es allí donde aparece cierta ambigüedad moral en los personajes. ¿Eso estuvo siempre presente mientras escribía el guión?

–Ahora que nombrás esas escenas, hay algo interesante que acabo de recordar. El primer borrador del guión contenía una historia mucho más detallada del pasado de Frank Hamer, desde sus primeros días como miembro de los Texas Rangers hasta llegar a la historia de Bonnie y Clyde. Había una serie de flashbacks en determinados momentos de la trama. Pero terminé eliminando todo eso y me quedé solamente con el relato en presente. Fue en ese momento que el guión comenzó realmente a funcionar. Pero lo bueno de eso fue que el primer borrador fue un excelente ejercicio que me permitió explorar y tener una idea más precisa de cuál era el pasado del personaje. Por ejemplo, no creo que hubiera podido escribir ese monólogo de Hamer frente al padre de Clyde de no haber escrito antes todo lo demás y entender así qué cosas le pasaban a Hamer. Eso de haber recibido un disparo de arma a los dieciséis años, la idea de haber deseado ser un predicador, la ambigüedad moral. Lo mismo con el personaje de Woody y su descripción de la masacre en Candelaria, todo el peso que el personaje lleva encima. Para mí esas escenas son el corazón de la película y lo que realmente importa de la historia.

–Llevó mucho tiempo producir finalmente la película. ¿Escribió la historia con determinados actores en mente? 

–Nunca tengo a nadie en la cabeza durante el proceso de escritura. En un primer momento, cuando el guión estuvo terminado, el productor me preguntó a quiénes veía como posibles intérpretes. Y lo primero que se me ocurrió decir fue ‘¿qué les parecen Robert Redford y Paul Newman? Qué hermoso sería tenerlos juntos por tercera y última vez en una película’. El productor se rió pero dijo que iba a intentarlo. Y los conseguimos. A Robert le gustó mucho el guión y dijo que no le dijéramos nada a Paul, que él mismo se lo iba a llevar en mano a su casa. Eso fue hace unos quince años. John Lee Hancock ya estaba a bordo del proyecto como director. Pero luego Paul se enfermó y una vez que estuvo afuera fue muy difícil seguir adelante. Porque ¿a dónde vas una vez que tuviste a Newman y a Redford? Lo que ocurrió finalmente fue que pasó el tiempo y en ese lapso Kevin y Woody llegaron a la edad correcta para interpretar a los personajes. Creo que sus actuaciones son tan perfectas que hoy no podría imaginar a los personajes con otros rostros. Hicimos algunas proyecciones para los descendientes de Hamer y Gault y estaban muy contentos. El nieto de Hamer salió llorando al ver a Kevin Costner interpretando a su abuelo.