Luego de su paso por la vicepresidencia del Banco Central, de la cual fue desplazado en medio de la crisis cambiaria y la aceleración record de la inflación, Lucas Llach asumió ayer como vicepresidente del Banco Nación. El economista llegó en reemplazo de Juan José Gómez Centurión, quien renunció en marzo pasado. Llach llega a la entidad pública en medio de una fuerte crisis de liquidez, que la forzó a recurrir a la Anses para acceder a financiamiento por 5000 millones de pesos por 15 días a una tasa anual del 41,5 por ciento.

Llach fue eyectado del Banco Central el 14 de junio del año pasado, una semana después de la firma del primer acuerdo ‘stand by’ con el Fondo Monetario y en plena profundización de la crisis cambiaria. El esquema de metas de inflación que se promovió durante la gestión de Federico Sturzenegger, que él acompañó, terminó en un sonoro fracaso y todavía hoy es recordado por haber proyectado una inflación de 10 por ciento para 2018, año en el que los precios subieron 47,6 por ciento. Una vez fuera de su cargo, el economista egresado de la Universidad Torcuato Di Tella y con un doctorado en Harvard reconoció que las medidas que promovió “no fueron exitosas y eso tuvo algún efecto sobre la credibilidad”.

Llach es hijo del economista y sociólogo Juan Llach, quien fuera mano derecha de Domingo Cavallo entre 1991 y 1996 en el Ministerio de Economía, y luego ministro de Educación de Fernando de la Rúa. Antes de asumir como vicepresidente del Banco Central, Lucas había cobrado notoriedad en los medios cuando se presentó en 2015 como compañero de fórmula del radical Ernesto Sanz en las PASO contra Mauricio Macri. Esa fue su puerta de entrada a la arena política, ya que hasta ese momento se definía como un militante de las redes sociales. De hecho, varias de sus publicaciones le generaron más de un dolor de cabeza.

Durante su permanencia en el directorio del Central ofició de vocero de la política cambiaria, en plena gestación de la famosa “bomba de las lebac”, pero no dejó de ser un activo tuitero. Previo a una conferencia de prensa en marzo del año pasado, el entonces vicepresidente del BCRA celebraba, en las primeras intervenciones ante una incipiente corrida cambiaria, que “por “primera vez en 208 años de vida independiente tendremos una corrección del tipo de cambio real ante un shock internacional (más fuerte en Argentina por su vulnerabilidad fiscal/externa) sin control de capitales y sin cambio de régimen”. De esta manera, desechaba los cuestionamientos del impacto de la devaluación en precios.

“No hay manera de proteger el empleo cuando las condiciones se vuelven peores que con alguna corrección del tipo de cambio real”, insistió en Twitter. Lo que sucedió después fue conocido. La corrida no logró domarse y el dólar subió un ciento por ciento contra el peso. El Central quedó atado a las exorbitantes tasas de interés que le exige el sistema financiero para no irse al dólar, de entre 60 y 70 por ciento, mientras que la fuga de capitales que provocó la desregulación de los controles cambiarios decantó en un nuevo acuerdo de endeudamiento con el FMI. En junio, también de la mano de Sturzenegger, renunció como vicepresidente del Central.

Al mes siguiente, reconoció que “que es muy difícil hacer intervención cambiaria en países tan volátiles porque la información va cambiando todo el tiempo”. “Cuando el dólar empezó a subir hubo algunas intervenciones del Central que no fueron exitosas y eso tuvo algún efecto sobre la credibilidad”, admitió. También comentaba entonces que “la tasa en 40 por ciento es altísima. Pero se trata de una tasa que todo el mundo sabe que es para una situación de crisis financiera. Es temporal e irá tranquilizándose a medida que se calme la situación cambiaria”. Ahora, como vicepresidente del Banco Nación, se moverá con una tasa que bordea el 70 por ciento.