“Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. (…) Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica”.
“Borges y yo”. Jorge Luis Borges


 “¿Quién me presta una escalera?” habrá pensado el rey Felipe VI de España mientras amansaba una hora arriba del avión que lo trajo a la Argentina. Hubo quien culpó del plantón al Jefe de Ceremonial de Relaciones Exteriores pero el ministro Jorge Faurie defendió a su subordinado. El Gobierno culpó a trabajadores de la empresa Intercargo olvidando un episodio similar, reciente: el retraso de sus funcionarios para recibir al presidente francés Emanuel Macron. Había escalinata disponible pero faltaban anfitriones oficiales que llegaron tarde.  La gestión oficial, berreta al mango, fracasa por donde se la mire.

 Menudencias, al fin, pero en una de esas golpearon en el inconsciente del Rey quien se puso en orsai cuando rebautizó “José Luis” al maestro Borges. “Llámeme Pepe” podría haber replicado (si viviera) el escritor que tenía una vena irónica. Floja entrada al Congreso de la Lengua. El discurso de Mauricio Macri la empeoró, por la forma y el contenido. Son conocidas las dificultades del presidente para hablar de corrido en castellano, una deficiencia que podría haber reparado otra persona de su elenco, escribiéndole un texto presentable.

  De cualquier manera, esos cónclaves avivan debates interesantes, en particular si las personas que exponen tienen espíritu crítico. Sin ir más lejos, las intervenciones de Claudia Piñeiro, Mempo Giardinelli y Alejandro Dolina o la de Horacio González en el “Contracongreso”, todas bien reseñadas en PáginaI12.   

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   Un par de apuntes laterales a esos intercambios. El primero es la subsistencia de la tilinguería autóctona. Apabulla la cantidad de cronistas que se babean describiendo las pilchas y el glamour de la reina o de los monarcas en general. Al alineamiento cipayo con la Casa Blanca y el FMI se le agrega la obsecuencia con la Corona española, un anacronismo imponente. Nuestra América del Sur es presidencialista, por decisiones soberanas… hasta en Estados Unidos. A mucha honra, añade uno.

 Nuestras culturas son mestizas, pluralistas de pálpito, con flujos de migrantes que vienen y van, idiomas que se actualizan y entreveran. La esencia sectaria de la Real Academia Española, Macri y otras autoridades se nutre de discriminación, racismo, xenofobia y elitismo. Esos puntos forman parte de las polémicas, ideológicas al fin, que resuenan en Córdoba.