“Mi esposa Eva la admiraba mucho”, le dice de modo poco creíble el vecino del piso de abajo a la dueña de casa, y uno no puede evitar un chascarrillo y una serie de preguntas. “Eva ama a Ava”, por un lado, y por otro: ¿Qué relación tenía la ex actriz Eva Duarte con el cine? ¿Quiénes eran sus ídolos, durante la edad de oro de Hollywood? ¿Los tenía? ¿O desde 1945 había renunciado a toda forma de entretenimiento para dedicarse por entero al General, al Pueblo y la Patria? A Perón, que lleva el caniche en brazos, lo acompaña su señora, una chirusa (diría Carlos Perciavalle) de peluca muy armada. Durante el encuentro intentan que el caniche del General (una licencia histórica, en realidad eran dos hembritas) sirva a la caniche de la Sra. Gardner, pero no puede. Por lo cual la dueña de casa comentará –tal vez para que quede claro que diosa mata general– que el perrito es “maricón” (en castellano). Más tarde el maricón será Perón, cuando Ava, algo alcoholizada, le grite eso junto a una de sus mucamas, de balcón a balcón. Y esa anécdota es estrictamente cierta.

La serie se llama Arde Madrid, la primera temporada consta de ocho episodios de media hora, en España la emitió en noviembre una conocida marca de telefonía celular y la revista Variety dijo de ella que era “la mejor serie internacional” de 2018. En Argentina no se emite por Netflix ni por nada, así que habrá que recurrir a la vieja magia de las bajadas para verla. La idea se le ocurrió a Paco León, un actor sevillano de 44 años que hasta ahora había realizado dos documentales popularísimos sobre su irresistible mamá, llamados Carmina o revienta (2012) y Carmina y amén (2014). Durante unos años, en el nº 11 de la calle Doctor Arce de Madrid fueron vecinos no sólo Ava Gardner y el general Perón, sino también Blas Piñar, alto funcionario franquista que más tarde, durante la transición, líderó a la derecha española. Este último no aparece en la serie, pero sí un equivalente. En la ficción, un cuadro del franquismo (la proteica Carmen Machi, conocida por La mujer sin piano, Los amantes pasajeros y El bar) le encarga una misión a una oscurísima agente nacional llamada Ana Mari (Inma Cuesta, que también aparece en Koblic, Julieta y Todos lo saben): que vigile a Ava Gardner, cuya casa, según parece, es un nido de comunistas. Para poder consumar su tarea, Ana Mari deberá emplearse como mucama en lo de Gardner. Pero también deberá “casarse”, porque la señora de la casa quiere, vaya a saber por qué, que los nuevos empleados sean un matrimonio. Allí es donde entra Paco León, haciendo de Manolo, chofer de la Gardner.

Como una paella, Arde Madrid tiene de todo, y bien condimentado. Más fornida que la verdadera, la Gardner (la actriz estadounidense Debi Mazar, vista en El informante y Colateral, de Michael Mann, además de la serie Entourage) fuma más que el elenco entero de Mad Men, toma más que su amigo Hemingway (con quien tiene alguna conversación telefónica) y lleva a su cama a media población masculina de Madrid. Sobre todo si son toreros, bailaores o cantaores. Por su lado, la convivencia con el guapetón de Manolo hace que Ana Mari (Inma Cuesta responde al prototipo de “linda haciendo de fea”) vaya aflojando las vestiduras. Hay otra mucama llamada Pilar (Anna Castillo), que carga en su panza con el recuerdo de un novio furtivo.

En el primer episodio se ve a una señora que en la farmacia no puede recordar cuáles son las pastillas de la mañana y cuáles las de la noche. Es Isabelita, a la que la actriz Fabiana García Lago interpreta como a una bruja. Pero no bruja de López Rega sino bruja de mala. Aunque es verdad que en un momento tira las cartas. Seguramente por la distancia, el matrimonio Perón-Isabel es el que está tratado con más licencia. Hasta el punto de que sería inadmisible, en Argentina, el retrato que la serie hace de Perón. Lejos de la imagen de un hombre poderoso, tratado por su vecina como un pichi, cargando el caniche en brazos como lo haría una diva, forreado por una mucama que no cumple sus órdenes, el Perón de Arde Madrid luce emasculado. Lo interpreta, por segunda vez en su carrera, Osmar Nuñez, que ya lo había hecho en Juan y Eva (2011).

El otro interés de Arde Madrid son las noches en blanco y negro (se fotografió en esos “colores”, que confirman que no hay imagen más bonita que la impresa en bicolor), con las veredas bullendo de gente y los boliches lo mismo. Declaró León que no reconstruyeron nada, aprovechando que un par de los boliches más conocidos (Chicote y Villa Rosa) están iguales. El elenco es parejamente notable. León es un galán a la antigua, de muy buen porte pero muy buen comediante a su vez, como podría serlo, pongámosle, un Ángel Magaña. Inma Cuesta sabe hacer una reprimida deseante, sin que se le note demasiado. Debi Mazar, sin protagónicos en su carrera, tiene los ojos del color adecuado, da dureza y por las noches, voluptuosidad. El único indicio de vulnerabilidad aparece cuando corre a recibir un llamado de Sinatra, el hombre de su vida. “Andate de ahí, España huele a ajo”, se escucha que dice La Voz. El actor de más presencia es el andaluz Moreno Borja, que hace de Vargas, y que sí combina poder y fragilidad. Así como Manuel Manquiña, en el papel de un añoso joyero homosexual, que si no puede cobrar en metálico lo hace en especies.

En el mundo real, Ava Lavinia Gardner llegó a España en 1951 y quedó fascinada. Vivió en dos domicilios antes que en el dúplex de Doctor Arce, que en la serie está reconstruido (un detalle asombroso: lo reconstruyeron sobre el lugar donde se erigía parte de los decorados de 55 días en Pekín, la película que su productor, Samuel Bronston, le ofrece filmar en Arde Madrid). La actriz estaría allí hasta 1967, cuando partió de regreso a Hollywood. Juan Domingo Perón, que en la serie dice haber sufrido varios atentados que la Historia desconoce, llegó a España en 1960, después de haber peregrinado por Paraguay, Panamá y República Dominicana, entre otros países latinoamericanos. Vivió un tiempo en Torremolinos, se mudó al departamento alquilado de Doctor Arce y se trasladó finalmente en 1964 a la residencia “17 de octubre”, en el barrio de Puerta de Hierro. Allí permaneció hasta su regreso a la Argentina, en 1972. A propósito, la quinta desapareció para siempre. En 2001 la compró el ex futbolista Jorge Valdano. La demolió, la loteó y la vendió.