Judith Butler es una de las intelectuales que reivindica con fervor un rol para la academia: proveer herramientas críticas para la transformación política. Desde la publicación de su libro El género en disputa, hito fundacional de la teoría queer, la literatura de Butler circula de todos los modos posibles, incluyendo ediciones caseras y piratas, llevándonos de patitas a la calle. Las trayectorias de sus ideas, que millones en el mundo hemos hecho nuestras, entre la clase, la biblioteca y la protesta sexual y política, se renueva a partir de su interés y sus colaboraciones con múltiples activismos alrededor del mundo. Su modo de ensamblar activismo y pensamiento conecta las luchas territoriales en Palestina, el Kurdistán, América latina, Grecia, Turquía, Sudáfrica, India, México y la lista sigue (imposible seguirle el ritmo), amplificando y visibilizando conflictos, tendiendo puentes impensados, radicalizando y elaborando pensamiento crítico en acción. Por eso tiene un especial interés en la Argentina, lugar de luchas feministas masivas, de potentes movimientos sociales y de una sólida tradición de educación pública de calidad y en resistencia. Con todas sus contradicciones, las nuestras son universidades-trincheras, y por eso Butler ha elegido por segunda vez consecutiva presentarse en la Universidad Nacional de Tres de Febrero en Villa Lynch, partido de Tres de Febrero, provincia de Buenos Aires. Al calor de los escandalosos recortes presupuestarios, y del agite de la marea feminista como caja de resonancia, la Maestría en Estudios y Políticas de Género de Untref, en el marco del congreso internacional Los mil pequeños sexos, organizó una mesa colectiva entre Butler y activistas del colectivo Ni Una Menos.
La charla se armó, gracias a la mediación de Natalia Brizuela, docente y activista argentina en Berkeley, con la intención (lograda) de pensar juntas algunas herramientas a partir de las experiencias militantes que presentamos las integrantes de Ni Una Menos y las que Butler misma fue acumulando por el mundo. La propuesta fue una conversación que problematizara la usual división del trabajo entre pensamiento y activismo.
Miles de personas acudieron para escuchar y dialogar con esta compañera fundadora de mucho de lo que hacemos hoy. La energía entre todes, arriba y abajo del escenario, fluyó al estilo de la marea. La charla comenzó con un arengadísimo “Fuera, Macri, fuera!” y culminó con nuestros clásicos feministas que anuncian la caída del patriarcado, la legalización del aborto y nuestra autonomía deseante.
Las tres integrantes del colectivo propusimos algunos ejes para calentar las lenguas. Verónica Gago reflexionó sobre el modo en que se produce un nuevo internacionalismo feminista, desde abajo y desde el sur, a partir de la conexión de las luchas territoriales y cómo eso sienta las bases de la organización de las huelgas generales, plurinacionales e internacionales, proceso que ya lleva tres años y que se multiplican por radicalización. Butler elaboró sobre la diferencia entre el internacionalismo colonial y los radicalmente opuestos modos de relación norte-sur y sus formas de atravesar y problematizar las fronteras. En ese sentido, prefirió el término transnacionalismo para pensar nuestros cruces fronterizos ya que cuestiona el concepto de estado-nación, concepto patriarcal y colonialista. Ya en las asambleas de 2018, las compañeras del Kurdistán, las integrantes de pueblos indígenas, las migrantes y las afrodescendientes llevaron a que el movimiento cuestione el Estado-Nación como una forma de opresión. Butler denunció que desde su país, Estados Unidos, lo que se exporta y atraviesa fronteras es la guerra, el dominio militar, la tortura y la conquista de nuevos mercados. Analizó también por qué los colectivos feministas en Estados Unidos no logran organizar acciones masivas para la huelga del 8M. Esto tiene que ver con la constitución neoliberal del individualismo reinante en esa cultura, donde los derechos se piensan solamente en términos individuales, al estilo “Yo tengo derecho a ser libre y a hacer lo que quiera”, más que como tejido de emancipación colectiva y como transformación social.
Marta Dillon propuso como tema la nueva insistencia en la familia “natural” de los grupos fundamentalistas en alianza cada vez más intensa los gobiernos de derecha (#ConMisHijosNoTeMetas, una espantosa conjunción de lo más rancio de lo viejo con lo más contemporáneo del neoliberalismo y sus formas brutales de extractivismo), y la alianza ahora férrea y siempre aberrante entre estos poderes. Desde esta perspectiva, puso en línea las políticas LGBTIQ+ y el feminismo, la ley de identidad de género y la lucha por la legalización del aborto, como modos de pensar y actuar en el sentido de la autonomía y el deseo, así como puso de manifiesto el disciplinamiento regresivo de la emergencia de la línea TERF (feminismo radical trans-excluyente). Judith inmediatamente aclaró que sin travestis, trans y no binaries no hay feminismo. Apuntó a la imbricación necesaria entre neoliberalismo y el fascismo actual (indicando también la imposibilidad de tomar como único marco las teorías sobre el fascismo del siglo XX). También sugirió la necesidad de encontrar nuevos términos para nombrar este presente ya que hay algo en él que todavía no podemos percibir, sus límites, y hasta dónde se puede caer.
Butler retomó la idea de la familia como unidad productiva capitalista y a la vez espacio de confinamiento para las subjetividades, especialmente de reafirmación del poder del macho debilitado en el mercado. Añadió a esto el entretejido de Iglesias y Estado, incluso de las Iglesias dentro del Estado, como forma de garantizar la producción y reproducción de las subjetividades y del propio capitalismo.
La que suscribe, en su doble rol como integrante del colectivo y docente del curso Las lenguas de las locas en la mencionada maestría, centró su intervención en una autocrítica al movimiento, invitando a reflexionar sobre los riesgos y desafíos que enfrentamos, sus métodos de fragmentación reactivos que reproducen a nivel micropolítico las formas de disciplinamiento que nos impone la avanzada fascista (terror financiero, terror moral y terror represivo). En este punto, la Butler reflexionó sobre la rabia como fuerza política: está bien que estemos enojades y que podamos darle lugar y gestionar nuestros afectos de manera de tramar lazos de solidaridad que no están exentos de conflictividad: de esto se trata la interseccionalidad.
Temas escabrosísimos como la lógica de la denuncia, de la acusación, de la corrección política como ordenamiento de nuestras filas, de la victimización como modo de legitimación, es decir, nuestras armas que se nos vuelven en contra, la necesidad de imaginar y poner en práctica una justicia feminista, así como de descolonizar el movimiento no pueden agotarse en una conversación. Son más bien invitaciones a pensar juntes y a ensayar respuestas colectivas en la práctica concreta.