El presidente del Festival de Cine de La Habana, Iván Giroud, viajó a la Argentina a presentar su nuevo libro El pretexto de la memoria. Una historia del Festival de Cine de La Habana (Ed. Capital Intelectual). Director de la muestra cinematográfica –una de las más importantes del cine latinoamericano– entre 1994 y 2010, Giroud es desde 2013 su presidente. Sucedió en el cargo al gran intelectual Alfredo Guevara, que había fundado el Festival y que falleció en abril de 2013. “Primero no había una idea de libro”, confiesa Giroud en la entrevista con PáginaI12. Había comenzado a escribir unas viñetas mientras residía en Madrid entre 2008 y 2013. “No guardo diarios ni tengo apuntes pero tengo buena memoria. Aunque como digo en el prólogo, la memoria es tan selectiva, tan caprichosa y tan absurda. Quizás uno no recuerda las cosas por importantes que sean sino porque uno no tiene ni conciencia de por qué las recuerda”, comenta este ingeniero civil que dedicó –y dedica– buena parte de su vida al cine.
El libro es un relato entre 1988 y la actualidad tan jugoso como atrapante. Si bien el festival fue creado en 1979, Giroud narra, lejos de toda solemnidad, desde que comenzó su trabajo en la muestra a través de distintos roles. Es también, en paralelo, un relato de la historia cubana porque muchas de los recuerdos que expone con precisión están enlazados con la realidad de la isla, sobre todo en aquellos años del Período Especial, como denominan los cubanos al proceso que debió afrontar su país tras la caída de la Unión Soviética. La publicación repasa las visitas más resonantes que tuvo el festival en todos estos años y los principales acontecimientos que sucedieron. “Recién en el verano del 2011, que estaba de vacaciones, traté de hacer el ejercicio de obligarme a escribir algo sobre cada edición del festival”, afirma Giroud.
–Este año se cumplen seis décadas de la creación del Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (Icaic) y en 2018 se cumplieron cuarenta años de la fundación del Festival de Cine de La Habana. ¿Cómo se vio reflejada la impronta de la Revolución en ambos a lo largo de todos estos años?
–Bueno, el Icaic es la Revolución. Fue la primera institución cultural que creó el nuevo gobierno revolucionario. Fue la Ley 169 del gobierno. Inclusive, antecedió a la Reforma Agraria, que ya estaba escrita pero que se dio a conocer un mes después. El Icaic surgió por esa voluntad y por esa necesidad que tenía la Revolución de recoger un repertorio de imágenes y narrar la historia desde otra perspectiva. Una voluntad también de construir una nueva imagen que no estaba recogida en el cine y de llevar esa imagen a todas partes, a todos los rincones.
–¿Cómo analiza el cine cubano de los inicios del festival en relación al momento actual?
–Cambió mucho. Yo entré al festival en el año 88 y era un momento en que el Icaic podía producir bastantes películas al año. Producía entre ocho y nueve largometrajes al año. Había mucha más variedad. Y sobre todo en esa época predominaba la comedia. Ya en la década de los 80 el cine cubano tenía una intención de ir a recuperar un diálogo más popular. Había hecho los grandes frescos históricos, ya había construido un nuevo cine, pero decidió en ese momento ir en busca de más público. Y empezó esa comedia que, al principio, no era tan crítica pero que lo terminó siendo y también hasta fue incómoda por momentos. Yo creo que el cine cubano y el Noticiero Icaic (que desapareció en el 90) son el reflejo de la sociedad cubana. Si se quiere reconstruir esos años, la imagen del cine cubano ayudará mucho a los estudiosos para lograrlo.
–Usted comenzó como director del festival en 1994. ¿Fue difícil sostenerlo en el Período Especial?
–Fue muy difícil. Fue difícil sostenernos como país y fue muy difícil sostener el cine cubano, el Icaic y la cultura porque realmente eran momentos de supervivencia. Recuerdo que, en términos de comunicación, se llamaba “La opción cero”. Estábamos sufriendo apagones. Los cortes energéticos eran brutales. A veces, teníamos energía eléctrica sólo doce horas del día. Entonces, ¿cómo mantener un festival? Y ahí se impuso mucho la voluntad de Alfredo Guevara, ese sentido de la importancia de la cultura como elemento de cohesión y de defender el festival por encima de todo y hacer un esfuerzo. Fue muy difícil hacerlo en esas condiciones. Eso también fue coincidiendo también con un cambio y una transformación de los paradigmas del mismo desarrollo del cine y de la tecnología, y de la paulatina desaparición de los cines de barrio. Entonces, fueron muchas cosas que atentaron, más los problemas internos que había en la ciudad y en el país con el transporte público. El festival ya era masivo y ya había conquistado a la ciudad. Yo creo que fue una proeza. No mía. Estoy lejos de pensar que fue mía porque yo era uno más del equipo. Fue también una proeza política, una concepción muy clara de que en los momentos más difíciles no se puede desatender la cultura porque es fundamental.
–Un año antes de que usted asumiera como director, en 1993, se estrenó un film que hizo historia: Fresa y chocolate, de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío. ¿Cómo recuerda aquel estreno en la décimo quinta edición?
–Esa película nos dejó impactados. Yo recuerdo haber visto un primer corte y cuando la descubrí ya me imaginé que podía ser aquello. La película abrió el festival número 15. El público estuvo de pie ovacionándola unos quince minutos. Y fue un delirio. Fue algo que yo no he vuelto a vivir. Una experiencia única e irrepetible.
–Entre tantos grandes actores y directores que pasaron por el festival estuvieron Jack Lemmon, Gregory Peck, Robert De Niro, Arthur Penn, Sidney Lumet y Francis Ford Coppola. ¿El festival siempre demostró una apertura en la elección de sus invitados, más allá de que se trata de una muestra latinoamericana?
–Siempre el festival quiso ser un foco sobre América latina, pero establecer un diálogo entre ese cine y el cine internacional. Un diálogo muy abierto con las figuras progresistas del cine norteamericano, que también estaban interesadas en conocer Cuba y el cine latinoamericano. El festival siempre ha trabajado en la dirección de no hacer un cine sólo para nosotros sino destacar un cine, hacerlo visible y hacer el mayor esfuerzo para que ese cine sea reconocido en el mundo entero.
–En 2001, cuando estaba el conflicto del “niño balsero” Elián González triunfó 90 millas, un documental sobre el conflicto de la emigración, realizado por Juan Carlos Zaldívar, un cubano radicado en Estados Unidos. ¿Cómo se vivió esa experiencia?
–Se vivió natural. Creo que ese mismo contexto hacía posible esa sensibilidad (inclusive podía estar exacerbada) que una película así, que estaba hecha con todo amor, con todo respeto y con mucha calidad triunfara. Creo que ese mismo contexto ayudó a que ese tema tuviera una mayor visibilidad.