Una medianoche del 2006 fui con mi abuelo al Malba a ver The Rocky Horror Picture Show. Tenía 17 años. No recuerdo de dónde había sacado las ganas de verla, ni por qué le pedí a mi abuelo que me acompañara. Lo que sí tengo muy presente es que estaba repleto de gente, jóvenes de negro y cuero sintético.

De chica, los viernes mis papás se iban al cine y con mi hermano nos quedábamos con mi abuelo, Quique. Nos llevaba al videoclub para que eligiéramos una película. Ir a alquilar una película con él era una batalla perdida. Ya sabía que esa noche no iba a ver Gremlins, sino que otra vez tocaba el Gordo y el Flaco o Chaplin. 

Cuando llegamos al Malba ya no había más entradas. Parece ser que era una película de culto y se había agotado. The Rocky Horror Picture Show es un musical de 1974, que luego de fracasar en la matiné, se volvió un éxito en los cines a la medianoche. Era una fiesta ir a verla. La gente se disfrazaba de los personajes y cantaba las canciomes junto con Tim Curry y Susan Sarandon.  

Ya estaba dispuesta a aceptar la derrota, pero mi abuelo me dijo que esperara y se acercó a la boletería. Yo lo observaba de lejos. Se inclinó sobre el mostrador y le dijo algo al oído a uno de los boleteros. Mi abuelo tenía fama de ser capaz de conseguir entradas para lo que fuera. Era noctámbulo, se la pasaba en el cine, en el Colón de parado, o en Ouro Preto, su confitería preferida en Talcahuano y Corrientes. Al rato volvió, traía dos entradas en la mano. Nos pusimos a hacer la fila. Estaba convencida de que no íbamos a atravesar la puerta de la sala. Descubrirían el error y nos tendríamos que ir. Pero la fila avanzó, entramos y hasta nos hicimos de una buena ubicación. Una victoria para mí. Durante mi infancia mi hermano había sido el elegido para las salidas. A él le gustaba la música clásica y a mí no. Con los años el cine se volvió mi pase para las escapadas con mi abuelo.

Ahí estábamos, mi abuelo y yo, sentados alrededor de una marea de fans disfrazados de motoqueros, como el pobre Eddie, o jorobados, como el mayordomo de Tim Curry, preparados para la función. La sala oscureció, y se fue acercando hacia nosotros una boca roja. Así empieza la película con unos labios carmesí de dientes blancos y una lengua rosa que nos canta una canción. 

Fui creciendo y logrando ganar algunas pulseadas en el videoclub. Una noche alquilé Flashdance. Tirada en el piso de la cocina, empujé el vhs en la videocasetera y empecé a bailar ya con los títulos. Mi abuelo, sentado en la mesa, a oscuras, con la mano sobre su pera, la miraba. Cuando vio aparecer una teta en la pantalla, agarró el control y la frenó alegando que esa película no era para mí. Para no dejarme sin ver nada puso otra donde lo único que hacían era bailar. Un cuarto verde, sillas en círculo, y gente que se levantaba de la silla y bailaba, bailaba y bailaba. Me dormí. De grande descubrí que se trataba de El baile, de Ettore Scola.

En The Rocky Horror Picture Show también bailaban, pero ya no con polleras amplias, ni suéteres sino con medias de red, tacos, glitter, labial, corsés, pantalones de cuero, y shorts dorados. Tim Curry cantó su presentación “I’m a sweet transvestite, from transexual Transylvania”, y yo ya estaba capturada por su magnetismo andrógino. Miré a mi abuelo. Estaba en su asiento y seguía la película.

Todos los veranos íbamos a la costa, y Quique pasaba una semana con nosotros. Una noche mis papás fueron con mi hermano a ver una película que era para mayores de 13. Como yo no daba con la edad, nos mandaron con mi abuelo, a la otra sala, a ver Lo que ellas quieren. En el momento en que Marisa Tomei y Mel Gibson se encuentran en la cama, me tomó del brazo y me dijo que esta película tampoco era para mí. Pero me resistí, y logré que nos quedáramos. Salió fascinado porque había hecho una interpretación filosófica que no recuerdo. Era de hacer teorías. Las anotaba en las hojas cuadriculadas que guardaba en su sobre de cuero marrón. 

Janet (Susan Sarandon) tiene su despertar sexual con Frank (Tim Curry). Tras ese encuentro, ella descubre que quiere más, y sale en busca de Rocky, el adonis que creó Tim Curry, y canta una canción que, después de esta noche, cantaría varias veces encerrada en mi cuarto, “Touch-a, touch-a, touch-a, touch me, I wanna be dirty, thrill me, chill me, fulfill me, creature of the night.” Los jóvenes de sintético desde sus butacas cantaban junto a Susan Sarandon, yo movía mis hombros, y mi abuelo permanecía en su asiento, quieto, en silencio. Vimos la película entera. En ningún momento me miró, ni me tomó del brazo, ni hizo ningún comentario. Yo cada tanto lo miraba, a ver si me decía algo. Pero no. Salimos del cine y no recuerdo que haya dicho nada, ni en ese momento, ni después. Fue la última película que vimos juntos.


Paula Fanelli es dramaturga y directora. Dirigió y escribió El ansia (2013), obra que fue seleccionada para la conferencia de la WPI (Women Playwrights International) y participó en Teatro x la Identidad en el CCK. Actualmente dirige La elegida (escrita junto con Laura Nevole) que se presenta todos los domingos en el Espacio Callejón.