Una lágrima que no termina de caer de los ojos de su abuela paterna. Mucho antes de compartir escenarios con Joaquín Sabina o Jorge Drexler y lograr que más de 1300 personas se reúnan en el teatro Astral para escuchar sus poemas, la niña Elvira Sastre veía cómo la abuela Sote se emocionaba al recordar al amor de su vida, que murió muy joven. Esa emoción, la inminencia de ese llanto que nunca se desencadenaba, quedó tatuada en la memoria de la poeta española. Quizá el humus de su poesía, algo de esa tristeza y nostalgia que se respira en sus versos, venga de esa imagen primigenia de la pérdida. A Sote y al abuelo Antonio –que no conoció más que por un puñado de fotos y de relatos familiares– le dedicó su primera novela, Días sin ti (Seix Barral), con la que obtuvo el Premio Biblioteca Breve a los 26 años. La narración alterna la historia de Gael –un escultor que atraviesa el dolor por la separación de Marta– con la de su abuela Dora, una mujer que fue maestra durante la República y se enamoró de un alumno mucho más joven de origen cubano, con el que tuvo un hijo. El abuelo Gael fue asesinado por la dictadura franquista y arrojado a una fosa común. “La libertad de la juventud le permite a uno tener esas dos cosas que nadie puede quitarnos: los sueños y la resistencia”, le dice Dora a ese nieto que lleva el mismo nombre de su abuelo.
Las lágrimas cayeron de los ojos de cientos de mujeres que la escucharon leer el poema “Somos mujeres” en el VII Congreso Internacional de la Lengua Española en Córdoba. “Venía siendo de justicia poética que le devolviera a Argentina el empoderamiento que siento como mujer cuando la veo luchar, a una, sin cansancio, con amor, por la causa feminista”, escribió Sastre en su cuenta de Facebook, en la que tiene 340 mil seguidores. Además de los 229 mil que la siguen en Instagram y 139 mil en Twitter. La poeta y narradora española habla con una calma que asombra, una mezcla entre la timidez y el grano de una voz que no quiere elevar el tono para alterar la armonía del mundo en el que vive. “Mi abuela Sote es un poco mi Dora por la manera de expresarse y de hablar, por ese cariño que tiene por su nieto, que lo es todo. Mi abuela sigue muy enamorada de mi abuelo, sesenta años después de su muerte. Yo lo he visto eso desde pequeña, he visto cómo cada vez que mi abuela habla de mi abuelo se emociona”, recuerda Sastre en la entrevista con PáginaI12.
–Una de las cuestiones que unen la historia de Dora y de Gael es “encontrar el latido”. ¿En qué consiste encontrar ese latido?
–Para mí es encontrar lo que te hace sentir vivo; aunque todo se esté derrumbando y no tengas ganas de seguir respirando, de repente hay algo que es lo que te hace moverte y latir. La escritura me lleva a sentirme muy viva; por más triste o mal que esté, cuando escribo me siento viva.
–Cuando empezaste a escribir Días sin ti, ¿sabías que el abuelo de Gael sería un desaparecido de la dictadura franquista?
–Yo sabía que era un personaje que iba a haber fallecido y debido al contexto de la Guerra sí que lo quería llevar un poco por ahí. En la idea inicial de la novela no se encontraba el cuerpo. Pero me parecía demasiado cruel. Y ahí hice que recuperen el cuerpo para hacer un homenaje y una visibilización del trabajo de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, con quienes hablé y a quienes considero de vital importancia. Los desaparecidos siguen siendo una herida que está muy abierta en España. La persona con la que hablé, en noviembre de 2018, me dijo que hay ciento catorce mil doscientos veintiséis cuerpos sin nombre en fosas comunes. Pero no es una cifra cerrada y puede haber más.
–¿Qué te parece que “dice” estos 114.226 desaparecidos que no han sido sepultados por sus familiares?
–Yo creo que es un salto en la historia, que hemos saltado todos por encima y que no podemos taparnos los ojos y no verlo, que es la consecuencia de una guerra que pasó ayer. Son historias que están vivas en las familias y esto me produce mucha tristeza. En mi familia, hasta donde sabemos, no hay ningún desaparecido; pero es un problema de Estado y se tiene que encontrar una solución.
–Dora recuerda que la República dejaba trabajar a las mujeres maestras bajo el amparo de nuevos aires revolucionarios, pero que no podían casarse porque al hacerlo implicaba renunciar al ejercicio profesional para atender a los maridos. “Todavía nos queda mucho trabajo para conseguir la igualdad”, dice Dora. La frase hace eco con las luchas de las mujeres hoy.
–Dora es una mujer adelantada a su época, no era lo común la manera en que ella vivió. Esa frase sigue estando vigente y nos tiene que hacer pensar un poco. En el Congreso de la Lengua leí el poema “Somos mujeres” porque cada vez que vengo a la Argentina hay una fuerza muy distinta, un movimiento muy potente, aunque las leyes estén por detrás con respecto a España. Me pareció un momento de justicia poética leer ese poema y en este momento, en un lugar donde hay mucha gente que todavía no me conoce, donde hay mucha gente mirando y escuchando, y puede llegar a más sitios.
–Dora plantea que la República era un momento de mucha esperanza, en el que parecía que progresaba, pero todo lo que llegó después fue precisamente lo contrario, ¿no?
–Al final ese aire se fue bajo tierra. Es verdad que era algo muy idealista y quién sabe si hubiera funcionado o no, pero el planteamiento era perfecto, sobre todo en temas de educación. Me parece que perseguían unos ideales que hubieran hecho de España una nación mejor de lo que es hoy en día, en la que hay mucha falta de cultura, de educación y de todo lo básico que hace que un país sea libre. Todavía arrastramos todo eso, que se ve en los programas educativos. Ayer hablaba con unas amigas la diferencia que hay entre los programas educativos de la Argentina y España en cuanto a la literatura. Hay un abismo; nosotros vemos hasta cuatro autores y ya está, y aquí se da hasta literatura japonesa, que es algo que me dejó sorprendida.
–Si la profesión de un escultor es “acariciar” con sus manos, ¿qué hace el escritor con las palabras?
–Yo creo que hay un símil; en la escritura vas tocando las palabras, las vas acariciando para colocarlas en un lugar en el que estén cómodas y bonitas y puedas llevarlas adonde quieras.
–¿Por qué los títulos de los capítulos de la novela Día cero, Día uno sin ti y así hasta llegar al día doce, vienen de un libro de poemas?
–Son unas frases que yo escribí en mi segundo libro de poemas, Baluarte, y que no hacían referencia a un poema como tal, sino que son frases sueltas. Cuando las escribí, quería hacer referencia a qué es lo que pasa cuando una relación termina, cómo son las etapas, porque me parecía que estaba muy explorada la pena, pero no lo que hay que hacer para llegar a estar bien. Eso me apetecía explorarlo y cuando lo hice en Baluarte a la gente le gustó mucho y me han llegado muchas historias. Recuerdo un psicólogo que me escribió y me contó que lo estaba usando en terapia de mujeres maltratadas. Cuando llegaban al día doce, todas escribían sus nombres.
–En Días sin ti, ¿en cuál de los personajes está un poco más algo de Elvira Sastre: en Marta, en Gael, o en los dos?
–Yo quiero creer que en ninguno, no he querido que fuera algo autobiográfico porque la poesía es muy autobiográfica, pero la narrativa no tiene por qué ser así; pero al final hay un poco en todo. No me siento muy identificada con Gael, pero hay cosas que él vive en esa ruptura que yo también viví en una ruptura que tuve y puedo comprenderlo.
–La tristeza de Marta, que los lectores nunca llegamos a desentrañar completamente, parece estar vinculada a esa tristeza que habita en tu poesía.
–Hay cosas que uno le da de manera inconsciente a los personajes, hay mucha gente como Marta que es inaccesible en su tristeza y en su melancolía, y a veces nos empeñamos en ayudarles y no nos damos cuenta de que la tristeza es de cada uno y que ella tiene su historia y Gael, por mucho que él quiera, no va poder curarla porque no es su momento.
–En un momento de la novela se dice que “la risa viene de la tristeza”. ¿Estás de acuerdo con esa idea?
–Sí, la risa y la tristeza son dos emociones muy unidas: una viene de la otra y al final las dos se parecen más de lo que creemos.
–Que el personaje de Dora sea maestra no parece ser casual. ¿Cuántas maestras y maestros hay en tu familia?
–Mi padre, mi tía paterna y mi prima materna. Lo de las maestras de la República venía de un documental que me enseñó mi padre hace ya unos años, de hecho me lo enseñó en su colegio, lo proyectaron ahí, y me gustó mucho. Tengo mucho respeto por la profesión porque me parece una de las más complicadas y menos valoradas.
–Hay un poema de Antonio Machado que atraviesa la novela y que Dora preserva hasta final, que lo encuentran debajo de su almohada, después que ella muere. ¿Por qué ese poema?
–Machado es el poeta favorito de mi padre, entonces ese poema era como un guiño hacia él. Mucha gente que viene de leerme como poeta va a leer la novela y quería que aparecieran esos poetas que fueron exiliados y que lo pasaron muy mal durante la represión franquista en España, y no tuvieron las vidas que merecían.
–En España se percibe cierta reticencia, al menos desde la ficción, a explorar ese momento de quiebre entre la República y la Guerra Civil que desembocó en la dictadura franquista. ¿Te han dicho: “otra novela más sobre el tema...”?
–No, pero no me importa. No faltan libros sobre la Guerra Civil, pero creo que todavía hacen falta más. Yo quería aprovechar el tirón que puedo tener con la gente joven para hacerlo visible. El otro día en una charla en Bilbao me decía una abuela que le iba a regalar el libro a su nieto porque sabía que en el instituto apenas se lo están enseñando, que están pasando el tema por encima, y ella no sabía cómo hacerle ver la historia.
–¿Vas a seguir escribiendo en los dos géneros, en la novela y en la poesía, o la novela terminará desplazando a los poemas?
–Me gustaría escribir otra novela, pero ahora estoy con la promoción de esta. La poesía no la voy a dejar nunca porque es una necesidad y la escribo cuando siento ese impulso. Tengo un montón de poemas que podrían formar parte de un libro, pero no creo que sea el momento. Cuando tenga que ser, será; no tengo ninguna prisa.
–¿Le tenés miedo a la emoción?
–No, me siento cómoda con la emoción y es la manera que tengo de escribir. Yo huyo del sentimentalismo todo lo que puedo, pero no de la emoción. Me gusta explorar el mundo de la tristeza y la nostalgia.