Explicar lo que es obvio. De esa premisa parte el texto que construyeron en conjunto Marcos Arano y Gabriel Graves y que se corporiza en Vientre, el hueco de donde venimos, una obra que se mete en el barro de la historia de las mujeres en América latina a través de un doble ejercicio dramatúrgico de denuncia y reivindicación.
Enmarcado en un tiempo presente, el relato transcurre en el cementerio donde descansan muchas de esas mujeres que formaron parte de procesos históricos trascendentes, pero fueron, en gran medida, silenciadas por el discurso oficial. Ante el desconcierto de dos sepultureros, quienes encarnan de forma simbólica el ideario machista con todos sus prejuicios, las muertas reviven y arrastran junto con ellas el recuerdo de cada lucha que protagonizaron. En un desfile atravesado por la conciencia, la identidad y la memoria, aparecen Micaela Bastidas y Encarnación Ezcurra, quienes evocan su rol fundamental en los proyectos políticos de sus maridos, Túpac Amaru y Juan Manuel de Rosas. Por su parte, Alicia Moreau de Justo y Julieta Lanteri recrean los debates por el voto femenino, y Eva Perón recuerda su último discurso y su amor por los “descamisetados”.
La puesta convoca las vidas de esos personajes, entre otros, y los alterna con fragmentos de historia donde se hace igualmente visible esa fuerza colectiva. Así, se traen a la escena la “huelga de las escobas”, de 1907, donde las mujeres se pusieron al frente de un reclamo contra la suba de los alquileres en los conventillos, y el gesto heroico de las prostitutas del Puerto de San Julián, en Santa Cruz, quienes se negaron a trabajar para los soldados que reprimieron y asesinaron a obreros durante la huelga de peones rurales, en 1922.
En la misma línea que Patriada, delirios sobre nuestra historia y Tierra partida, lo demás no importa nada, la compañía Malvado Colibrí, dirigida por Arano, vuelve a realizar en Vientre una indagación histórica que encuentra en la técnica del clown un soporte para contar desde el juego y el humor, pero sin sacrificar rigor ni profundidad. Por ese motivo, la obra provoca risas, sin perder de vista la complejidad conceptual. Con una propuesta coral a nivel actoral, que remite a la dinámica del teatro comunitario, donde cada papel se luce sin jerarquías, la puesta lleva la teatralidad a su máxima expresión, con música y canto en vivo, muñecos, máscaras y todo tipo de objetos que logran reforzar de forma lúdica la potencia de su mensaje.
En el terreno dramatúrgico, el diálogo entre el presente y el pasado es constante. Sería difícil pensar que pudiera ocurrir de otro modo, dado el contexto en el que la misma pieza se representa, con luchas actuales que se resignifican, pero que preservan el mismo carácter disruptivo que aquellas que las precedieron. En Vientre, las mujeres que reclamaron su derecho a votar, son las mismas que hoy reclaman aborto legal, seguro y gratuito y levantan sus pañuelos verdes. Sublevadas frente al rol subalterno en el que las colocó la historia, repasan y celebran sus conquistas, pero sin olvidar lo que falta.
Sobre ese pasado y sobre el presente, la obra toma posición para reivindicar, en definitiva, la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres, y la posibilidad de decidir sobre el cuerpo propio. Algo que es obvio, pero que todavía hay que explicar.