Desde Río de Janeiro
Hace poco más de un año Lula concluía la cuarta caravana por Brasil, en la que recorrió el sur. Justamente en Curitiba, se realizaba una inmensa manifestación. Bolsonaro se trasladó a esa ciudad, anunciando que haría una manifestación gigantesca al día siguiente, en el mismo lugar. Nadie apareció, entonces el evento tuvo que ser cancelado.
Derrotada políticamente, la derecha contraatacó en el plano jurídico. El Supremo Tribunal Federal (STF) rechazó por un voto la concesión del hábeas corpus a Lula. Al día siguiente, Moro decretó la prisión del exmandatario.
De este modo, el nuevo encuentro con Lula fue en el Sindicato de los Metalúrgicos de Sao Bernardo, donde se discutía qué hacer frente a esa nueva situación. La enorme masa presente no quería que Lula se presentara ante las autoridades. Pero Lula nunca aceptaría un ataque policial brutal para llevárselo. No quedaba alternativa, desde que la derecha hizo del derecho un instrumento de persecución política a Lula.
Al día siguiente, Lula dio uno de los discursos más extraordinarios, que sigue circulando por las redes. De ahí, se despidió de cada uno de nosotros y se fue.
Todo ello hace un año, en que Lula no pudo dar entrevistas, tuvo visitas restringidas –de abogados, de religiosos y de dos contactos políticos por semana–. Un año en que Brasil vivió el proceso electoral en el que, a pesar de todas esas restricciones, Lula fue el favorito para ser elegido presidente de Brasil en la primera vuelta.
Sabemos todo lo que pasó desde entonces. Lula cumplió, con toda la dignidad, un año de una prisión injusta, de una condena sin pruebas. Ese año coincidió con los 100 días del gobierno que fue elegido, por los medios que conocemos, en que las encuestas revelan una caída vertiginosa del apoyo que había logrado, cayendo todavía más en las regiones en que tenía más respaldo. Pocos dias después de que Bolsonaro confesara que no había nacido para ser presidente, sino para ser militar.
Mientras, grandes manifestaciones de apoyo a Lula se dieron por todo el país. El STF aplazó la reunión en la que juzgaría el tema de la condena en segunda instancia, que podría favorecer a Lula. El mismo reiteró que prefiere la prisión con dignidad que una libertad de ratón.
Lula no merece lo que está viviendo, así como Brasil no merece lo que está sufriendo. Fue el año de mayor injusticia en un país marcado por las inmensas injusticias. El hombre que más ha combatido y disminuido las injusticias, es quien vive en carne propia la injusticia más grande en la historia de Brasil.