Bien podría decirse que el principal invitado de esta edición del Bafici fue uno de los descubridores del punk. El cineasta británico Julien Temple comenzó a filmar a los Sex Pistols cuando aún no eran leyenda y volcó todo eso en su primera película de 1980, La gran estafa del rock ‘n’ roll, y veinte años después en el documental La mugre y la furia.
La inclusión de esta última junto a Joe Strummer: El futuro no está escrito, sobre el guitarrista y cantante de The Clash, en el foco de tres películas que le dedicó el Bafici en su primera visita en 2008 (la otra fue Glastonbury, sobre el mítico festival inglés), pueden haber generado entre los cinéfilos porteños más distraídos la falsa creencia de que Temple era, más que nada, un arqueólogo del punk.
Pero nada más lejano: la lista de artistas con los que Temple trabajó en sus películas e innumerables videoclips es la envidia de cualquier melómano. Anoten: Judas Priest, The Kinks, Bowie, The Rolling Stones, Paul McCartney, Jean-Michel Jarre, Depeche Mode, Culture Club, Iggy Pop, Blur, Scissor Sisters y hasta Whitney Houston y Janet Jackson. Y siguen las firmas…
En los últimos años, sin embargo, Temple pareció desarrollar en su filmografía un particular interés por las ciudades, algunas incluso bastante distantes de su Londres natal, como Río de Janeiro o La Habana. Varias de las películas que forman parte del foco Britannia Lado B del British Council dedicado a Temple en esta edición del Bafici dan cuenta de ello. Se trata de ¿Requiem para Detroit? (2009), Londres, la Babilonia moderna (2012), Río 50 Grados: ¡Vamos CaRIOca! (2014) y Habaneros (2017), a las que se suman Keith Richards: El origen de la especie (2016), su díptico sobre los The Kinks, Ray Davies: Hombre Imaginario (2010) y Dave Davies: Kinkdom Come (2011). Y de yapa su comedia musical Absolute Beginners, de 1986, con escenas encantadoras como la de un elegantísimo David Bowie bailando sobre las teclas de una máquina de escribir gigantesca -y hasta animándose a unos pasitos de tap- y otras más bien hilarantes como la de Ray Davis como amo de casa cantando en delantal.
–Para su tranquilidad, no voy a pedirle que cuente por enésima vez cómo descubrió a los Sex Pistols, pero recuerdo que alguna vez señaló el impacto visual que causaron en usted cuando los vio. ¿Ese tipo de deslumbramientos se van desvaneciendo junto con la juventud?
–Me interesan las cosas que no se hicieron nunca antes. Pero sí, uno va cambiando. Los motivos son complejos. Tengo la sensación de que cuando estuvimos involucrados con la escena punk las reglas estaban ahí para que la gente joven las rompiera. Y mi sensación ahora es que la gente joven se siente constreñida por esas reglas y no sabe cómo desafiarlas. Lo cual es muy preocupante, porque no hay ningún movimiento hacia adelante si te limitás a aceptar todo lo que te dicen y no tratás de correr nunca las fronteras.
–Es decir que no hay ya contracultura como la que representó el punk…
–Más de 40 años después del punk, en Inglaterra no hay nada que haya logrado generar un impacto cultural similar entre los jóvenes. Lo cual es deprimente. Estoy esperando todo el tiempo que pase. Cuando hay un crash financiero, o pasan cosas como el Brexit, o algún otro tipo de desastre, pienso que la gente se va a despabilar, sobre todo los jóvenes. Pero no. Se nos está acabando el tiempo. Si los chicos no hacen algo por recuperar el potencial de la juventud vamos a terminar muy pronto convertidos en seres mitad digitales, mitad computadora. Esos jóvenes se van a despertar un día en el futuro y preguntarse qué les pasó, por qué ya no son humanos. Creo que es un peligro real y que el trabajo creativo debería provocar reflexiones.
–Varias de sus películas programadas en este Bafici reflejan su interés por las ciudades, sin dejar de lado su música, por supuesto. ¿Cómo cree que influyen las características espaciales -geográficas o arquitectónicas- en la música de un país o una ciudad?
–Influyen, totalmente. Pero también funciona al revés: la música define a las ciudades. Las ciudades son criaturas orgánicas y la gente que vive en ellas crece de determinada manera por el espacio y el tiempo en el que viven. Pero lo que tienen en común todas estas ciudades sobre las que trabajé es que son ciudades muy poderosas musicalmente. Produjeron música que impactó en todo el mundo, no sólo en su propia cultura. Me gusta la idea de usar la música, y no sólo las palabras, para narrar la historia de una ciudad. La música es como el banco de memoria de una ciudad. Es una forma muy viva de memoria, como esas marcas que la marea alta deja en los edificios que se encuentran sobre las márgenes de los ríos.
–Usted juega también con los cruces temporales. En Londres, la Babilonia moderna, por ejemplo, musicaliza las imágenes de archivo de la Londres de principios del siglo XX con temas como “London Calling” de The Clash o “Born Slippy” de Underworld.
–Lo que busco proponer con este tipo de películas es más un viaje en el tiempo que una lección de historia. Transportar a la gente muy visceralmente a otro tiempo con elementos con los que alguna vez se toparon ellos mismos y también confundirlos un poco. Creo que es bueno generar confusión a veces. Y que no tiene ningún sentido hacer una película así a menos de que tenga cierta relevancia en el ahora. No se trata sólo del pasado, sino de lo que podés usar de ese pasado para el futuro. Y la música es siempre un puente.
–Alguna vez dijo que lo alegraba no haber tenido una carrera de grandes éxitos porque de lo contrario no hubiera tenido libertad para hacer las películas que le interesan. A la distancia, ¿el hecho de que Absolute Beginners no fuera un éxito de crítica y taquilla le abrió un camino que resultó ser mejor o más interesante?
–Sí. Creo que si hubiera sido un gran éxito y hubiera hecho grandes películas en Hollywood hubiera estado muerto flotando en un jacuzzi hace ya muchos años (risas).
–Como una estrella de rock…
–Más bien como un tipo que vendió su alma. No tiene por qué ser una estrella de rock. Digamos que implica que no estés nadando en plata, pero también creo que tener demasiada plata es un problema, como lo es no tenerla, claro. Te quita el hambre para seguir superándote, te vuelve perezoso. Es cierto que el fracaso de Absolute Beginners me trajo problemas para seguir haciendo películas de ficción en Inglaterra. Me fui a Estados Unidos cuando tuve que hacerlo, cuando en los diarios de tirada nacional de Inglaterra escribían que con Absolute Beginners un puñado de tipos había destruido el cine británico. Éramos muy jóvenes y creo que en ese entonces al film establishment le daba mucho miedo que tipos jóvenes dirigieran películas. Ahora es al revés: si no sos un director novel es bastante duro, porque ahora usan a los directores como si fueran boybands. Agarran uno, luego ponen otro… No hay tiempo para desarrollar una carrera.
–O sea que fue bien duro…
–Mi carrera se vio ensombrecida por eso, pero por otro lado pude ir a los Estados Unidos, donde les había gustado la película. Y ahí conecté con Hollywood por un tiempo, aunque finalmente me di cuenta de que no era un lugar en el que realmente iba a poder trabajar. Tampoco creo que yo les haya gustado. No me gustan mucho las reglas de Hollywood, los banqueros sentados a la mesa. Todo gira más bien en torno de la plata y no del arte. Traté de hacer algunas cosas ahí, pero me alegro de haber vuelto a Inglaterra.
–En una parte de Absolute Beginners, el protagonista, Colin, dice algo así como que no tiene nada en contra de la plata, sino de lo que hay que hacer para obtenerla. Usted rodó una enorme cantidad de videoclips. ¿Alguna vez hizo videoclips sólo por la plata o tiene que sentir siempre cierta admiración por el artista con el que trabaja?
–Cuando no tenés un peso a veces tenés que hacer cosas por plata. Lo entiendo. Lo hice. Pero sobre todo, hice cosas porque me entusiasmaba hacerlas. Hice por plata una publicidad, que no es algo que suelo hacer, para un perfume de Elizabeth Taylor. Pero también lo hice en parte para tener la experiencia de trabajar con Elizabeth Taylor (risas). Recuerdo que como tenía terribles problemas de espalda le habían fabricado especialmente una especie de asiento en el que podía reclinarse. En ese entonces estaba un poco gordita y había dejado de comer hamburguesas, al menos eso decía. Y lo primero que me dijo cuando la vi fue: “Vos sos el director, en vos puedo confiar. Quiero que seas vos, y ningún otro, el que salga ahora y me compre cuatro hamburguesas acá a la vuelta y me las traiga a mi tráiler sin que nadie te vea”. A veces vale la pena trabajar con cierta gente solo por la experiencia que implica. Pero no me gusta mucho la publicidad. No me gusta andar vendiéndole a la gente mierdas que no necesita.
–¿Con los videoclips le pasó alguna vez algo similar?
–Hice un videoclip para Whitney Houston (N. de la R: “I’m Your Baby Tonight”) por la plata, porque era muchísima plata, y también trabajé para Janet Jackson. Nunca pensé que me iba a caer bien Whitney Houston, me imaginaba que era una especie de diva pop. Nosotros filmábamos en el West Side de Nueva York, donde hay un parque sobre el río Hudson con muchas personas sin techo. Cuando llegamos, la discográfica había levantado una pared de 500 metros como con unas cortinas negras para poder llevar a Whitney al set sin que viera a las personas sin techo. Se puso como loca y empezó a correr tirando abajo todas las cortinas, gritando “Váyanse a la mierda, ¿no saben de dónde vengo yo?”. Así que me cayó muy bien (risas). Después me tocó volar de regreso desde Nueva York a Los Angeles con ella. Recuerdo que era uno de los primeros vuelos en los que ya no se podía fumar. Y cuando despegamos, lo primero que hizo cuando se apagó la señal de abrocharse los cinturones fue prenderse un cigarrillo. La azafata salió corriendo exclamando: “¡Señora Houston, señora Houston, no se puede fumar! ¡Hay una multa de 1.000 dólares!”. Y entonces ella abrió su bolso y le dio los 1.000 dólares. Veinte minutos después prendió otro y le dio otros 1.000. Se fumó como 20 cigarrillos. Ese es mi tipo de chica (risas).
–¿Y Janet Jackson?
–Cuando llegué a Hollywood estaba por hacer otra película, Las chicas de la tierra son fáciles, y uno de los primeros llamados que recibí fue el de una vocecita muy graciosa que me dijo: “¿Hola, hablo con Julien?” (imposta una voz finita y quebradiza). Yo le contesté: “Sí”, y la vocecita me respondió: “Soy Michael. Michael Jackson. ¿Te gustaría venir a visitarnos a Janet y a mí? Nos sabemos todos los pasos de baile de tu película y queremos bailarlos para vos en nuestra casa”. Y yo sentado ahí (risas). Fue increíble. No era en Neverland, aún vivían en la vieja casa de su padre, debe haber sido por el 86, 87. Y ahí mismo me pidieron que hiciera un video para Janet y lo hice. Ella me cayó bien también. Él era un tipo raro.