A partir de 2015, Lollapalooza Argentina se encargó de tener a un rapero top en su programación. Si bien el clímax parecía haber llegado con Eminem, en 2016, el show que ofreció Kendrick Lamar en la última jornada del festival redujo al anacronismo la presentación del MC de Detroit. No en vano el de Compton es considerado el "nuevo rey del hip hop". Amén de hacer historia en el género, lo que tienen en común ambos artistas es su productor: Dr. Dre, que aparte es paisano (ambos son de la misma ciudad californiana) de quien debutó en las bateas y tiendas digitales en 2011 con el disco Section.80. Aunque ciertamente todo es más fácil de leer con el diario del lunes, Lamar fue de los hiphoperos que apostó por la estela futurista sembrada por Kayne West a comienzos de este siglo. Incluso a nivel estético (no van más la gorra ni los pantalones anchos). Y mal no le fue, al igual que a colegas del calibre de Anderson. Paak o Chance The Rapper (ambos vinieron al país el año pasado de la mano del mismo evento), que abrieron el espectro del rap.

Por eso, el debut local del rapero de 31 años estuvo a la altura de las expectativas, al punto de que se coronó como lo mejor de este Lollapalooza. Además de apoyarse en un cuarteto impecable, que supo mantener el difícil equilibrio entre el minimalismo y el groove, Lamar convirtió el repaso de su discografía en un espectáculo conceptual dividido en tres episodios. Curiosamente, éste fue el único lugar común de su recital, debido a que apeló a las artes marciales para contar su fábula acerca de la iluminación, lo que, al menos en esta parte del mundo, ya habían hecho los Illya Kuryaki en 1995 con su disco Chaco. Apenas apareció en el Main Stage 1, Lamar inauguró su show con "DNA", single de sonido trapero y flow jamaicano de su  álbum más reciente, DAMN (2017), al que le secundaron "Element", también de su último disco); "King Kunta", de su obra maestra To Pimp a Butterfly (2015) y en la que se reconoce el sello festivo de Dr. Dre; y sendas colaboraciones con su colega Travis Scott: "Big Shot" y "Goosebumps".

Pero a Kendrick también le sienta bien la dialéctica entre dub, trap y rap, de lo que da fe "Collard Greens", colaboración con SchoolBoy Q. Ya promediando la mitad del show, apareció lo que alguien de entre el público se refirió como a "lo más cerca que estuvimos de Rihanna": "Loyalty", temazo de DAMN en el que participa la cantante. A ese tema le precedió otro más de ese disco, "Lust". También hubo canciones de Good Kid, M.A.A.D. City (2012), álbum del que rescató "Money Trees", "m.A.A.d city" y la fabulosa "Bitch, Don't Kill My Vibe", en la que redime su lírica reflexiva y contemplativa. Y eso mismo hace sobre el escenario al comunicarse con el público, al que interpela, al que le dice "síganme" y "escúchenme", y al que le pide un minuto de silencio por el asesinato (minutos antes de su show) del rapero Nipsey Hussle. Para él fue el tema "LOVE", mientras que el homenaje para la esperanza pesó en su himno "Alright", y el festejo por esa velada inolvidable recayó en la cadenciosa "All the Stars".

Más allá del histórico recital del rapero estadounidense (o con éste a manera de corolario), Lollapalooza Argentina 2019 será recordado como la edición de la música urbana. Especialmente de la nacional, que además, y aunque parezca exagerado, pasa por el mejor momento de su historia. En parte gracias al freestyle, en parte por el auge del trap, y en parte también por el recambio generacional. La base de operaciones del movimiento fue el Perry's Stage, que se encontraba justo al lado del escenario Kidzapalooza. El dato de color de la fecha fue ver a padres llevar a sus hijos hasta ahí, a lo que los chicos (incluso de unos 9 años) se resistían porque querían disfrutar de sus ídolos: los traperos. Y es que ese día se presentaron los principales referentes: estuvo Cazzu, quien precedió a la juntada de C.R.O., Neo Pistea y Lucho SSJ. La terna tuvo en calidad de invitados a Roque Ferrari (productor por excelencia de la escena, aparte de integrante del dúo Coral Casino, que había estado el sábado en el festival) y el gran ausente de la grilla: Duki.

Eso sí, decir que el creador del "modo diablo" (el gesto con los cuernitos en la frente) no estuvo sería un error, porque fue el invitado especial en varias de las performances que se cristalizaron en el Perry's, que sirvió asimismo de reducto de la música electrónica. De eso que no se olvidará Caetano Veloso, a quien, pese a que se encontraba en la otra punta del Hipódromo de San Isidro ofreciendo un espectáculo íntimo, en el Main Stage 2, no le pasó inadvertida. Visiblemente molesto, se quejó contra la organización del festival, pues le aseguraron que eso no iba a suceder. El cruce de sonidos entre escenarios fue uno de los desaciertos del evento, no sólo ese día sino también los anteriores. No obstante, el legendario cantante brasileño, fiel a su "fina estampa", y acompañado por sus tres hijos, terminó el show de su proyecto Ofertorio (reflejado en un disco editado en 2018) de forma gallarda, sambando y hasta manifestándose contra Bolsonaro al mostrar unos carteles en los que se leía "Dictadura, nunca más".

Mientras el bahiano actuaba para padres, los hijos esperaban a Paulo Londra en el Maine Stage 1. El trapero cordobés, que vive su pico de popularidad, en su show invitó a un fan al escenario a tirar pelotas a un aro, al igual que al DJ estadounidense Steve Aoki para anunciar su colaboración conjunta. Además, en calidad de cuentacuentos, despachó sus hits, de entre los que destacaron "Noche complicada" y "Me tiene mal", que despertaron la euforia de sus seguidoras. Por ahí había pasado antes su paisano La Mona Jiménez, cuyo cuartetazo le cayó simpático al creador del festival, Perry Farrell, quien se encontraba en el predio. Aunque parezca mentira, el rock fue la cosa rara de la última jornada, encarnado en las lecturas revisionistas de los Led Zeppelin centennials, Greta Van Fleet, y la de Lenny Kravitz, que contra todos los pronósticos (algunos se referían a él como el "momento Aspen") dio un recital digno en el que mechó clásicos con temas de su nuevo disco, Raise Vibration (2018), apoyado por un grupo impecable en la que sobresalió Gail Ann Dorsey, exbajista de David Bowie.