Emiliano Merlo y Jimena Berni estudiaron Biología en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Se recibieron en paralelo y en el doctorado comenzaron su historia, profesional y privada. Fueron a Inglaterra en 2009 para realizar sus estudios de posdoctorado e iniciaron sus trabajos como investigadores en el área de neurociencias. Él se especializó en los mecanismos que determinan las persistencias de memorias; ella en el estudio del sistema nervioso y el desarrollo de redes motoras. Les iba muy bien, pero pasaba el tiempo, la sangre tiraba y querían volver.
A fines de 2014, desde Cambridge, se postularon a la Carrera del Investigador Científico del Conicet porque desde afuera se advertía el florecimiento del sector. Tenían buenas expectativas, sus colegas se mostraban satisfechos y ellos se entusiasmaron. Querían venir como fuese, retornar a las fuentes, visitar parientes y amigos queridos, y “aportar su ladrillo en Argentina”. Consiguieron ingresar como investigadores adjuntos un año más tarde, así que prepararon su retorno, que finalmente se concretó en septiembre de 2016. En aquel momento, ya con la presidencia de Mauricio Macri, el programa Raíces ofrecía, únicamente, el costeo del pasaje en avión; por lo que optaron por solicitar otro subsidio de repatriación –Pidri (Proyecto de Investigación y Desarrollo para la Radicación de Investigadores)– con el propósito de obtener un financiamiento inicial que les permitiera montar su laboratorio aquí. No obstante, enseguida comenzaron los conflictos.
“Una vez en Argentina, la experiencia duró un año y medio. Nos dimos cuenta muy rápido cómo nuestra situación se deterioraba mes a mes. El subsidio que durante el kirchnerismo demoraba seis meses, llegó recién después de dos años y medio, es decir, cuando nosotros estábamos de vuelta en Europa. Lo pedimos en 2016 y llegó en julio de 2018”, describe Emiliano. El escenario, de tan precario, se tornó bizarro: “Se habían suspendido las obras en el laboratorio del Ifibyne (Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias) que tenía asignado, así que ni siquiera tenía un espacio en el cual trabajar. Me sentaba en un pasillo y cuando venían los estudiantes debía correrme. Todo el equipamiento que traje desde Europa quedó en cajas porque no tenía dónde ponerlo”, completa Jimena.
Pronto advirtieron que la situación se oscurecía: en 2017 los salarios del Conicet se deterioraban ante escaladas inflacionarias galopantes, los laboratorios no estaban disponibles, los becarios ya no ingresaban y, para colmo de males, los subsidios solicitados nunca se acreditaban en sus cuentas. “Nuestra familia se enfrentó a una realidad que no pudo resolver, llegó un momento en que ni siquiera teníamos para comprar un pantalón a los nenes. Una realidad que estaba muy lejos de lo que nosotros esperábamos y de lo que sabíamos por experiencias previas a 2015. Nunca conseguimos hacer pie y vemos la diferencia con lo que ocurría apenas unos años atrás. La situación de la CyT cambió de manera drástica”, dice Emiliano.
Al malestar económico, se sumaron problemas adicionales que aceleraron el pulso de la avalancha. Detrás de cada repatriación, hay una planificación familiar que se trastroca e, incluso, sufre las consecuencias. Cuando viajaron, Carlota y Lorenzo tenían un año y medio y tres meses respectivamente. “Como los dos debíamos trabajar, anotamos a nuestros hijos en la guardería del Gobierno de la Ciudad y no nos salió nada. Se conjugaron un montón de factores que disuadieron nuestras ganas de investigar y las intenciones de repatriarnos finalmente. El Estado nos expulsó”, señala Jimena.
Apostar a la ciencia y la tecnología consiste en una decisión política, por ello, o bien se la apoya con financiamiento, o bien se la descuida quitando fondos y reasignándolos en otros objetivos. Así lo narra Jimena: “El gobierno actual no tiene interés en la ciencia y la tecnología, a pesar de lo que se dijo durante la campaña. Conocemos muchos casos de gente como nosotros que obtuvieron el espacio en Conicet pero se rehúsan a volver a este quilombo. Antes de 2015, los científicos que volvieron consiguieron asentarse en el país pero ahora no se ve mucha luz al final del túnel. Ya nadie quiere quedarse y los que están afuera no piensan en regresar”.
Hace apenas unos días, Emiliano renunció al Conicet y Jimena consolida su laboratorio, pero del otro lado del Atlántico. “En Inglaterra hay muchas instituciones que recibirían de brazos abiertos a cualquier investigador argentino, porque somos competitivos. Ver que en Argentina no se puede trabajar es muy penoso” expresa Emiliano. Y concluye: “Es admirable cómo nuestros colegas se quedan a pesar de la coyuntura. Tenés que llevar tu papel higiénico y tu propio jabón para lavarte las manos. Así resulta imposible concentrarse en realizar una tarea como la nuestra”.