Los 100 primeros días del ultraderechista Jair Bolsonaro al frente del Ejecutivo de Brasil estuvieron marcados por batallas de poder y errores que erosionaron su popularidad y pusieron en duda sus reformas. Sin embargo, sí cumplió con algunas de las promesas de campaña (que se concretarán el miércoles) como la autorización de la posesión de armas o el lanzamiento de privatizaciones.
“No sería una subestimación decir que el desempeño del presidente hasta la fecha ha sido decepcionante”, afirma Thomaz Favaro, de la consultora de riesgos políticos Control Risks. “Hubo una percepción errónea de que Bolsonaro venía con una base de apoyo muy fuerte y creo que ahora empezamos a ver que tal vez no lo sea tanto”, agrega.
Bolsonaro se hizo con la Presidencia gracias a mensajes simples de que terminaría con la criminalidad, la violencia y la corrupción endémica. Pero el actual mandatario está descubriendo que su estilo inflexible y su uso y abuso de la red social Twitter no están funcionando en el Congreso, donde carece de mayoría propia. Su plan para reformar el régimen de jubilaciones, por ejemplo, está bloqueado tras una disputa con aliados políticos clave. Quizás por ello, en los últimos días, el mandatario dio la impresión de adoptar un tono más conciliador, manteniendo reuniones con líderes de varios partidos.
Bolsonaro, quien durante décadas como diputado se hizo más conocido por sus insultos y sus declaraciones racistas, misóginas y homófobicas y su defensa de la dictadura militar que por su labor legislativa, ha cumplido algunas promesas desde su estreno como presidente el 1 de enero.
Figuran entre ellas la flexibilización de las leyes sobre posesión de armas de fuego y la entrega en concesión de 12 aeropuertos, en licitaciones exitosas, que se consideraron como una prueba de la confianza de los inversores extranjeros.
Pero le resultará más difícil impulsar políticas más polémicas en la heterogénea Cámara Baja del Congreso, donde su Partido Social Liberal controla apenas 54 de los 513 escaños. Eso significa que se verá obligado a concluir alianzas ad hoc con legisladores de varios partidos que forman parte de las bancadas de “las 3 B”: Biblia, Bala y Buey, es decir los evangélicos, el lobby de las armas y los defensores del agronegocio.
El Ejecutivo es, además, presa de la lucha de facciones que comprenden a los militares, a los ideólogos ultraconservadores y a los hijos del presidente. Todos compiten por tener mayor influencia política.
“El presidente está constantemente en la cuerda floja”, señala Favaro, para quien la estrategia de Bolsonaro depende de su capacidad política para crear una coalición viable en el Congreso. “Y eso es complicado, porque ahora vemos que el índice de aprobación del presidente ha disminuido”, afirma el representante de Control Risks. El nivel de popularidad del ex militar, que en enero era del 67 por ciento, bajó a 51 en marzo, el peor registrado por un presidente en su primer mandato en sus tres primeros meses de gestión.
Una serie de graves errores han contribuido a socavar aún más la credibilidad de Bolsonaro. La iniciativa reciente del presidente de conmemorar el golpe militar de 1964 provocó indignación y protestas, su afirmación de que los nazis eran de izquierda fue ridiculizada y una serie de escándalos, incluidas las denuncias de transacciones financieras ilegales que involucran a uno de sus hijos, han dañado su imagen de paladín anticorrupción.