Distintos intelectuales y analistas han señalado últimamente que pareciera más sencillo imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, es decir, del sistema socio-económico actual, nacido en Europa y “exportado” a todo el mundo, conquista y dominación imperialistas mediante. Y que tiene algunos siglos de existencia dentro de las largas y diversas etapas de miles y miles de años en el devenir de las sociedades humanas. Ema, la partysana, nueva nouvelle del marplatense Esteban Prado publicada por la también marplatense editorial Letra Suda- ca, se puede inscribir dentro del largo y multidimensional arco literario que va de La guerra de los mundos (1898), de H. G. Wells, a La carretera (2006), de Cormac McCarthy, junto a Nosotros de Yevgueni Zamiatin, Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, entre otras obras ya clásicas o canónicas.
El libro de Prado es una narración de ciencia ficción y distopía, de momentos apocalípticos y posapocalípticos. Segunda parte de una trilogía que comenzó con Ana, la niña austral, el libro funciona separadamente aunque contiene lazos y ligazones temporales-generacionales.
Con el colapso, acaecido en esos mismos pagos turísticos, se promueve una suerte de cofradía secreta, clandestina, que busca e intenta atacar y boicotear a los poderes que aún se mantienen en pie, en un país que podría ubicarse temporalmente –por un par de menciones que permiten hacer cálculos, a quien le interese hacerlos– alrededor de un no tan lejano año 2060. Allí la narración se juega, entonces, entre las nociones de pérdida (derrumbe y éxodo) y activismo, rutinas públicas como disfraz y paranoias, rebeldías y conspiraciones. Y la relación entre las tecnologías digitales y las analógicas. “Amador y Ema se pasan la noche entera especulando sobre la importancia de las profesiones analógicas y deciden esconder el corazón de los Partysanos, la notebook, en el techo de los baños del galpón, donde no correrá peligro. Por un momento, durante esa noche, son tan naifes como pueden y piensan que el gremio de electricistas junto con el de los plomeros va a tomar el poder, pedir la autodeterminación y volver a empezar. No es así. No hay suerte, no hay revolución, no hay siquiera asamblea”. Es la distopía subsumiendo a la utopía y a las esperanzas en lo colectivo.
Por otra parte, ¿el mal proviene del mar? ¿De las aguas del océano? La enfermedad, la epidemia y la muerte, cuyos orígenes parecieran desconocidos, superan con creces a la high-tech y a los poderes establecidos, y así quienes se autodenominan “Partysanos” –término proveniente de una suerte de apócrifa composición musical atribuida al “Indio” Solari–, ante la deteriorada y crítica situación, se lanzan a la acción. Autoridad(es) versus sociedad civil, una ciudad vaciada y abandonada y campos de refugiados (regenteados por los “SIIOS”, fuerzas de control y “orden”), muros, y hasta sectores originarios, en “las sierras”, con su propio gobierno, economía y leyes (territorios “ocupados por una comunidad quechua-aymara que funciona como un pequeño feudo”), son otros elementos que estructuran la escritura, a la par que prosiguen los cambios y modificaciones en los cuerpos y las mentes de las y los protagonistas, haciendo al propio ritmo, prácticamente ininterrumpido, por momentos cinematográfico, de la historia.
Hay varios personajes más que tienen su aparición con sus improntas, a veces un tanto difusas o inconclusas, en Ema, la partysana. Su temática, común al “género catástrofe” y de “destrucción total”, se hibrida también con lo histórico-bélico. Dice Ema, charlando con su hija en una terraza, hacia el final de la historia: “Le cuento de una tía de papá, de una tía abuela de papá que le tenía terror al año nuevo porque le recordaba a la guerra. A qué guerra, me dice Sara. Recuerdo fechas más o menos al azar: la del catorce, la del diecisiete, la del diecinueve, la del treinta y seis, la del treinta y nueve, la del cuarenta y ocho, la del sesenta y nueve, la del noventa y dos, la del dos mil uno, la del dieciséis, la del veintisiete y así hasta el desastre. Cuando termino el repaso, me quedo pensando: esas guerras son para otros, los Partysanos sabemos que de la guerra no se vuelve con miedo porque no se vuelve, porque no acaba”.
La guerra con sus desquicios, represiones y control social, y las transformaciones en los seres humanos, perdidas sus habituales y tranquilizadoras rutinas, son los tópicos que tematizan la oposición entre las esperanzas y la realidad. Una realidad que, más que ficcional, pareciera poder emerger –aun con parte de sus datos “alterados”, “deformados”, hipostasiados– de nuestro propio y gris presente.