“Las frustraciones y las agresiones no pueden ser reprimidas indefinidamente. Tarde o temprano se producirá el estallido. Pero si el camino revolucionario está enterrado bajo una avalancha de mecanismos de contención, nosotras, las mujeres negras, disparamos nuestras balas en una dirección equivocada. La solución no consiste en dejar el arma, sino en aprender a ajustar la mira correctamente”. Esto dice un tramo de una carta que Angela Davis escribió a un amigo, utilizada como alegato cuando fue perseguida y encarcelada, falsamente acusada de secuestro, conspiración y asesinato. La activista la incluyó en su autobiografía, publicada originalmente en 1974, cuando tenía apenas 28 años. Su vida ha sido un vértigo y no es casual que ella haya realizado un abordaje interseccional de la dominación, pensada también en clave de raza y clase: integró la organización Panteras Negras y fue profesora en la Universidad de California antes de ser perseguida por el FBI por su condición de mujer, afroamericana e ícono del Movimiento de Liberación Negra durante los setenta en Estados Unidos.
Las imágenes de esa época donde Davis, nacida en Alabama, debía esconder su mata de pelo afro debajo de una peluca para escapar de la policía se proyectaron hace pocas semanas en el teatro Solís de Montevideo, antes de que la enorme activista apareciera en escena, con el cabello aún vaporoso, algunas canas bien ganadas a sus 75 años y la sonrisa de quien se sabe de vuelta. Llegó hasta esa ciudad invitada por organizaciones de mujeres afrodescendientes, con colaboración de la intendencia de la capital uruguaya. “La lucha continua por la libertad se encuentra en el corazón de la democracia. Aquellos que luchan por defender la democracia son quienes no aceptan que esté condicionada por el capitalismo, el héteropatriarcado y el racismo”, aseguró esta vez y si bien no propuso tomar las armas, tampoco negoció la necesidad de bajar la guardia. Además mencionó que acababa de llegar de Brasil para rendirle tributo a Marielle Franco, la concejala de Río de Janeiro asesinada el año pasado por luchar como mujer, negra, lesbiana denunciando las violencias contra la población más oprimida en ese país. Según Davis, el trabajo de Marielle articulaba las condiciones de pobreza, marginalización, represión y violencia con las estructuras institucionales de la raza y el género que la activista norteamericana viene complejizando desde hace décadas.
Desde aquellos días de clandestinidad a los aplausos y reconocimientos en un auditorio sudamericano donde entran unos 1500 espectadorxs, mucha agua, mucha disputa (y mucha sangre) han corrido bajo el puente. Pero Davis no es la única que es recibida en cada país como una suerte de celebrity. Hace unas horas, Judith Butler visitó nuevamente Buenos Aires y dio una conferencia en la Universidad de Tres de Febrero, seguida durante más de dos horas por las más de dos mil personas que estaban allí y otro tanto que escucharon a Butler vía streaming como una suerte de papisa o rock star. La filósofa estadounidense se mostró muy conmovida por la enormes cantidad de jóvenes que la miraban con profana devoción agitando con sus pañuelos verdes. “El feminismo representa a todas las mujeres, mujeres trabajadoras, las mujeres pobres, el feminismo busca la igualdad pero a la vez tiene que luchar por las desigualdades internas. No hay feminismo sin mujeres pobres”, dijo en un tramo mientras en Twitter, su nombre se transformaba en trending topic con miles y miles de menciones durante horas.
Hay una línea común a través de la historia y las militancias que une lo que dicen Davis y Butler. Aunque sus matrices teóricas no sean coincidentes, ambas concuerdan en que no se puede pensar en feminismos sin tener en cuenta las sociedades cada vez más excluyentes. Las dos tienen una intensa vida académica aunque una provenga del marxismo y otra, del post estructuralismo; aunque una venga de una familia afro y otra, de una familia hebrea. Sin embargo, Davis intervino activamente en el campo político mientras que Butler ha hecho sus mayores aportes desde una teoría que sigue siendo esencial para comprender los cambios de estos días en torno a los lenguajes, las identidades, los deseos, las sexualidades y la performatividad de los cuerpos en la calle. En nuestro país el libro canónico de Davis Mujeres, raza y clase (editado originalmente en 1981), aquí se consigue solo a través de ediciones independientes y hechas a pulmón. La bibliografía de Butler, por el contrario, es reimpresa una y otra vez. El género en disputa, que se publicó en 1990 y ha tenido varias reediciones, es un texto canónico que en estos días brilla en cualquier librería.
No se trata de reducir la obra y la figura de estas inspiraciones inmensas a una cuestión de convocatoria sino de poner el foco en una serie de preguntas que se instalan por su propia evidencia. ¿Por qué estxs teóricas llenan estadios? ¿Por qué ellxs y toda una constelación de feministas dejaron de ser figuras periféricas para convertirse en referentas citadas de manera constante dentro de los ámbitos académicos, fuera de ellos y aún, dentro de la embarullada agenda mediática y masiva? ¿Qué ocurre con la proliferación de textos feministas canónicos y emergentes que engrosan las listas de grupos editoriales mainstream y de editoriales independientes? ¿De qué manera son leídos y revisados estos textos a la luz de las luchas feministas actuales? ¿Es necesario leer de pe a pa a cada feministe para ser feminista? Y si no es necesaria esta restricción, ¿por qué resulta necesario, de todos modos, acompañar las prácticas con la palabra de quienes han recorrido un largo camino?
Al otro lado del teléfono, la investigadora y referentísima local Dora Barrancos, se toma un rato para complejizar estas preguntas. Son días ajetreados para esta integrante del directorio del Conicet luego del durísimo ajuste a la investigación científica que viene imponiendo el macrismo desde el inicio de su gobierno, pero profundizado en estos días. Y es lo primero que ella dice, que se ha pasado el día discutiendo con funcionarios que solo ponen sobre la mesa números poco fiables para justificar que solo hayan sido aprobadas menos del 18 por ciento de las postulaciones a la carrera de investigadorxs científicxs.
En cuanto a las preguntas citadas arriba, Barrancos considera que en el deslumbramiento por estas activistas hay una búsqueda de representatividad en la lucha por la dignidad que no resulta para nada sorprendente. Lo que sí considera inédito es “la masividad en la apetencia del consumo de textos feministas” que según su punto de vista “tiene que ver con un nuevo despertar del feminismo que antes que nada brota desde la sensibilidad, desde la urgencia por participar activamente de una lucha, y que luego busca su amplificación, su explicación, su palabra, en los textos”. “De todos modos, ese tránsito tampoco es raro: nos pasó lo mismo a nosotras, cuando nos transformamos en muchachas radicalizadas en los setenta. Y es que primero vemos el mundo que no nos gusta y luego buscamos cómo nombrarlo”, explica.
“Me parece que hay mucha expectativa en conocer personalmente a esa activista que leíste, o de la cual te comentaron. Se trata de una tradición entre ciertos públicos progresistas, convocados por la utopía, por la necesidad de un mundo más justo, equitativo, fundado en sororidades y libertades. Eso es hermoso. Quienes trabajamos en el plano de la fundamentación teórica no estamos acostumbradas a ciertos felices desbordes. Creo que es necesario pensar este fenómeno desde la emoción y la afectividad”, abunda. También apunta que el cambio de época “trae un reconocimiento del trabajo de años: es un fenómeno completamente nuevo ya que nunca antes asistimos a feminismos de masas”. En ese sentido, la investigadora cree que “es lógica que emerja un sistema de léxicos, interjecciones, dichos como si fueran absolutamente originales cuando ya tenemos una enorme tradición de teóricxs que han venido pensando ciertas cuestiones”. Allí sitúa una enumeración extensa que incluye figuras como la francesa de origen belga Luce Irigaray, la también enorme poeta Adrienne Rich, la mexicana Marta Lamas o la cubana Isabel Larguía. “No me preocupa tanto que haya lecturas de segunda o tercera mano como que ciertos términos sean funcionales al ‘femistómetro’, esos cuadros de ghetto que ignoran la extensión poliédrica de las tribus feministas”, advierte.
Eso mismo mencionó el año pasado la pensadora ítaloestadounidense Silvia Federici, que visitó Buenos Aires, Rosario, La Plata y Mendoza, con actividades muy convocantes en cada lugar. La investigadora, escritora e integrante de Ni Una Menos Verónica Gago (que además fue una de las entrevistadoras durante la conferencia pública de Butler) es también editora de Tinta Limón, una editorial independiente que en 2010 publicó la primera traducción al castellano de Federici del mítico Calibán y la bruja, un reconocimiento de la historia de las mujeres allí donde Marx y Foucault pasaron de largo.
“La visita de teóricas y el modo en que son recibidas es un fenómeno que expresa hambre de ideas, de intercambios, una necesidad de elaborar lenguajes, inscribirnos en genealogías y aprender de los archivos de las luchas del feminismo. Estas luchas se dan en el plano de las teorías, los conceptos, los vocabularios pero no están disociadas de las luchas de las calles y de las distintas prácticas y experiencias. Por el contrario, ambas dialogan y se interceptan”, se entusiasma Gago. En ese marco “las editoriales independientes venimos haciendo una contribución colaborativa de conocimiento desde hace años, que en Argentina es indisociable de una intelectualidad que circula dentro y fuera de la academia y de la vitalidad que trae esta ebullición de la lucha en las calles”. El libro de Federici se transformó en uno de los hits de Tinta Limon, que también ha editado a bell hooks, Rita Segato y Carla Lonzi, entre otras. “Son libros que articulan teoría, lucha y experiencia y creo que ahí hay que buscar la fascinación que ejercen estas autoras aquí y en otros lugares de América latina, logrando la expansión de feminismos más allá de las fronteras”.
Ana Ojeda es escritora y responsable del área de género de Paidós y Ariel, del grupo Planeta, donde se edita en castellano la obra de Butler. “Es probable que Butler, Davis, Federici y otras autoras se hayan masificado aquí a partir de un acceso anterior a otros textos y a otras escritoras, como Luciana Peker, Esther Díaz, Sasa Testa o Gaby Larralde, por mencionar un arco muy amplio. Existe un vínculo entre estas dos vertientes. Muchas de las mujeres argentinas que menciono tienen publicados libros en Planeta recientemente, en un tono más de divulgación quizás, porque es verdad que se ha creado un nuevo público lector”, reconoce. La apuesta del grupo es ampliar la oferta editorial donde lxs autorxs locales sean un modo de abrir el interés hacia otrxs feministas del catálogo de Planeta como Paul Preciado o la india Gayatri Chakravorty Spivak. En ese tejido, conviven textos teóricos más y menos rigurosos, no ficciones autobiográficas y relatos testimoniales.
La búsqueda de lenguajes, conceptos, vocabularios y usos de la palabra que permitan hablar de la época tiene tan intensidad que ni siquiera la Real Academia Española pudo ignorar. Y allí plantó bandera, con decisión, conocimiento sólido y sentido del humor, la escritora y poeta María Teresa Andruetto, encargada de brindar el brillante discurso de cierre del Congreso de la Lengua en Córdoba. “La vida de una lengua, si en algún sitio reside, es en lo particular, en su inestabilidad; la uniformidad como estrategia económica, la mono lengua, la neutralidad, lo que produce es destrucción, depredación. En ese arco ingresan las Industrias de la lengua, el turismo idiomático, la corrección política donde se incluyen los debates actuales sobre si el lenguaje es inclusivo o no y en qué medida esa inclusión incluye la diversidad de todo tipo, no sólo la de género”, advirtió Andruetto mirando de frente a varones intelectuales de todas las hablas castellanas.
Desde hace varios años, Andruetto junto a Juana Luján y Carolina Rossi vienen haciendo un rescate de escritoras relevantes que permanecían inéditas, olvidadas o perdidas. Estos textos de Luisa Mercedes Levinson, Libertad Demitrópulos o Elvira Orphée entre otras, retornan acompañados por estudios a cargo de importantes investigadorxs y son editados por la Universidad de Villa María. Para Andruetto, la visibilización que hacen las mujeres desde la militancia, la crítica, la teoría o la investigación de otras mujeres es una suerte de hilo continuo a lo largo del tiempo, que permite reconstruir una genealogía invisibilizada. En ese contexto, la época resulta propicia. Ella está en Quito participando del encuentro de poetas Paralelo Cero, donde acaba de ser premiada la activista y poeta Margaret Randall. Andruetto comenta: “Margaret es una de las tantas poetas de la generación beat que no aparece en las antologías. ¿Por qué? Porque para los poetas beats, los hombres eran creadores y las mujeres, musas. Esta lógica se repite en la literatura, en la investigación teórica y en los espacios de edición hasta que decidimos ser sujetas, tomar la palabra, validarnos entre nosotras”.
En su intervención en la Untref, una vez más Butler destacó que la construcción de identidad es histórica, porosa, inestable. De esa misma materia están hechas las reflexiones y teorías políticas, sociológicas, semiológicas y culturales que nos ayudan a pensar el presente. Judith, Angela Davis, Silvia Federici y muchísimas más integran una constelación que nos ha traído hasta acá. Cada una con sus estilos, divergencias, posturas críticas, ayudan a cimentar un nuevo estado de situación, que en términos teóricos tiene el sugestivo nombre de “estado del arte”. Estas mujeres son nuestra banda de rock, referentas de nuevas sensibilidades que permitan deconstruirnos y reconstruirnos desde perspectivas que dinamitan la lógica héteropatriacal. Paradójicamente, ellas no son novedad. Por el contrario, vienen abriendo el juego desde hace rato, orgullosas de peinar canas, a contrapelo de la juventud como valor indiscutido. Recurrimos a sus saberes para afinar el oído, cuestionar, construir y bailar en medio de la noche. Y es que si la noche nos encuentra juntes, es menos oscura. Como propuso Davis, estamos ajustando la mira una vez más.
Judith Butler es la presidente del Consorcio Internacional de Teoría Crítica que organiza el coloquio La memoria en la encrucijada del presente: el problema de la justicia en cooperación con la Facultad de Sociales (UBA), el Centro Cultural Haroldo Conti, el Instituto Gino Germani y con el apoyo de la Fundación Andrew Mellon de la Universidad de California, Berkeley. En el cierre de ese encuentro volverá a dar, hoy a las 18, otra conferencia pública, esta vez junto a Eduardo Jozami y Estela de Carlotto. “Pensar juntos la singularidad y la cercanía de experiencias disímiles, para imaginar, en tiempos de incertezas, los futuros posibles de la memoria y de la crítica”, es el desafío propuesto para la conversación de hoy en la Casa de la Identidad, dentro del predio de la Ex ESMA. El miércoles, además, participó de una asamblea de científicxs en defensa de la investigación y la universidad pública.