Siempre quise escribir un cuento sobre zombies. Desde que vi la película de George Romero, de muy chico, en un colectivo interurbano que iba desde San Francisco a Córdoba, el tema me fascinó. Pero no quería caer en los clásicos zombies más bien norteamericanos que atacan en masa y comen cerebros. A la idea para este cuento me la proporcionó algo que contaba mi abuela: que tío Victorio, el hermano de mi abuelo que vivía en el campo, cerca de Arroyito, se había muerto dos veces. Que la primera vez se levantó en medio de su velorio (un velorio en casa, como se estilaba en esa época) les sonrió a todos y les preguntó qué pasaba. Que vivió casi diez años más y entonces se murió de vuelta. Claro que no lo hizo como tío, pero eso es otro tema. La cuestión subyacente del cuento es para mí el Padre de todos los miedos: el miedo a la muerte.En este caso, es el miedo en realidad a no poder morirse. Todos hemos tenido un pariente agonizante, cuya muerte esperamos. Todos hemos sentido la mezcla de culpa y alegría que deviene de esa muerte. Quise escribir un cuento que contuviera eso y que además me hiciera reír. Lo logré (al menos conmigo).