Relatar la evolución de la economía cambiemita y sus perspectivas se volvió una calamidad. Podría decirse que la profusión de indicadores negativos en medio de la recesión aburre y que, finalmente, los resultados eran los esperados tras el regreso al FMI. También que ni la mejor buena voluntad permite asegurar una recuperación preelectoral. Hay cientos de economistas oficialistas que le ponen cotidianamente el cuerpo a elaborar buenas noticias y no lo logran. Y lo más temido: las tendencias recesivas desatadas ya no se revierten fácilmente con un poco de plata “por abajo”, como en 2017, aunque quizá se logre aplacar provisoriamente el mal humor.

Pero tener razón o hartarse de tanta contracción de la actividad se vuelve potencial desesperación cuando se advierte el asentamiento de un deterioro que trasciende lo coyuntural. Las miles de empresas que cierran en medio de la recesión significan destrucción de activos, de capacidades productivas y de mercados. El deterioro del mundo del trabajo significa sufrimiento social y empeoramiento de las condiciones de vida. Nada de lo destruido se recuperará por más que en los próximos años la economía retome el crecimiento. El daño ya está hecho. Si a este escenario se le agrega el endeudamiento y la sujeción al acreedor el panorama que construyó el macrismo en apenas cuarenta meses es de tierra arrasada.

Mientras la economía real entra en un invierno cada vez más crudo, como lo atestiguan los datos que semana a semana difunde el Indec, el debate económico aparece como escindido y reconcentrado exclusivamente en sus manifestaciones financieras. El monotema es el precio del dólar versus la tasa de interés. La preocupación principal es si los desembolsos del FMI alcanzarán para contener el precio de la divisa, ya que aunque se proclame un monetarismo rancio, nadie desconoce el impacto inflacionario de una disparada de la moneda estadounidense.

En contraste, los resultados negativos también expresan el éxito de Cambiemos en lograr su objetivo estructural, la “latinoamericanización” de la economía argentina iniciada por la dictadura y reencauzada por el menemismo, es decir la reprimarización de la estructura productiva y el derrumbe los salarios en dólares.

Pero el problema del macrismo es que el logro de sus objetivos económicos entró en contradicción con la construcción de una hegemonía política. Junto con el deterioro de la economía real crece la posibilidad de que el gobierno no sea reelecto. Si así fuese sería un fracaso impensado para una administración que asumió con el apoyo de una extendida alianza de clases: las entidades empresarias, buena parte de la CGT, el campo, el poder financiero, la prensa local y global, la embajada estadounidense y una porción importante de dirigentes que fueron votados como opositores.   

Casi todos los integrantes de esta alianza primigenia, quizá con la sola excepción de la embajada estadounidense, hoy tienen reproches.

El poder financiero sigue con fuertes ganancias pero entrevé la insustentabilidad de mediano plazo del esquema. Según los informes de las consultoras extranjeras los acreedores del exterior descuentan una reestructuración de la deuda. Saben que cuando se termine la plata del Fondo no se podrá hacer frente a los vencimientos. Resulta tácito que habrá una renegociación. La pregunta que ya se hacen en voz alta es con quién deberán negociar, sí con el macrismo o con un gobierno de otro signo. El mismo FMI prestó a sabiendas de que los casi 60 mil millones de dólares que terminará otorgando a la actual administración no podrían ser devueltos en tiempo y forma.

El festejo del campo por la eliminación inicial de retenciones no fue opacado por su tenue regreso post FMI, sino por los aumentos generalizados de costos. Muchos productores primarios descubrieron que sus intereses no son los mismos que los de los exportadores. Finalmente, parte del poder sindical ofendido en el pasado por problemas como el destrato telefónico, deben resistir hoy el duro reclamo de sus bases. A muchos de sus trabajadores seguramente les gustaría volver a pagar Impuesto a las Ganancias, en tanto otros pagan todavía más que ayer.

Los grandes empresarios no imaginaron que la crisis sería tan profunda y duradera como para afectar fuertemente los balances de sus firmas, sólo querían baja de salarios y de impuestos. Es probable que el holding Techint no advirtiera que volver al FMI afectaría los subsidios para sus empresas o que el “lawfare” también les golpearía la puerta. No está claro si perdieron la inocencia o algo salió mal. Lo mismo puede decirse de la industria en general, que bate récords de máquinas apagadas, con la automotriz al tope del desuso de la capacidad instalada. La peor parte se la llevaron las empresas de menor tamaño, que cerraron sus puertas de a miles. La utopía del libremercado no estaría dando los frutos esperados.

Finalmente los dirigentes opoficialistas acompañaron hasta la puerta del cementerio. No pudieron construir una alternativa de renovación al interior del peronismo y hoy buscan reconstruir una tercera vía que los aleje de la peste electoral amarilla.  

Los cuarenta meses de macrismo no destruyeron solamente la economía real, también arrasaron sus bases de sustentación política. Sin embargo, el descontento de estas bases no asegura todavía nuevas representaciones.