Tal como desde 2015 advirtieran esta columna y algunos colectivos como El Manifiesto Argentino, el macrismo-radicalismo gobernante emprende este año la miserable tarea de nuevamente privatizar YPF y Aerolíneas Argentinas, así como ya iniciaron el vaciamiento de la Anses para que “el negocio” de las jubilaciones vuelva a ser manejado por los bancos a través de las AFJP.
Elecciones de octubre mediante, si parte de la ciudadanía persiste en su ceguera, este país que amamos, aunque no estalle, seguirá siendo destruido minuto a minuto. Y la sociedad ni se dará cuenta porque el sistema mentimediático continuará ocultando todo. Como ahora mismo, que no se habla de las elecciones de la semana que viene en Ecuador, donde se prepara una estafa similar para vencer al candidato del presidente Rafael Correa. Como tampoco se informa del Brasil real, corrompido y con millones de marginados; ni de la corrupción en España que ya alcanza a la corona y exacerba al independentismo catalán; ni del proceso de paz en Colombia, que, con errores y dificultades, está consiguiendo resultados extraordinarios. Y por supuesto no dicen ni una palabra de la derrota de los EE.UU., Europa e Israel en Siria.
Ése es el contexto. Así de grande es el engaño en que estos tipos mantienen al pueblo argentino. Y así de grande el desafío. La Reforma Constitucional, entonces y una vez más, es el único camino para el cambio verdadero que nuestra sociedad necesita, y el momento de exigirla es ahora.
La Argentina necesita una nueva Constitución Nacional para que el pueblo se gobierne a sí mismo y no a través de “representantes” que siempre distorsionan los mandatos recibidos. Una CN que defina para siempre que la salud, la educación y la previsión social son responsabilidad estatal básica y el papel rector del Estado es irrenunciable e insustituible; que el subsuelo del territorio nacional es de todos y no de cada gobernador y que esa propiedad es exclusiva, excluyente e indelegable del Estado Argentino.
Además y entre otras definiciones fundamentales la nueva CN deberá declarar que esta nación honrará solamente la deuda externa pública legítima, o sea aquella que apruebe el Congreso por dos tercios, y no asumirá responsabilidad alguna ante endeudamientos dispuestos por funcionarios descontrolados.
Asimismo, deberá establecer para siempre que el negocio de la información no puede ser monopólico y cada servicio debe ser brindado por prestadores en competencia y sin exclusividad. Como en los Estados Unidos, donde bajo controles y límites precisos sólo se permiten expansiones en forma horizontal, lo que significa que los medios televisivos no pueden ser propietarios de diarios, revistas, radios o cables, ni los de éstos, propietarios de otros medios.
Una nueva Constitución, por espíritu nacional y conciencia popular, debería desautorizar absolutamente y para siempre toda política de destrucción del tejido industrial y productivo de la nación, que es la verdadera y única garantía de paz social. Y enmarcar una política agraria equitativa y protectora del pequeño productor, que impida o grave fuertemente al latifundio, garantice el arraigo y ponga en manos del Estado el manejo del comercio exterior tanto agrario como industrial.
Todo esto no es pura utopía, y estamos a tiempo de instalar esta conciencia en la ciudadanía. Por eso son inútiles las batallas ideologistas que llevan a perder tiempo para entretener a progres con necesidades básicas ultrasatisfechas.
Ahora lo urgente es recuperar los mejores sentimientos nacionales que nos fueron inculcados por generaciones, y que están vigentes. Esos que los dictadores traicionaron cuando Malvinas, y sin embargo siguen vivos. Esos que las jóvenes generaciones todavía pueden comprender, antes de que estos tipos privaticen incluso la educación y por ejemplo el año que viene, centenario de la reforma de 1918, empiecen a arancelar las universidades. Esos sentimientos de Patria que nos formaron como nación –y que honraron San Martín, Belgrano, Rosas, Yrigoyen, Perón y muchos próceres contemporáneos, radicales, socialistas y peronistas– aún tienen sentido a pesar de los colonizados como vemos en todos los partidos.
Acaso sea la última oportunidad de la Argentina, porque le están lavando velozmente la cabeza no sólo a los grandes, sino a los chicos. Los mantienen paveando ante dispositivos electrónicos mientras a los grandes los anestesian con Legrand, Tinelli y la telebasura, y también con ficciones envasadas cuyos guiones sólo fortalecen la ideología imperial dominante.
Así es como convierten a la ciudadanía en mercado, en meros consumidores. Y así degradan y neutralizan la potencia creadora de la juventud. Estos tipos son más que meros psicópatas perversos. Son abusadores de la confianza de millones de ciudadanos a los que primero engañaron, y ahora los violan en todos sus derechos e ilusiones.
La RC es el único camino. Pero no a la manera que la CN vigente dispone, que es un sistema que se prefeccionó durante un siglo y medio para que reformarla sea un laberinto imposible y nunca pueda cambiarse en profundidad. Por eso, aunque de origen liberal y progre para su época, hoy es ultraneoliberal y de hecho intocable y al servicio de quienes destruyen el trabajo, la educación y la paz.
El modelo de reforma es la de 1949, que fue la única de carácter social y que se canceló por un bando militar en 1956 ante la silenciosa aceptación de toda la clase política argentina, que en los últimos 61 años no dijo ni pío.
La CN debe reformarse ahora por voluntad popular, por plebiscito y para cambiar todo lo necesario en profundidad, en aras de una democracia participativa que no desdeñe la representatividad pero que no permita y sí castigue las traiciones de los representantes. Y debe habilitar reformas para ser siempre moderna, pero inmodificable en los principios.
Que nadie venga ahora con el cuento estúpido de que todo esto es idealismo. Esto es una tarea, señoras y señores. Ciclópea, noble, necesaria y urgente. Y quizás la última antes de que nos quedemos sin Patria.