Llegaron a las Malvinas cuando comenzaban la vida adulta. Estaban asomándose a la Primera de sus clubes o seguían en sus semilleros hasta que los llamaron a la guerra. Cambiaron su refugio natural en clubes como River, San Lorenzo, Huracán, Estudiantes o Los Andes por una pequeña trinchera o pozo de zorro. Ya no pertenecían a un equipo y sí a un regimiento, batallón o compañía que les auguraba un futuro más incierto que su sueño pendiente de ser futbolistas. Habían dejado de entrenarse en una cancha para el partido de cada fin de semana. Tuvieron que chapotear sobre una mezcla de barro y turba para esquivar las bombas inglesas. El 13 de junio de 1982, un día antes de la rendición, algunos soldados con la fatiga encima del combate, quisieron tener su breve momento de distracción. “Me desesperaba por escuchar el partido inaugural, el de Bélgica 1-Argentina 0 en el Mundial de España”, recuerda ahora Edgardo Esteban, colimba clase 62, periodista de Telesur y ex juvenil de Morón, San Lorenzo y Argentinos Juniors.
Juan Gerónimo Colombo dice que “Estudiantes, Bilardo y el fútbol me salvaron la vida”. La guerra postergó su debut en Primera casi un año. El 3 de abril de 1983 le tocó saltar a la cancha de Instituto de Córdoba contra Unión San Vicente. Jugó como siete partidos hasta que se rompió los ligamentos de la rodilla derecha. “Terminé mi carrera en Ferro de General Pico, y aunque viajé a España para incorporarme al Logroñés, por aquella lesión tuve que abandonar el fútbol. Vivo en Roque Pérez de mi jubilación y algunos alquileres”, le cuenta a PáginaI12.
Las historias de Esteban y Colombo son apenas dos entre casi una docena protagonizadas por pibes que anhelaban un destino de Primera y terminaron en las islas del Atlántico Sur. Esteban escribió Iluminados por el Fuego –con la colaboración de Gustavo Romero Borri– que fue llevado al cine por Tristán Bauer. El ex número 9 de Estudiantes –aunque es hincha de San Lorenzo– dice que haber pasado por ese club “fue como haber estado en Old Trafford con Zubeldía”. Cuando se acerca cada 2 de abril, lo convocan a charlas evocativas igual que al periodista. Los dos tienen en común otra cosa. Volvieron de las islas con hepatitis.
En la película donde lo interpreta Gastón Pauls, hay una escena en que los soldados juegan a la pelota en un gallinero. Esteban corrobora que ese picado existió. Hoy todavía afirma que “quería ser jugador de fútbol, pero fue mi gran frustración”. El corresponsal de Telesur en el país no pasó de la quinta división de Argentinos Jrs. “En las inferiores íbamos al polideportivo de Arata a ver cómo se entrenaba Maradona. Yo tenía de director técnico a Tardivo”, recuerda. Cuando volvió de Malvinas su rumbo futbolístico se desvió hacia el periodismo. Pudo seguir jugando de delantero en los torneos sindicales de prensa y ya no marcaba a Jorge la Chancha Rinaldi como en los juveniles. Lo marcaban a él colegas que no tenían demasiada idea de cómo patear una pelota.
Colombo cumple con el pedido de fotografías que le hicimos sobre su etapa de soldado-jugador. En una imagen se lo ve en cuclillas formado con la camiseta de Estudiantes y con el estadio Monumental de fondo. En la otra aparece vestido de colimba, con la ropa de fajina y la cara embetunada con su gran amigo, el conscripto José Luis Del Hierro cuyos restos se encuentran en el cementerio de Darwin. El delantero cuenta que Roque Pérez ya no es lo seguro que era cuando se instaló ahí. También explica que quebró la principal empresa avícola del pueblo. Criave empleaba a unos 3000 trabajadores de manera directa e indirecta y exportaba pollos a Rusia y Hong Kong. La importación de aves brasileñas, combinada con el tarifazo, destruyó la economía de la principal fuente de trabajo local.
En 2016 el periodista Andrés Burgo publicó el libro El partido sobre el imborrable Argentina 2-Inglaterra 1, por los cuartos de final del Mundial de México 86. En el trabajo se brindan detalles sobre los doce futbolistas que lucharon en Malvinas. A Colombo y Esteban hay que sumarles los casos de Omar De Felippe y Luis Escobedo –los dos jugadores que llegaron más lejos en sus carreras deportivas–, Javier Dolard (inferiores de Boca), Gustavo De Luca (River), Héctor Cuceli (San Lorenzo), Claudio Petruzzi (Rosario Central), Raúl Correa (Mandiyú de Corrientes), Sergio Pantano (Talleres de Remedios de Escalada), Julio Vázquez (Centro Español de la Primera D) y el arquero Héctor Rebasti, quien pasó por el semillero de San Lorenzo pero cuando lo mandaron a las islas integraba el plantel de Huracán.
Al club de Parque Patricios volvería De Felippe después de la guerra. El conscripto se carteaba con su amigo Claudio Morresi, cuyo hermano Norberto fue desaparecido por la dictadura hasta que sus restos fueron identificados por el EAAF en democracia. Aquel le escribió una vez desde su trinchera: “Quiero que me hagas una gauchada. Decile a Rendo si todavía está, que no se le ocurra dejarme libre porque voy a ir con mi ametralladora y no va a quedar nadie”. Alberto Rendo fue ídolo de Huracán y San Lorenzo, un crack de otra época. El recluta que se transformaría en jugador de primera división en 1983 y en entrenador de muchos equipos después (el último fue Newell’s) solía cargar un arma de 11 kilos, su ametralladora MAG. Salvó su vida porque saltó de su refugio unos segundos antes de que cayera una bomba. Lo había llamado su capitán para ir hacia otro lugar. Fue providencial.
Burgo cree recordar que a la lista de doce colimbas-futbolistas podría agregársele algún caso más. En su libro, Rebasti le contó que aquella victoria contra los ingleses con los dos goles de Maradona –el de la mano de Dios y el mejor de la historia de los Mundiales– fue como “el triunfo de la clase 62”. Una manera de ver la guerra que durante su desarrollo dejó secuelas de soldados estaqueados, hambreados y congelados en sus pozos de trinchera con la única compañía de un FAL. Escobedo, ex jugador de Los Andes, fue uno de ellos. Sufrió un principio de congelamiento en los pies. Las consecuencias de Malvinas lo persiguen hasta hoy. Hace pocos días viajó a las islas con un grupo de siete ex combatientes de la zona de Lomas de Zamora.
En el cementerio de Darwin fueron a homenajear a los caídos en combate. Cantaron el Himno nacional, gritaron “viva la patria” y desplegaron un cartel que decía “Territorio argentino”. Los detuvieron y les incautaron los pasaportes, celulares, cámaras y otros objetos de valor. El ex defensor declaró que “nos denunció un chofer isleño que llevaba a un periodista austríaco, no le gustó e hizo la denuncia”. La historia oficial no se compadece de este tipo de casos, como lo demostró el gobierno de Mauricio Macri, que no dijo ni una palabra. Los veteranos tuvieron que batallar durante años por un reconocimiento, se suicidaron unos quinientos o más – no hay estadísticas precisas– y el fútbol que suele amplificar las tragedias, en determinadas ocasiones les dio visibilidad. Su lucha de 37 años hizo lo demás.