–Para muchos, Fioravanti es un relator de fútbol (el uruguayo Joaquín Carballo Serantes). Por eso convendría situar al escultor que murió hace 40 años y su obra hoy.
–El padre de la escultura argentina es Rogelio Yrurtia (1879-1950). José Fioravanti (1896-1977) y Alfredo Bigatti (1898-1964) son los dos grandes escultores del siglo XX. Los dos últimos fueron discípulos del primero. Hubo siempre una rivalidad entre Fioravanti y Bigatti porque se disputaban los contratos y premios. En realidad eran muy buenos amigos, pero la disputa por quién se ganaba el concurso era constante. Y ahí la rivalidad. En el caso del monumento a la bandera en Rosario, lo hacen los dos. El ala izquierda la hace Bigatti, el ala derecha es de Fioravanti. Bigatti fue el esposo de la pintora y escultora Raquel Forner (1902-1988).
–Tengo que poder explicar un poco más de por qué nos metimos en este diálogo sobre un tema tan poco conocido como la escultura. Que quede claro, la figura de esta conversación es José Fioravanti.
–Para mí la compra de los yesos constituye la conservación de un tesoro. Pero se imagina que la dificultad para muchas personas es que hay que tener espacio para guardar las piezas de un escultor. El autor, el artista que produce estas piezas, se ingenia en vida para conservarlas, en sótanos o en depósitos. Hubo casos, no puedo precisar en este momento, en que los herederos terminaron tirando todo en un volquete para poder vender la propiedad. La vida de un escultor es sufrida, menos holgada que la de un pintor, no se venden esculturas como pinturas y entre los problemas que deja al morir un escultor está el de cómo conservar los yesos. Con los yesos se hace la fundición, la obra real. Ese es el negocio. Las copias se numeran, pero no puede haber muchas por que se desvaloriza la obra de arte con cada pieza que se repite. Entonces se puede entender que pienso que lo que hago puede llamarse un rescate de patrimonio artístico.
–La idea de los yesos terminando en la basura es alarmante, pero supongo que razonable…
–Muchas obras del taller de Fioravanti terminaron en volquetes, especialmente las partes más grandes de los monumentos. Esas tuvieron que ser tiradas a la basura porque no había lugar físico para mantenerlas. Las doscientas piezas que tengo yo ahora se rescataron de un taller en Olivos, provincia de Buenos Aires. Cuando falleció la viuda de Fioravanti, que era la segunda esposa, la heredera fue la hija de esa viuda. Todas las piezas quedaron en un depósito y se vendió la casa. La primera esposa, que Fioravanti había conocido en París, la pintora Ludmila Feodorovna, había muerto hace muchos años. La obra la termina cuidando Teresa Nachman, la galerista, con su hija Haydeé. No pudieron vender la obra a pesar de mucho esfuerzo. Es así que yo me intereso. Por favor diga por ahí que Fioravanti consideraba a Ludmila su musa inspiradora. Su rostro está presente en numerosas obras.
–¿Cómo llegó a comprar esta colección?
–Necesité el apoyo de varias personas. Dudé mucho, durante mucho tiempo. Y hay diferentes etapas. La primera fue adquirir las piezas, para lo que cierta gente me apoyó. Y para más adelante hay gente interesada en comprar las fundiciones. Y no me pregunte precio. No hay una sola cifra, hay varias según el grado de interés de las personas que me acompañaron. La escultura implica costos muy altos, especialmente en el proceso de la fundición del metal. Es obvio que a lo largo de las décadas y de las crisis económicas quedaron numerosos excelentes artistas escultores que no pudieron terminar sus obras. Todo eso quedó en depósitos medio perdidos. Hay artistas importantes que quedaron borrados de la historia de la escultura de nuestro país. Es también el caso de Fioravanti. Se lo conoce porque es el escultor que más obra hizo en el país, pero aun así quedó mucha obra sin terminar. Faltan coleccionistas que aprecien la escultura.
–Ya sé que siempre falta aliento oficial en estas cosas, pero el Estado ¿no muestra interés u ofrece planes para desarrollar una conservación de patrimonio?
–Durante el gobierno anterior se hicieron esfuerzos por lograr interés, lamentablemente uno tiene que comprender que hay otras prioridades. Pero el estado argentino hace mucho que no mostró interés por este pasado glorioso de los argentinos. Ante la amenaza del continuo deterioro de la obra y la casi inminente perdida, ya que la heredera pensaba llevársela a Chile, decidí hacer un último intento y convocar a algunos amigos para la tarea filantrópica que involucra salvar la obra del más grande en la escultura argentina. Así logramos su adquisición y los derechos de autor, cosa muy importante. Actualmente todo se encuentra en la Casa Museo Magda Frank. Este año se ordenó, clasificó y restauró con la invalorable ayuda del escultor Eduardo Carlos Noé. Tiene una muy buena cabeza de Juan Perón, también hizo una de Aníbal Troilo en resina y está trabajando en una de Juan Azurduy, en bronce. Bueno, gracias que podemos decir que hoy está a salvo este tesoro.
–Es importante aclarar que esto no es de ahora. La mayoría de los gobiernos peca en esto.
–A Fioravanti y Bigatti les llevó diez años de su vida la tarea para el monumento a la bandera en Rosario, del 42 al 52. Fueron elegidos por concurso ante la Comisión Nacional del Monumento a la Bandera, compitieron con grandes escultores como Lucio Fontana. No eran del riñón del gobierno peronista y se les hizo bastante difícil la tarea. Tengo entre la documentación del taller una carta de Fioravanti dirigida a Perón a quien le suplica unas remesas que les faltaba cobrar por el monumento a Simón Bolívar. En el 57, en gobierno de facto, cuando ya no estaba el peronismo, no se los invitó a la inauguración. ¿Se imagina dedicar diez años de vida a este trabajo y el día más importante se olvidan de invitarlos a la inauguración? Es cruel el desprecio por la cultura.
–¿Cómo comienza su interés por la escultura?
–Yo siento una fascinación por la escultura, para mí es más sofisticada que la pintura. Magda Frank me enseño a disfrutarla, compartí su conversación y la cuidé en sus últimos años. Trabajé junto a ella en la retrospectiva que realizó en el Museo Oscar Niemeyer en Brasil. Ese mismo año falleció y la muestra se convirtió en homenaje. También hay curiosidades que atraen. A medida que voy conociendo la historia de estos escultores veo que hay varios que no dejaron descendencia. Coincidencia, en fin. Si no quedan familiares para seguir promoviendo al artista, su arte también pierde aspectos importantes para la historia del arte de nuestro país. Menciono los que me han interesado, nada más. Magda Frank no tuvo hijos, Fioravanti y Ludmila no tuvieron hijos, tampoco Alfredo Bigatti y Raquel Forner. Hay un escultor que me parece genial, nacido en Italia, Rubén Locaso (1934-2001), tampoco tuvo hijos. Otra escultora grandiosa, nacida en Rumania, Cecilia Marcovich (1894-1976), igual que otros terminan diciendo “mis esculturas son mis hijos”. Entonces, alguien tiene que hacer la promoción de tanto arte.
–Hablemos un poco de la vida de Fioravanti.
–Nace en 1896, hijo de albañil. A los doce años despierta su vocación por la escultura. Autodidacta, a los 16 años participa del Salón Nacional. En 1923 gana el Primer Premio Nacional, en 1937 el Gran Primer Premio Nacional y la medalla de oro en la exposición internacional de arte en París. En 1958, recibió la medalla de oro del Consejo Internacional de Buenos Aires a la labor de un artista plástico por citar algunos premios. Fioravanti no se siente atraído por el cubismo y futurismo de la época, a pesar de compartir sus charlas con Zadquine, Lipschitz, Brancusi, Boccioni, Laurens y otros en el café Dóme de París). A él lo atrae e inspira la gran tradición de la escultura que es atemporal y eterna, y encuentra en Maillol y en Mestrovic sus pares en la búsqueda de ese camino. Leopoldo Marechal en un escrito dedicado a Fioravanti cuenta acerca de las habilidades “sobrenaturales del talento del artista”, recuerda su paseo por los talleres de Fioravanti en la rue Vercingetorix, cuando tallaba el Monumento a Martínez de Hoz, (hoy emplazado en la Sociedad Rural Argentina) y en el estudio de la Tombe- Issoire cuando esculpía el monumento a Nicolás Avellaneda y el de Roque Sáenz Peña. Le demoró unos cuantos años el trabajo, en el barrio francés pensaban que era un loco ermitaño el que vivía allí, hasta que un día salieron del taller las enormes tallas en piedra, figuras de más de tres metros de altura. Fueron expuestas en el Museo Jeu de Paume en 1934, algo que hasta entonces sólo había pasado en vida con artistas como Bourdelle y Mestrovich. El reconocimiento del gobierno de Francia y la crítica colocaron a Fioravanti entre los grandes escultores del mundo. André Dezarrois dice en aquella época: “Nos preguntamos si José Fioravanti no ha sido el primero que, súbitamente, ha dado a la escultura argentina su lugar en la historia del arte de este siglo”. Es realmente único. De ese mismo momento hay una foto a la que le tengo un gran cariño. Se ve a Rose Valland de jovencita, en el Jeu de Paume junto a las obras monumentales de Fioravanti. Valland es la mujer que se encargó de recuperar las obras robadas durante la segunda guerra mundial que Hermann Goering saqueó en Francia y le robó a familias judías.
–¿Y en Argentina?
–El presidente Marcelo Torcuato de Alvear lo citó en su presidencia a decorar la Casa de Gobierno de la República, luego siguieron una colosal cantidad de monumentos que dejó emplazados a lo largo de su vida. Entre los emblemáticos el de Nicolás Avellaneda de 1934, Roque Sáenz Peña el mismo año, Simón Bolívar de 1942, Rubén Darío, Beethoven, Franklin Delano Roosevelt, el busto de San Martín para la Cancillería, los Lobos de Mar del Plata, el Martínez de Hoz, el de los Inmigrantes, los bajorrelieves del teatro General San Martín y de la Casa de Gobierno. Y por supuesto, el más emblemático de la República, el Monumento a la Bandera en Rosario. Fioravanti es el escultor que más monumentos tiene emplazados en lugares públicos y presentes en el imaginario colectivo del país, y ese derecho lo ganó por concurso. Ello habla de su dimensión artística, inigualable. La historia de la Patria está narrada en sus obras monumentales y hay piezas suyas en un gran número de museos de España, Francia, Luxemburgo, Italia y Estados Unidos.
–¿Usted colecciona?
–Vengo de una familia de coleccionistas y amantes del arte. Fui educado viendo a los grandes maestros. Tuve ocasión de conversar desde joven con críticos como Pierre Restany. Las conversaciones sobre cultura eran inacabables e incansables. También de política, lo cual me parece una síntesis de sensibilidad hacia lo humano. Tengo la suerte de tener una casa museo de Magda Frank, una de las grandes escultoras de Europa de la segunda mitad del siglo XX, sobreviviente del genocidio nazi. Según el académico francés Jean Balladur es una de las veinte glorias de la escultura. En tiempo de Malreaux se la menciona a la par de Calder, Guadanucci, Lipsi, Cárdenas o Marta Pan, y para Maria del Carmen Magaz “es la escultora argentina que más obra tiene ubicada en el espacio público francés, por lo que podemos asegurar que es una artista de proyección internacional”. A esto le sumo Fioravanti, el más grande de los argentinos. Me considero un buscador, un investigador silencioso en búsqueda de lo sagrado que se manifiesta en el arte. Es así que esta búsqueda me lleva actualmente a asesorar a coleccionistas.
–¿Y cómo es eso de asesorar?
–Busco lo mejor de lo mejor, y si muestro lo mejor no hay que convencer a nadie porque lo mejor se distingue del resto. Se muestra una carpeta, información con la historia del artista y nada más. Trato de ser lo más sintético posible y el resto que lo haga la obra. Cuando asesoro, estudio el lugar físico, imagino el espacio para la obra, tengo que pensar que el coleccionista convivirá con ella. No busco la novedad de la temporada que se exhibe en las vidrieras. Busco belleza, elegancia, lo que perdura en el tiempo.
–¿El arte es una buena inversión?
–No se puede estar en el mundo del arte solo por el mercado. Es una pasión, y cuando se elige bien desde la emoción estética se invierte bien. Uno busca obras que tengan potencial económico, pero el primer golpe tiene que ser espiritual.
–¿Qué hay por descubrir?
–En la escultura argentina está todo en pañales. Las crisis y golpes institucionales, defaults y otras malas yerbas dejaron en el camino a grandes escultores que están esperando ser valorizados nuevamente. Si queremos un gran arte para nuestra nación, la primer tarea es recuperar este pasado glorioso, cuando la Argentina miraba al mundo y el mundo la admiraba. Era, como decía Rubén Darío, la esperanza del mundo, no sólo por los granos que producía sino esencialmente por su cultura. Recuperar lo mejor de lo nuestro es recuperar nuestra identidad. Ese es mi compromiso y lo cumplo. El Estado y los empresarios tiene que ser los grandes propulsores de la cultura nacional. Esto ocurrió y ocurre en la historia y en el presente de los países más desarrollados del mundo.
¿Por qué Tulio Andreaussi?
Lo que tiene la escultura argentina
Hace algún tiempo, cuando Juan Forn leyó que me había interesado un economista, operador de mercados y a la vez conocedor del arte grande, la escultura monumental, me comentó, “te encontraste un yuppie interesado en el gran arte.” Tulio Horacio Andreussi se arrima a los 50 años y ya no es “yuppie”. Tampoco le fue muy bien en los mercados, pero sigue con su pasión por el arte que comenzó antes de la adolescencia, cuando circulaba con su madre por las galerías y encuentros de artistas. Su objetivo ahora es “rescatar en lo posible y en alguna parte el patrimonio artístico en la Argentina, donde se encuentre en riesgo”. Comenzó con la colección monumental de la artista Magda Frank, nacida en Transilvania, Hungría (luego sería parte de Rumania), que fugada de los nazis se instaló primero en Francia. Luego vino a Buenos Aires donde tenía un hermano (fallecido) y aquí obtuvo la ciudadanía. Murió en 2010 en Buenos Aires a los 95 años. Ejemplares de sus magnos monumentos se hallan en su país natal y en Francia. Aquí corría riesgo de dispersión la colección de toda su vida. En ese entonces, Andreussi reunió dinero y compró la casa del hermano, la colección se la compró a los sobrinos herederos, y le pagó una pensión a Magda Frank ya muy enferma. La casita sobre la Avenida General Paz es hoy un museo privado.
Ahora, sin aquel dinero, juntó socios que le ayudaron a comprar doscientos yesos del escultor argentino José Fioravanti, uno de los dos grandes de la escultura argentina del siglo veinte. Las figuras de Fioravanti solo merecen superlativos. Busqué este Diálogo porque adoro la escultura argentina. Es más, luego de haber recorrido un poco de mundo, considero que la mejor figura femenina en la escultura está aquí. Y Fioravanti es supremo, por ejemplo en la estatua llamada la Gloria que es parte del monumento a Simón Bolívar. O la estatua al amor en el Monumento a la Bandera en Rosario. Tienen unas nalgas hermosas, aunque opino que las nalgas más bellas de esta capital son de las Nereidas de Lola Mora. Enfatizo, los mejores culos femeninos están en la Argentina. Claro, tengo amigos que opinan lo mismo pero referidos a las estatuas de la figura masculina.