Producción: Javier Lewkowicz


Cada vez peor

Por Roxana Mazzola *

El abrumador 32 por ciento de pobreza en el último año de gestión de un gobierno que venía a garantizar “pobreza cero” indica que no hay soluciones mágicas para un flagelo que Cambiemos no generó pero que, sin dudas, potenció. No parece suficiente una política pública aislada y de contención para mitigarla, sino que hay que ver cómo ésta interactúa dentro de un conjunto de políticas que la expresan y dan sentido. Las pérdidas de bienestar se acumulan. 

El ejemplo más claro de ello es la AUH, que durante el kirchnerismo fue un instrumento potente de política de ingresos, pero donde la mayor centralidad residía en cómo preservar trabajo decente en un contexto marcado por la destrucción del empleo. Es que, sin dudas, los esfuerzos más eficaces para abordar la pobreza durante los 2000 fueron todos aquellos vinculados a la preservación del trabajo que había sido flexibilizado. Hoy, en cambio, pareciera que el mensaje es otro: alcanza en apariencia con disponer de buenas ideas y algo de fortuna para poder autoproveerse un futuro próspero- premisa que subyace a la idea del “emprendedurismo” como prototipo del mérito individual- aunque el contexto sea un disparador permanente de malas noticias. En suma, la posibilidad de realizarse en una comunidad que no se realiza.

Seguramente por estos días abundarán análisis que tiendan a intentar resolver la pobreza buscando enfatizar sobre algún indicador económico de coyuntura. Y si bien la inflación descontrolada, el mayor desempleo desatado como consecuencia de la recesión económica, y la licuación del poder adquisitivo del salario sin duda gravitan fuertemente en el dato último publicado, desde los ámbitos especializados donde se estudia la pobreza y se formulan alternativas para superarla se entiende que ésta es multidimensional y está asociada a accesos a determinados derechos y servicios en relación a salud, a educación y a ingresos, que cambian según el ciclo de vida: no son lo mismo los adultos mayores, los niños y niñas y las posibilidades diferenciales que hay según género y lugar de residencia, por citar solo algunos ejemplos. Esta situación obliga a ser estratégico y diferencial en la intervención: ya no solo se impone crecer para distribuir, como suele pensarse, sino que hay que crecer y distribuir para garantizar accesos equitativos a bienes y servicios, incluso para quienes no puedan pagarlos.

Es precisamente por su carácter multidimensional que no puede enfocarse a la pobreza disociada de la desigualdad, fenómeno mucho más complejo pero que exige - o debería exigir- de un fuerte compromiso público por abordarlo. Durante el Gobierno anterior se fue más exitoso en disminuir la pobreza absoluta que la relativa, porque si bien mejoró la situación de los pobres, la situación de los más ricos (los que se ubican en la cúspide de la pirámide), especialmente en América Latina, mejoró más. Hoy asistimos a políticas de intervención del Estado focalizadas en los pobres que está claro que no contribuyen a sacarlos de esa condición. Prueba de ello es que el llamado “gasto social” que ejecuta esta gestión no registra los ajustes que sí pueden verificarse en otras áreas (ciencia y tecnología, salud, educación, etc.) pero que sólo actúa en los márgenes, como forma de contención social. Si se quisiera encarar el tema de la pobreza con decidida voluntad política, cabría entonces imprimir un mayor esfuerzo en mitigar las desigualdades que son peligrosamente naturalizadas pero que debieran implicar, de una buena vez, discutir en serio la cuestión impositiva, la alfabetización digital o la desigualdad territorial, por citar algunas agendas que probablemente no tengan un impacto concreto en el corto plazo pero que pueden llegar a imprimir un mayor dinamismo en la lenta pero constante vocación por reducir la pobreza en Argentina.

Se trata, pues, de poner en discusión el modelo de acumulación, porque sin ese debate habrá sectores de la población que entrarán y saldrán de la pobreza de acuerdo a los ciclos económicos, en tanto dichas entradas y salidas son muchas veces porozas, pero donde seguramente quienes reingresen lo hagan a un lugar peor del que partieron inicialmente.

* Coordinadora Académica del Diploma de Desigualdades y Políticas Públicas Distributivas de Flacso, investigadora visitante del Instituto Gino Germani de la UBA y directora del Cedep. 

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Mayor desigualdad

Por Mariana L. González *

Los largos tres años ya transcurridos del gobierno macrista dejan un cúmulo de problemas económicos que no serán sencillos de resolver: el importante endeudamiento externo público, el acuerdo con el FMI y la sombra de sus condicionamientos actuales y futuros, el proceso inflacionario acelerado, el retroceso productivo y el quiebre de parte del tejido industrial, por mencionar algunos de los principales. En materia social, los efectos están siendo muy graves y, al igual que ha sucedido con otros procesos históricos de cambio regresivo y empobrecimiento, dejan una marca imperecedera en la población que sufre sus peores consecuencias. Algunos de los recientes datos publicados por el Indec dan cuenta del deterioro en los ingresos reales y de las condiciones de vida.

La distribución del ingreso familiar muestra un ensanchamiento en la brecha entre los hogares que más y menos tienen. En un contexto en el que todos pierden (al menos todos los que viven del ingreso de su trabajo o haberes jubilatorios o transferencias sociales, que son los que refleja la Encuesta Permanente de Hogares) las pérdidas fueron mucho más fuertes para las familias de menores ingresos. En efecto, el ingreso per capita familiar promedio del primer decil tuvo un descenso de 22,5 por ciento interanual en su poder adquisitivo en el cuarto trimestre de 2018, mientras que el mismo tipo de ingreso de los hogares del décimo decil disminuyó 9,4 por ciento. En otras palabras, para el 10 por ciento de los hogares que tiene ingresos más bajos, esos ingresos se redujeron en una quinta parte y, en el otro extremo, para el 10 por ciento de los hogares con más altos ingresos, la reducción fue de un décimo. Para el resto de las familias, las pérdidas de poder de compra se ordenan regresivamente, es decir, mayores pérdidas a menores niveles de ingresos.

Si se analizan exclusivamente los ingresos provenientes del trabajo y su distribución entre los ocupados, las conclusiones se repiten: 20,3% de reducción real para el primer decil y 9,4% para el decil de mayores ingresos. No es un efecto difícil de interpretar y se repite en los períodos de crisis en el mercado laboral: los trabajadores con mayores calificaciones, mayores salarios e inserciones laborales más protegidas se encuentran en posiciones de mayor fortaleza para lograr aumentos nominales ante un escenario de aumentos en el nivel de precios, en relación con los trabajadores de menores ingresos que además tienen mayores niveles de informalidad y precarización en sus relaciones laborales.

Este panorama de notables pérdidas de poder adquisitivo en los ingresos explica los mayores niveles de pobreza vigentes a fines de 2018. Más allá del dato conocido para el segundo semestre, que presenta una incidencia de la pobreza que alcanzó al 32,0 por ciento de la población, es posible realizar el ejercicio de diferenciar la situación específica del cuarto trimestre de ese año, en el cual el escenario social se había deteriorado aún más, y que se asemeja más a la realidad de inicios del presente año. 

En el cuarto trimestre de 2018 la tasa de pobreza puede estimarse en el 35,8 por ciento sobre la población, es decir, 16 millones de personas viviendo en hogares cuyos ingresos no alcanzan para adquirir una canasta básica de consumo. En comparación con el mismo trimestre del año anterior, cuando la incidencia había sido del 26,4 por ciento, se trata de un aumento de 4,3 millones de personas. No sólo se trata de un mayor nivel de pobreza respecto al vigente en 2015 -a contramano de las afirmaciones infundadas de algunos funcionarios- sino que es preciso remontarse hasta 2008, diez años atrás, para encontrar un cuarto trimestre con peores resultados. 

En síntesis, la información expuesta da cuenta de un proceso de empobrecimiento que afecta a toda la sociedad argentina, y que está siendo más intenso y con consecuencias más graves para los sectores de menores ingresos. 

* Flacso-Conicet y Cifra-CTA