Fue definido como “el cantor de las cosas simples”, y algo de eso tuvo. Con esa simpleza habló en sus canciones de cuestiones fundamentales (los amigos, el amor, la familia, los animales). Y dejó en forma de canción frases que se volvieron muy populares: “Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío”. “Era callejero por derecho propio”. “A partir de mañana empezaré a vivir la mitad de mi vida”. Por estas y otras letras y músicas será recordado Alberto Cortez, que falleció este jueves a los 79 años en España, donde vivía desde hacía más de cincuenta años.
Su manager confirmó también la noticia de su muerte, luego de dos semanas de internación en el Hospital Universitario HM Puerta del Sur, en Móstoles, en las afueras de Madrid, cerca de donde el músico vivía. Cortez seguía actuando y girando por toda Latinoamérica, donde siempre tuvo gran popularidad, y hace unos días había cancelado los shows que tenía previstos en República Dominicana y Puerto Rico, por su estado de salud. Según trascendió, sufrió una hemorragia gástrica que se agravó el miércoles por la noche.
“A partir de mañana”, “Cuando un amigo se va”, “Callejero”, “Castillos en el aire”, fueron algunos de sus muchos temas recordados, entre los que también están “Mi árbol y yo”, “Te llegará una rosa” o “El abuelo” (los que tienen más de cuarenta seguramente comenzarán a tararear cada uno ante su sola mención, tan radiales como fueron unas décadas atrás). Sus discos se cuentan por decenas, a los que se suman varias recopilaciones. Cantó a Atahualpa Yupanqui en los comienzos de su carrera; grabó con Mercedes Sosa, con Estela Raval, con Ricardo Arjona; dejó su registro sinfónico, repasó su obra junto a Ricardo Miralles, y con su gran amigo Facundo Cabral emprendió en los 90 el proyecto Lo Cortez no quita lo Cabral, que dejó dos discos y varias giras.
Había nacido como José Alberto García Gallo en Rancul, un pueblo al norte de la provincia de La Pampa, el 11 de marzo de 1940. Fue en Bélgica, adonde con apenas veinte años había ido a probar suerte, donde lanzó su carrera. Su primer disco, de hecho, fue grabado allí. En 1964 se radicó en España, aunque siguió viajando con frecuencia y dando conciertos en la Argentina, sobre todo en los 80 y 90.
Fue aquí, en 1996, mientras hacía temporada en Mar del Plata, donde sufrió un accidente cerebrovascular por una obstrucción de carótida. Estuvo clínicamente muerto. El entonces presidente, Carlos Menem, dio la orden de que lo atendiera el mismo equipo médico que lo había operado a él y después lo invitó a la Casa de Olivos para cumplir con su rehabilitación, junto a su esposa, su madre y sus fisioterapeutas. Un año después, ya recuperado, Cortez volvió a la Argentina y, cuando cantaba “Mis amigos”, comenzó a enumerar a las personas que considera sus amigos: Joan Manuel Serrat, Jorge Valdano, Víctor Heredia, Carlos Menem... Todo el teatro silbó durante un buen rato.
“Me dolieron mucho esos silbidos. Me enojé y les dije a los que habían ido a verme: ‘Ahora silban... se ve que ninguno de ustedes lo votó’. No puedo dejar de reconocer que él fue el hombre que de alguna manera facilitó que me salvaran la vida. Y que nunca me pasó factura por lo que hizo por mí. El sabía perfectamente que yo no estaba de acuerdo con sus ideas. Siempre me cargaba con que yo era radical. Yo le decía: ‘Más radical es usted, que piensa que todos los que no son peronistas son radicales’”, se reía Cortez al recordar la anécdota.
El libro Alberto Cortez, la vida, en el que la periodista argentina Laura Etcheverry trabajó durante cuatro años, ofrece una detallada biografía del cantautor, que incluye entrevistas con amigos como Víctor Heredia o Joan Manuel Serrat. Allí también Cortez se detiene sobre este episodio y habla de otro de sus amigos, el pintor Oswaldo Guayasamín, que le hizo un retrato cuando volvió a la actividad artística después de aquel incidente, retomando la gira por Quito.
Alberto Cortez escribió su gran éxito “Cuando un amigo se va”, contó, tras la muerte de su padre. “El se fue a los 48 años y era mi amigo. Fue el dolor más grande que atravesé”, aseguraba. Decía también que siempre escribía sobre historias reales; a lo sumo, sobre sueños que había tenido. “Algunos creen que bromeo cuando digo que no tengo imaginación. Pero es la estricta verdad. Soy incapaz de inventar historias o personajes, y entonces no tengo más remedio que recurrir a la realidad. Si hay algo fantástico, es la realidad”, definía en una entrevista con PáginaI12.
Cuando se le pedía que describiera el lugar en el que vivía, y que siempre decía que no iba a abandonar, en España, recitaba los versos de su canción “La bordadora de luz”: “Una casa en mitad de la pradera, con un patio soleado y un manzano. En el tronco apoyada la escalera, y unas cuantas manzanas en las manos (...) En un bastidor pequeño, la bordadora de luz, a medios puntos de cruz, cantando borda los sueños. Sobre el piano, unas cuantas partituras, un café y en mitad del cenicero, reluciente, porque uno ya no fuma, la goma de borrar es un lucero”. La bordadora de luz a la que hacía referencia Cortez era su esposa, una belga que había conocido a los veintipico. Que lo había abordado a la salida de un recital y le había dicho: “Hablo poquita español, y gusta muchou su música”. “Ella es la que limpia con su luz el paisaje para que yo pueda desarrollar mi trabajo. Sin ella no podría sentarme a escribir”, aseguraba Cortez con una sonrisa.