Dos de cada diez jóvenes busca trabajo y no encuentra. La desocupación entre las chicas menores de 29 años llega al 21, 4 por ciento -más del doble que el promedio general que es del 9, 1 por ciento-, en un contexto de aumento de la falta de trabajo, ya que en el 2017 era del 7,2 por ciento. Ahora todos están peor. Pero las mujeres peor que los varones. Ellos sufren la falta de empleo en un 8,2 por ciento y ellas en un 10, 2 por ciento. Pero entre las sub 29 -y en algunos lugares del país- la cifra del riesgo país real se enciende a rojo. El desempleo llega al 40 por ciento en Río Gallegos entre las que todavía no alcanzan las tres décadas; 31 por ciento en el Gran Rosario; a 28, 2 por ciento en Rawson y Trelew; a 27, 6 por ciento en Neuquén y Plottier; a 26,5 por ciento en Mar del Plata; a 26, 3 por ciento en San Nicolás y Villa Constitución; a 25, 8 por ciento en los partidos del Gran Buenos Aires; a 25, 3 por ciento en Bahía Blanca y a 21, 3 por ciento en Jujuy y Palpalá, según el informe del Mercado de trabajo, tasas e indicadores socioeconómicos (EPH), sobre el cuarto trimestre del 2018, difundido por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), el 21 de marzo último.
Un varón adulto porteño de 40 años tiene cuatro veces más probabilidades de conseguir un sueldo que una chica de Lanús. La diferencia de género, de edad y de territorio marca la diferencia. Y el dinero marca la autonomía para seguir estudiando, hacer deportes, mantener a la familia, independizarse o poder salir de situaciones de violencia. De Norte a Sur, en el mar y en la pampa, las chicas sufren más los golpes de las crisis económicas. Y eso las somete a otras opresiones. Es un problema histórico, sí. Pero en retroceso. En el 2013 la desocupación feminizada era del 16,2 por ciento. Ahora en lugares de Santa Cruz, Santa Fe, Chubut y la Provincia de Buenos Aires subió, en promedio, al doble que hace seis años.
La desocupación indica quiénes buscan trabajo y no consiguen: ni siquiera registra a las desalentadas o excluidas. Mientras que la tasa de actividad es quienes sí tienen algún empleo o changa: El 48, 5 por ciento de las mujeres está activa y ese ir y venir con la billetera al menos malabareando cómo llegar a fin de mes por los propios medios es mucho menor que la de los varones que llega al 69,5 por ciento, según datos del segundo trimestre de 2018. “La tasa de empleo para población mayor de 13 años fue del 43,3 por ciento para mujeres y para varones del 63,5 por ciento. A su vez, el 18,3 por ciento de las mujeres mayores de 14 años no estudia ni percibe ingresos propios, mientras que solo están alcanzados por esta situación el 9,9 por ciento de los varones”, señala la investigadora Laura Pautassi, doctora en Derecho e investigadora Conicet, de la Facultad de Derecho de la UBA.
Ella enmarca que la crisis pone la pata en la posibilidad de la autonomía que es la principal clave para que las mujeres no bajen la cabeza ante la violencia en sus hogares, la calle o el trabajo y que no hay igualdad de género ni de origen de nacimiento: “En términos de autonomía económica se comprueba que la brecha existente en Argentina es significativa, con escasas posibilidades de reversión en el corto plazo, ya que como muestra un estudio del Ministerio de Trabajo de la Nación las brechas de participación entre provincias son alarmantes. Así, la tasa de actividad de mujeres de 15 años y más en la Ciudad de Buenos Aires alcanza al 58,6 por ciento, mientras que en Formosa llega al 30,3 por ciento, casi 20 puntos porcentuales por debajo del promedio nacional, según datos del Instituto Nacional de las Mujeres (Inam)”.
Ni un camino propio
“Mi cuerpo, mi decisión”, es un lema del feminismo. Pero sin “Mi dinero, mi decisión” no hay cuerpo ni vida ni cuarto propio por más derechos que estén escritos y borrados con la falta de plata para vivir según las propias reglas. La periodista económica Estefanía Pozzo, de Futurock y El Cronista advierte: “Los caminos de la autonomía están muy ligados a la independencia económica. Tener plata en la billetera es una gran herramienta para poder construir el camino propio y no depender de un varón o una estructura familiar que imponga una serie de mandatos a cambio del sometimiento económico. La rigidez del mercado laboral en tiempos de crisis complica la cuestión: no se generan puestos de trabajo, hay despidos, no se renuevan los puestos que van quedando vacantes. A quienes más afecta esto es a las personas jóvenes y especialmente a las chicas, que concentran las tasas más altas de desempleo y también a las personas trans y no binarias, de las que ni siquiera tenemos estadísticas”.
La desocupación es un problema, pero también tener trabajo y, sin embargo, no contar con derecho a la licencia por enfermedad, vacaciones y/o jubilación. Estar a la sombra de los derechos tampoco es igual para todos. Es más oscuro para las mujeres y disidencias sexuales (que no están medidas oficialmente). Elva López Mourelo, especialista en mercados de trabajo inclusivos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) Argentina remarca: “En Argentina la informalidad las penaliza a ellas en mayor medida. Las mujeres registraron una tasa de empleo no registrado del 37 por ciento, mientras que la tasa de los varones se ubicó 5 puntos por debajo en 32 por ciento, según datos del tercer trimestre de 2018. La educación y los servicios de salud son las actividades con más presencia de mujeres de hogares con ingresos medios, mientras que el trabajo doméstico constituye la inserción laboral más común en el caso de mujeres procedentes de contextos de menores ingresos”. Mientras que, a nivel mundial, la mayor informalidad es masculina, según el informe “Mujeres y hombres en la economía informal” publicado por la OIT.
¿Qué hace la diferencia? La mayor cantidad de mujeres que, en Argentina, se dedican a lavar la ropa, planchar y lavar los platos en casas ajenas y propias. Limpiar, cocinar, hacer las camas para que otrxs duerman, coman y trabajen o descansen cuando vuelven de trabajar. Pautassi remarca: “Persiste la concentración de mujeres en el trabajo en casas particulares (con 75 por ciento de falta de registración). Actualmente dos de cada tres mujeres se ocupan en puestos de baja calificación con prevalencia de ocupadas en servicios generales, sector comercio o gestión administrativa y con una brecha salarial del 25 por ciento en relación con la de los varones”.
El 3 de abril fue el día nacional de las empleadas domésticas (que en Argentina llegan a un millón y el 95 por ciento son mujeres), en conmemoración a la promulgación de la Ley de Trabajadoras de Casas Particulares, en 2013. Pero la conmemoración no mejora sus derechos. Pozzo enfatiza: “Un dato que explica la feminización de la pobreza es lo que sucede entre las trabajadoras domésticas, procesados por Natsumi Shokida, en base a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Las empleadas domésticas son el 17 por ciento del total de mujeres trabajadoras argentinas. El 76 por ciento de ellas no está registrada por sus empleadores y no tienen cobertura de salud y tampoco días pagos por enfermedad. Estas mujeres, además de no tener derecho ni a enfermarse, tienen ingresos menores a 5600 mensuales, menos de la mitad del salario mínimo vital y móvil”.
Postal del deterioro
El impacto del aumento de la pobreza en las que paran la olla o rascan cuando no hay nada o inventan meriendas cuando la leche llega diluida para estirar la sed y el hambre todavía no tiene números oficiales porque el mayor deterioro se generó en el segundo semestre del 2018 y en el principio del 2019. La postal de la realidad tarda en decir lo que ya se late en las heladeras vacías y los supermercados con góndolas que parecen la ostentación de lo que se aleja de las posibilidades. Pero, no hay dudas, que las chicas y las doñas, son las que más padecen la crisis. La economista Corina Rodríguez Enríquez, e investigadora del Conicet en el Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp) señala: “Las mujeres siguen sobrerepresentadas en todas las manifestaciones de informalidad/precariedad laboral (subempleo horario, no registración, empleo por cuenta propia de baja calificación); en las crisis estas brechas a veces se reducen levemente porque la situación de los varones se deterioran más rápido y porque las mujeres tienen a permanecer más en el mercado laboral (justamente para paliar el deterioro en la condición de empleo e ingresos de los varones), de hecho, se verifica un leve incremento en la tasa de participación de las mujeres que podría estar mostrando este efecto amortiguador de la fuerza de trabajo de las mujeres; la reducción en la brecha no es una mejora para ellas, sino un empeoramiento de los varones, que se revierte rápidamente cuando las condiciones mejoran y es de esperar que el incremento de la pobreza en Argentina implique una mayor incidencia relativa para mujeres y para niños, niñas y adolescentes”.
Por un lado, las jóvenes no encuentran trabajo, las adultas sufren la pobreza y las mayores están más afectadas por el impacto en las jubilaciones y el corte en la moratoria que se conoció como jubilación para amas de casa que corta la posibilidad de ser reconocida después de trabajar en tareas remuneradas o no remuneradas. “Básicamente las recientes reformas afectan a quienes cumplan con la edad jubilatoria y no con los años de aportes ya que se vence la moratoria, no se renueva y está circulando en medios de comunicación que van a comenzar a poner condiciones a la Pensión Universal para el Adulto Mayor (PUAM) que va a incrementar la desprotección de las mujeres, que son quienes presentan más elevadas tasas de no registro y desempleo. Por ende, no llegan a sumar los años de aportes”, alerta la docente Alejandra Beccaria, investigadora del área de política social e integrante del Observatorio del Conurbano Bonaerense, del Instituto del Conurbano de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS).
Ella explica: “La PUAM fue creada en 2016 y brinda una transferencia de ingresos equivalente al 80 por ciento del haber mínimo previsional a todos los adultos mayores de 65 años y más. Si bien esta política significó la creación de un nuevo derecho, orientado a quienes no pueden acceder a una jubilación como consecuencia de no tener los años de aportes requeridos (30 años) significó brindar menos derechos que aquellos que otorgaba la moratoria previsional (una política que desde los años 2005 y 2006 buscó dar solución al problema de imposibilidad de acceso al sistema previsional por falta de años de aportes) ya que equivale al 80 por ciento del haber, no genera derecho a la pensión, no pueden acceder las mujeres de 60 a 64, el grupo con mayores problemas de cobertura. Y, además, comenzó a restringirse el acceso a la PUAM. Por un lado, en el Presupuesto de 2019 se estableció que no podrían percibir el beneficio aquellos adultos mayores que trabajaran y, más recientemente, desde ANSES se informó que en el corto plazo se establecerán condiciones de acceso: de patrimonio, de ingresos y de consumos. Además, en julio de este año vence el plazo para el acceso a la moratoria y no será extendido. Esto afecta directamente a las mujeres (ya que para los varones había vencido) y, sobre todo, a aquellas que se encuentran entre los 60 y 64 años”.
Las jóvenes no encuentran trabajo y las mayores no van a encontrar cómo vivir si se dedicaron al trabajo doméstico o cuidaron a los hijos e hijas y no llegan a tener recibos de sueldo durante treinta años seguidos -donde llevaron a la escuela, dieron la teta o hicieron la cola para conseguir vacunas-. Las más chicas pierden trabajo y las más grandes pierden el derecho a recibir el fruto de su trabajo. “Teniendo en cuenta que el sistema previsional considera la performance de la vida activa (haber trabajado treinta años en el mercado de trabajo formal) y las mujeres son quienes evidencian mayores tasas de informalidad y desempleo cuesta mucho que a los 60 años puedan acceder al sistema jubilatorio. Por eso políticas como la moratoria buscaban suavizar esas brechas”, grafica Beccaria.
Pero el impacto de la crisis en el cuerpo de las mujeres -que le ponen el cuerpo a los cuidados familiares y sociales- ya no se suaviza con un Estado presente. Ahora, hay vallas para arrancar la vida laboral y vallas para terminar la vida laboral. Un callejón sin salida que busca otras salidas sociales.