El verano pasado, Silvia, mi mujer, me leyó “El capote” de Nikolái Gógol. El crudo invierno ruso supo ganarle terreno al calor de City Bell. Como la buena literatura crea materialidades, el frío de San Petersburgo me hizo ahorrar luz: casi ni prendí el aire acondicionado. Pero el mayor beneficio fue que el cuento me sirvió como germen para pensar un mash up del relato de Gógol. Los tiempos cambian, ya no es un capote el elemento de distinción, sino la tecnología y en especial los celulares. El protagonista, un becario del CONICET, sería la versión actual de los viejos copitas. En esta adaptación, abreviada, se respetan varios de los núcleos narrativos del texto original, así como también cierta burocracia retórica.  El final trae, en espejo, el fantasma de los tiempos. O algo así.