Ahí están los dos, en un paisaje bastante extraño a sus gustos. A sus hábitos. A sus orígenes. Rodeados de botellas de agua mineral, frías sillas marrones, en un “living room” de hotel con ventanales que –encima– dan la espalda al río. Pero ahí están. Y evocan. La memoria corta los lleva a aquella noche –ya madrugada, casi– del Cosquín 2010, en la que tocaron en medio de un vendaval de agua y viento. La larga, a los orígenes que contrastan con esa urbe abismal y caótica que se ve desde la ventana. A los fogones que alumbraban sus voces a orillas del río Olimar, en la apacible Treinta Tres. Ahí están. Acá. Braulio López y Pepe Guerra, a punto de festejar sus cincuenta años de vida musical, mañana, en el Teatro Opera de la ya no tan ancha avenida Corrientes. “Fue tremendo lo que pasó ese día de Cosquín, sí. Llovía mucho, se suspendió, la gente se fue; nosotros subimos al escenario y la gente volvió. ¡Cómo no nos vamos a acordar!”, refiere Aguirre, acerca de la luna a la que los arrastra la memoria corta. “Cómo olvidar también las noches que tocamos ahí, en los 60 con Cafrune, con Mercedes, con Guarany, con Los Cantores del Alba, con Larralde... Éramos como locales, cuánto cariño...”, se pliega el Pepe más mentado del Uruguay después de Mujica.
–No “como locales”. Eran locales.
Braulio López: –Y, sí. Hemos cruzado el charco tantas veces ya... Nuestros primeros pasos como dúo están muy asociados a Buenos Aires, también. Grabábamos mucho acá, tocábamos mucho.
Pepe Guerra: –Veníamos con una cosa muy original, con un repertorio totalmente distinto al que se escuchaba aquí, y por eso las primeras venidas fueron bravas. Hasta que aparecieron canciones que empezaron a pegar como “Junto al Jaguey”, o “El orejano”, que después lo grabó Cafrune. Y eso nos abrió mucho el espacio. Tanto los músicos como el público empezaron a ser –y terminaron siendo– muy fraternos con nosotros.
Tardan lo que un rayo ambos para pasar de la memoria corta a la larga. Guerra, por caso, va directo a la versión que hizo el mismo Cafrune de “El orejano”, pieza de Serafín José García que habla de un campesino libertario y corajudo, que embiste contra las fuerzas del orden, los dueños de estancia, y la iglesia. “Fue gracioso, porque Cafrune tuvo que grabarla sin la parte del cura. En vez de cantar ‘Aunque el cura grite que irán al infierno’, cantaba ‘Aunque algunos griten que irán al infierno’”, se ríe Guerra. “Y eso porque en Uruguay no pasaba nada, podíamos decir cualquier cosa de los curas, pero acá no”. “De hecho, cuando lo fue a grabar a la CBS, le dijeron ‘no, eso no’. Estaba Hernán Figueroa Reyes de productor, recuerdo”, se incorpora Braulio, que bordea los 80 años de vida.
Números gruesos: cincuenta años de música, casi ochenta de vida. Más de cuarenta discos publicados (algunos arriesgan cuarenta y cuatro, incluyendo las publicaciones en la Argentina, México, Venezuela, España, Ecuador y Costa Rica) y una innumerable cantidad de canciones, desde que el albor de los 60 los encontró en el mismo camino. Prolífico camino que, hacia los comienzos de la década posterior –entronque con Rubén Lena, Víctor Lima y José Carbajal mediante– ya tenían en su haber clásicos como “A Don José”, “Los dos gallos”, “De Cojinillo”, “A mi gente”... Un tendal de temas inevitables que los Olimareños tendrán que resolver en una ajustada síntesis de dos horas y media. “Son todas canciones que vivieron una época con mucho peso histórico, y por eso tenemos que tocarlas sí o sí. En nuestros recitales, incluso, es muy común ver gente llorando por varias razones. O porque tuvo un amigo que desapareció, o porque tuvo un hijo, o porque en aquella época pasaban cosas tremendas... No sé, a veces veo la platea y lagrimeo. Además, y por suerte, son canciones que han sobrevivido a las generaciones. Vienen muchos gurises a vernos”, cuenta Guerra. “Sí, y esos son los que nos dicen que somos como los Rolling Stones uruguayos”, se ríe su alter ego. “Bueno, por lo menos tenemos la misma edad”, carcajean ambos.
–¿Qué clásicos son inevitables entre los inevitables?
P. G.: –“El Orejano” sin dudas es uno de ellos, porque es una canción libertaria, en la que está muy marcado lo que todos llevamos adentro, sin importar de qué partido seas o qué ideología tengas. El ser humano siempre tiene, allá en el fondo, un sentimiento de libertad, una aspiración a ser libre de algo. No sé de qué, pero de algo. Pese a tener esta canción versos gauchescos e incluso decir en uno de ellos ‘les canto derecho nomás, a lo macho’, que podría chocar con lo que está pasando ahora con las mujeres, no es criticada porque se entiende la época en que se hizo la canción, su contexto.
–Larralde tiene una que directamente se llama “Macho”. ¿Han tocado con él?
B. L.: –Sí, en Huanguelén, su pago, cuando recién empezaba. Andábamos por ahí con el turco Cafrune, que le estaba dando una mano a él, y ahí lo conocimos. Fue antes de que el turco lo presentara en Cosquín.
P. G.: –También nos presentó a nosotros. Recuerdo que dijo “acá les traigo unos changos”. Igual que con Mercedes, la gente que manejaba la programación no nos dejaba entrar, hasta que el turco lo logró (risas). Repito: estamos muy agradecidos con el pueblo argentino, porque nos reconoció muy temprano.
–La primera insustituible del repertorio, entonces, es “El Orejano”. ¿La segunda?
P. G.: –“A Don José”, sin dudas, porque representa mucho al pueblo uruguayo. Incluso lo declararon himno popular, y pegó tanto en Uruguay que los gurises lo cantan más que el himno uruguayo. Cada vez que la cantamos, la gente se pone de pie.
–Es que el potencial de Artigas como primer impulsor de la Patria Grande no prescribe, esté quien esté en el poder. Tienen mucha fuerza simbólica y cultural, sobre todo en esta época en la que, otra vez, se pretende dividir a los pueblos del continente.
B. L.: –El “divide y reinarás” de siempre, sí. No se puede negar la historia, siempre los imperios estuvieron detrás de esa pretensión. España, Francia, Inglaterra, Estados Unidos... Cada uno en su momento, se dividieron América latina como pancitos. Por eso la importancia de Artigas, de San Martín, de Bolívar. Y por eso, la desprotección del arte que aspira a eso. No hay una política de protección de nuestra cultura popular.
P. G.: –El tercer tema inevitable, para terminar de responder a su pregunta, se reparte entre un manojo de canciones que seguro van a sonar: “Los dos gallos”, “Angelitos negros”, “Milonga del fusilado” y por ahí alguno de Canciones ciudadanas, el último disco, que editamos a fines de los 80.
–A propósito, ¿qué motivos explican que la gran mayoría de los discos del dúo se haya publicado entre fines de los 60 y principios de los 70? Incluso hubo un año, 1973, en el que publicaron tres trabajos: Rumbo, ¿No lo conoce a Juan? y Cantar opinando. Fue como un borbotón de grabaciones que después se fueron espaciando.
P. G.: –Una parte se explica por las persecuciones, los exilios y las cárceles.
–Incluso, Braulio estuvo preso en Córdoba desde marzo de 1969 hasta marzo de 1970.
B. L.: –Cuando ya nos habían prohibido en el Uruguay, sí, y después nos fuimos al exilio, a España.
P. G.: –Y la otra parte de la explicación, decía, es que hay cierto desgaste.
–Cincuenta años. ¿Qué matrimonio lo resiste?
B. L.: –(Risas.) Lo que pasa es que nosotros hacemos las cosas como las vamos sintiendo.
P. G.: –Pesa que también allá, en el Uruguay, cada uno canta por su lado, también. Y está todo bien.
B. L.: –Aunque somos respetuosos de la obra del grupo, que ha tenido tanta trascendencia.
–Canciones ciudadanas, el último disco que grabaron en estudio, data de 1988. ¿Nunca pensaron en grabar su sucesor?
P. G.: –No. Ya no. Ya grabamos mucho. En mi caso, aquel entusiasmo personal por crear ya no está... Me pongo muy autoexigente y siento que no va. Le tengo un miedo espantoso al ridículo.
–Están volcados enteramente a la interpretación, algo similar a lo que le pasa al mismo Larralde, por caso. O a grupos de aquella generación como Quilapayún.
B. L.: –Es así. Los hombres somos energía y la energía indudablemente no es la misma a esta edad. Por suerte, tenemos un respaldo enorme de temas que quedaron y además no podés tocar nada nuevo porque la gente ya viene con su canción en el bolsillo... Todos quieren escuchar su canción, porque tanto el repertorio como la estética de las canciones es lo que nos ha hecho perdurar.
–¿Nunca más volvió a tocar el bombo legüero, Braulio?
B. L.: –(Carcajadas.) Eso pasó en los principios, sí. Cuando empezamos con Pepe, yo no sabía tocar la guitarra y además estaba de moda el bombo. Era impresionante cómo lo tocaban los Hermanos Abalos, por ejemplo. Eran cracks. Y yo lo agarré como para hacer algo, hasta que tuve que aprender a tocar la guitarra.
–¿Con el dúo funcionando?
B. L.: –Exacto, con el dúo funcionando. Fue bravo eso, pero el camino mismo te va llevando.
P. G.: –Además, pese a que yo pienso que no hay fronteras, el bombo no tenía nada que ver con el Uruguay. Era insólito.