Bitácora de la Competencia Argentina de Bafici, día dos. Las películas de la sección comienzan a sucederse y vuelven a poner en evidencia la textura heterogénea de la programación, que propone un juego entre extremos que son tanto estéticos como de tono e incluso técnicos. Igual que el contraste que ofrecieron Método Livingston, de Sofía Mora, y Familia, de Edgardo Castro, los tres títulos que se sumaron en las jornadas posteriores parecen confirmar una prerrogativa de variedad como característica curatorial que comienza a definir al lote de catorce películas de esta competencia nacional.
Amable y luminosa incluso en momentos en los que se permite recorrer los corredores más sombríos de la vida, la comedia Badur Hogar se suma a la oferta del festival ofreciendo una narrativa bien clásica que se mantiene a prudencial distancia de los discursos herméticos que muchas veces son un lugar común del cine independiente. Esta segunda película de Rodrigo Moscoso se presenta 18 años después de su ópera prima (Modelo 73, en competencia del Bafici en 2001) y transcurre en la ciudad de Salta. Cuenta la historia de un tipo de treinta y largos, hijo de una familia acomodada de comerciantes, a quien la vida hace rato le exige que encare la etapa de las definiciones. Sin embargo él prefiere seguir limpiando piletas de natación junto con su amigo Gaspar, un heavy de aspecto recio pero más tierno que gatitos en YouTube, sin hacerse cargo de un problema de salud que demanda atención urgente. Hasta que conoce una chica que lo obliga a repensar su lugar en el mundo.
Moscoso maneja con pericia los hilos del humor sin desatender las subtramas dramáticas, que son las que condicionan las acciones de sus personajes, pero sin sobrecargar a la película de apuntes morales. Asimismo utiliza de manera verosímil el color local del nordeste, saliendo airoso de la batalla contra el costumbrismo, de un modo que no es desacertado comparar con el trabajo que Rosendo Ruíz realizó con el tono cordobés en De caravana (2010, otra comedia). Como si esto fuera poco, el director incluye pinceladas de una irónica mirada social, que sin ir demasiado profundo aporta al relato otra bienvenida faceta. Si algo resta en esta lista de aciertos es la aparición sobre el final de algunos lugares comunes de la comedia romántica, que de ningún modo consiguen agriar la experiencia.
En La excusa del sueño americano Laura Tablón y Florencia De Mugica utilizan el formato documental para indagar en primera persona en el pozo ciego de los vínculos familiares. Retrato del encuentro entre De Mugica y su madre, quien vive en Miami desde 2002 cuando la directora era apenas una adolescente que se quedó en la Argentina con su padre, la película intenta utilizar la pantalla como espejo de esa instancia de reunión. A partir de viñetas que reproducen cenas, paseos, una clase de gimnasia y una charla catártica donde aparecen broncas y preguntas sobre el pasado, las directoras buscan ilustrar el proceso de reconstrucción de un vínculo herido. En esa instancia la película queda cerca de ser una sesión de terapia en el cine, registrando traumas. Y en algún momento hasta puede parecer el berrinche de una hija tratando de manipular (un poco) a su madre. Un reproche filmado.
También incluyen algunos videitos que la madre envía a la hija: saludos, escenas cotidianas y otras en las que la mujer entrevista gente por la calle con la insólita excusa de tener un programa de TV en la Argentina llamado Contame qué te pasa. Ahí aborda a las personas, en general inmigrantes como ella, indagando de forma muy superficial en los motivos de su radicación en EE.UU. De Mugica y Tablón lo aprovechan para llevar la película unos pasos más allá, indagando en el significado del American Dream. Una excusa que en el fondo le sirve a la primera para buscar una explicación a la decisión de su madre para dejarla siendo tan chica.
Margen de error es la cuarta película de la cordobesa Liliana Paolinelli. En ella vuelve recorrer el territorio de los vínculos sáficos, esta vez en clave de drama romántico que, como la película de Moscoso, trabaja sobre un dispositivo de narración clásica. Un modesto laberinto de relaciones y amores cruzados (platónicos o no) en el que una mujer grande, en pareja hace más de 25 años, se enamora de la hija adolescente de una amiga creyendo que es la joven la que está enamorada de ella. Paolinelli aprovecha la elección de grandes actrices como Susana Pampín y Eva Bianco para papeles protagónicos, para concentrarse en el plano emotivo. En particular en el personaje de Pampín, que se reencuentra con un lado gozoso que parecía tener olvidado o en pausa. Lo extraño es que, a pesar de transcurrir en un universo lésbico, todos los personajes podrían intercambiarse por heterosexuales, desde la adulta confundida a la joven ávida, pasando por la ex celosa y violenta. ¿Una forma cinematográfica de ilustrar la igualdad de género? Quizás.