El verano transcurre entre un rumbo gubernamental decidido a consolidar sus características de daño masivo, a favor de acumular ingresos de las franjas más concentradas de la economía, y el ausentismo de una respuesta orgánica, unificada, por parte de los actores sociales perjudicados. Menos que menos se avizora alguna reacción en el arco político, donde el único aspecto saliente continúa siendo postergar decisiones a la espera de si Cristina resuelve ser candidata. Todos, en voz altisonante o apocada, aceptan que la ex presidenta permanece como figura determinante, tanto porque le sobra para ser conductora del único espacio auténticamente opositor cuanto por lo que le falta para volver a transformarlo en alternativa de poder real.
La alianza gobernante es una topadora de liquidación de derechos colectivos, fueren del orden que podría considerarse “natural” o de aquellos conquistados tras años de lucha. Sólo encuentra límites –por ahora– frente a contraofensivas siempre surgidas en sujetos individuales o sectoriales que luego, en el mejor de los casos, generan adhesión mayor o menor según sea la potencia de otros individuos y sectores para extenderla. Hacia fines del año pasado, se trató de la resistencia en la comunidad científica contra el recorte presupuestario. Antes, de algunas personas y asociaciones de consumidores ante el descalabro del tarifazo eléctrico. O, en otro plano, del modo en que contestó la colectividad artística ante la barbarie declarativa de Darío Lopérfido sobre el número de desaparecidos. La retomó hace poco el carapintada a cargo de la Aduana, Juan José Gómez Centurión, quien también despertó la respuesta de políticos, periodistas y referentes de los derechos humanos hasta el punto de que el Gobierno, sólo oficiosamente, salió a despegarse mientras el ferretero sigue en su puesto. No hay ninguna equivocación estructural en las medidas y declaraciones gubernamentales. Sí puede haber torpezas ejecutivas, incluyendo algunas casi inverosímiles como la de trasladar el feriado del 24 de marzo en un mismo fin de semana largo, haber lanzado el proyecto de Ganancias sin previa articulación parlamentaria o, como se reveló ayer en este diario, proponer a un cavernícola como representante ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Por lo demás, todo es el antiguo y nunca bien ponderado ardid de largar, ensayar, ver la renuencia o aceptación del dispositivo y en función de eso frenar momentáneamente o acelerar el ataque. A comienzos del año pasado, un ejemplo emblemático fue el intento de colar por la ventana a dos jueces de la Corte Suprema. El propio aparato judicial se puso de pica, pero el Gobierno logró que sus nombres se instalaran y poco más tarde los impuso por las vías negociadoras normales. En boxeo se le llama pegar retrocediendo.
Algo análogo acaba de ocurrir con el rechazo del Ministerio de Trabajo a avalar la paritaria de los bancarios, que ya estaba firmada y a punto de ejecutarse. Fue y es uno de los mejores logros sindicales, bien que sobre la base de una actividad, la financiera, capaz de compartir con el agro un rango de festín nunca visto desde el menemato. La Cámara Nacional de Apelaciones del fuero le dio la razón al gremio. Esto es, otro obstáculo puesto a la ferocidad macrista desde la individualidad de un órgano jurídico-laboral. Pero lo sobreviviente es el signo de que si algún sindicato arregla con la patronal por fuera de las pautas oficiales deberá esperar a que algún juez, o instancia tribunalicia, le reconozca derechos que son per se, tratándose de paritarias libres, a espera de que la Corte avale lo elemental. No es, con todo, el peor ejemplo de las andanzas PRO-radicales. En descarada violación a la ley, Casa Rosada directamente ignora la Paritaria Nacional Docente, que establece el piso de los salarios del sector, y manda a las provincias a arreglárselas como quieran o puedan. Es de una espectacularidad siniestra ya implementada a través de la reunión de los gobernadores de Cambiemos y PJ, el jueves pasado, para ponerles tope anual del 18 por ciento a las aspiraciones docentes, cuando el estimado real del propio Gobierno ronda un porcentual del 24. En medio, además, de un remarque de precios y aumento de tarifas, actuales y futuras, que sugiere percibir a ese calculado 24 por ciento como un insulto al sentido común, la tolerancia de las provincias suena a provocación. Quien mejor resumió la pusilanimidad de los gobernadores fue el cordobés Juan Schiaretti, que, muy suelto de cuerpo, sostuvo: “Nos encontramos frente al hecho de que no hay paritarias entre el Estado nacional y el gremio nacional, y eso hace que los gobernadores vayamos a negociar como corresponde con parámetros comunes”. Esa frase del otrora peronista Schiaretti, uno de los aliados más estrechos de Macri, sintetiza entre otras cosas a dos bien marcadas. La aceptación lisa y llana de que el gobierno “federal” pueda pasar por encima de la ley como mejor le plazca, y la resignación ¿o beneplácito ideológico? de que los ajustados están en estado de somnolencia.
Por lo pronto, otra vez y más allá de las acciones contestatarias que anuncian el gremio docente nacional y una CGT que sigue pronosticando su despertar de la siesta en cualquier momento, está claro que el marcaje de agenda subsiste en manos gubernamentales y montado en ciertas aristas clave. Para asimilarlas es necesario tener presente la obviedad de que, cuando se habla de alianza gobernante, de ninguna manera debe referenciársela en primer término como el acuerdo entre una estructura partidaria tradicional –la UCR, cual liga de poderíos territoriales conservadores– y una generación intermedia de outsiders de la política grande, provenientes del mundo de los negocios, que se encaramaron en el poder tras –y en medio de– la crisis de representatividad de las fuerzas tradicionales. No. Esa es sólo una pierna, un brazo, la parte que se quiera pero no más que una parte. Estamos hablando de la coalición que opera en la trilogía mediática, judicial y política propiamente dicha. Lo primero esparció un escenario de putrefacción constante donde lo nuevo estaba por venir, a cargo de una variante disruptiva con lo viejo conocido. Hoy protege ese discurso con un muro de prensa típica fenomenal. Lo segundo se encarga de castigar a ese viejo que, mal que mal, regulaba los desequilibrios sociales. Y lo tercero presenta a cualquier ricachón ignorante, o a personajes televisadamente escandalosos en sus retóricas e imágenes de seguridad gurú, como aptos para hacerse cargo del poder en nombre de acabar con las corruptelas y las múltiples deficiencias del viejo. Es así la forma en que las módicas reparaciones colectivas logradas desde 2003 cedieron terreno, para beneficiar al humo de que podía avanzarse sin volver atrás. Pero volvimos mucho más atrás de lo que el más pesimista podía suponer. El respeto a las instituciones se convirtió en encarcelar a una dirigente social mediante un proceso escandaloso, amañado por un capanga feudal. La salud de la economía consiste en un endeudamiento externo que es el más grande de cualquier historia que quiera tomarse en un período tan corto. La pérdida del empleo supera largamente los cien mil puestos de acuerdo con las cifras oficiales, para no hablar del trabajo informal. Y como si no bastara, no sólo no hubo ni habrá la lluvia de inversiones que nos reintegraría al orbe civilizado sino que se quedó a exacta contramano de una tendencia universal proteccionista encabezada por el estadío fascista del neoliberalismo.
No hay un solo dato duro que permita tener esperanzas de recuperación, respecto de no se sabe qué cosa que ya no estuviera más o menos recuperada, o viabilizada, para los parámetros de un capitalismo periférico. Vaya si faltaba repensar la osamenta productiva de un país que siempre termina discapacitado cada vez que crece, por sus carencias en la generación de divisas que sostengan ese crecimiento. Pero es enfermizo que se pretenda reemplazar esa falla con la apuesta a un festín de deuda en dólares especulativos. Insostenible, no insólito. Es coherente con un modelo que más tarde o más temprano termina mordiéndose su propio traste, a cuenta de los denostados populismos que después llegan para hacer lo que pueden con los restos. Al fin y al cabo, Trump expresa algo parecido con la pequeña diferencia de que lo hace desde un capitalismo central. Nuestros liberales iletrados, y las consultoras que representan sus intereses, y los títeres mediáticos que otro tanto, se piensan como núcleo y no como perímetro descartable. El problema, antes que ellos, es una subjetividad masiva capaz de creerles reiteradamente, gracias a memorias populares que son cada vez más cortas o a una insatisfacción alentada por la idea de una completud consumista, abstracta, imperecedera, apta para que las fantochadas puedan encontrar recepción positiva. Este año es electoral entre nosotros y se supondría que el Gobierno, sobre todo por vía de obra pública, buscará arreglárselas para dar imagen de reactivación junto con la idea de “rebote”, si es que el proceso inflacionario termina de enfriar la economía. A eso se sumarán, como ya lo vienen haciendo, violentísimas arremetidas judiciales y mediáticas, destinadas a mantener que el pasado fue únicamente corrupción generalizada.
Esa artimaña de la herencia recibida podría servirles para aguantar y hasta ganar las elecciones de medio término, mientras la única realidad consiste en que el salario es la variable de ajuste. ¿Cuánto se puede durar así? Tanto como no vuelva a ser deseable una opción política que exprese lo contrario.