Al igual que el primer alunizaje del Apolo 11, a esta altura, quizá ya poco importen las circunstancias políticas, o las tensiones y competencias entre las dos superpotencias de aquellos tiempos. Lo que queda, lo que quedará, lo que importa, es que aquella hazaña nos hizo crecer como especie. Nos hizo ver y entender las cosas como son: desde la distancia, sólo se ve un mundo flotando en la inmensidad del universo. Ni más ni menos que eso. El vuelo de Yuri puso a la humanidad en su justo y preciso lugar. Fue hace cincuenta años, y hoy lo recordamos.
Parece mentira, pero el viaje de Yuri Gagarin ocurrió apenas tres años y medio después del inicio formal de la Era Espacial, cuando la Unión Soviética lanzó al espacio el primer satélite: el modesto y rudimentario Sputnik 1, el 4 de octubre de 1957 (Sputnik significa, justamente, “satélite”). Ni lentos ni perezosos, los soviéticos se lanzaron a una carrera que dejo boquiabierto al resto del planeta, empezando, claro, por los Estados Unidos. Un mes más tarde, el Sputnik 2 llevaba al espacio al primer ser vivo: la famosa perrita Laika. En mayo de 1958, le tocó el turno al Sputnik 3, un satélite de aplicaciones científicas más grande y sofisticado que sus predecesores.
El gran maestro de la cosmonáutica soviética, el ingeniero ucraniano Serguei Koroliov (1907-1966), lograba un suceso detrás de otro. Y en medio de atronadores lanzamientos y gigantescas columnas de humo, el Cosmódromo de Baikonur, en las estepas de Kazajistán, comenzaba a construir su leyenda. En 1960, los soviéticos ya estaban pensando en el paso siguiente. Del otro lado del mundo, los estadounidenses y la flamante NASA ya se veían venir el nuevo golpe espacial soviético: los viajes tripulados. Pero antes, hacía falta probar cohetes y tecnologías: las misiones Korabl-Sputnik fueron el antecedente inmediato y necesario de las Vostok.
CANDIDATOS A COSMONAUTAS
Durante 1960, el programa espacial soviético convocó a jóvenes pilotos para sumarse a la lista de sus potenciales “cosmonautas”. La lista inicial incluyó a unos 200 candidatos. Pero tras una rigurosa selección, sólo quedaron 20. Entre ellos, Yuri Gagarin, un joven mayor del ejército soviético, bajito (1,57 metro), muy simpático y bastante testarudo. Cuando Yuri quería algo, insistía hasta el hartazgo, hasta que lo conseguía. Tras largos meses de durísimas pruebas físicas y psicológicas, los candidatos fueron cayendo uno tras otro.
YURI, EL ELEGIDO
La decisión había estado en manos de Nicolai Kamanin, jefe del Cuerpo de Cosmonautas. Pero fue el mismísimo Koroliov quien se las comunicó: “Han pasado menos de 4 años desde el lanzamiento del primer satélite, y estamos listos para el primer vuelo humano al espacio. Seis cosmonautas están aquí y cada uno de ellos está listo. Se decidió que Gagarin volaría primero, los otros lo seguirán (...). Tenemos confianza, el primer vuelo fue preparado larga y cuidadosamente, y será exitoso. Todo el éxito para ti, Yuri será exitoso. Todo el éxito para ti, Yuri Alekséyevich”.
¡POYEJALI!
Y el momento de su vida arrancó a las 9.07, cuando se encendieron los poderosos motores de la nave. Feliz como nunca antes, ni nunca después, Yuri pegó, con total desparpajo, un grito que le salió del alma: ¡Poyejali! (¡Vámonos!). El hombre y la máquina se fundieron en un despegue impecable. Ni el humo, ni el ruido casi volcánico, ni las tremendas sacudidas del despegue parecieron amedrentar al espíritu indomable de aquel chico terco y divertido que, de puro corajudo y cabeza dura, siempre lograba lo que quería. Y ahora, era el primer habitante de la Tierra que viajaba al espacio.
El primer tramo del cohete –que en realidad estaba formado por varias “etapas”– se desprendió dos minutos más tarde del despegue, según lo previsto. Pero el segundo tramo se desconectó más tarde de lo planeado. Gagarin no lo supo en ese momento, pero debido a esa falla, la nave alcanzaría finalmente una altura mayor de la prevista. Y en consecuencia, una órbita más grande alrededor de la Tierra: un periastro (mínima distancia al planeta) de 181 kilómetros, y un apoastro (máxima distancia) de 327 kilómetros. Y poco antes de colocarse en esa órbita, Yuri dijo: “La Tierra es azul. Qué maravillosa. Es increíble”.
Pero claro, para hacer eso (abrir el sobre, leer el código y luego tipearlo), el cosmonauta debía estar lo suficientemente calmo. Y entonces sí, ejecutar alguna maniobra de emergencia para salvarse. Pero, más allá de algún susto de último momento (como veremos más adelante), eso nunca sucedió: viajando a casi 30.000 km/hora, Yuri dio una vuelta a la Tierra. Y durante esos 108 minutos, disfrutó de las primeras panorámicas planetarias de la historia, probó algunos bocados, y hasta escuchó música de Tchaikovsky.
EL RETORNO DEL HÉROE
Minutos antes de las once de la mañana, Gagarin salió eyectado de su cápsula, cuando estaba a unos 7 mil metros de altura. E inmediatamente se abrieron sus dos paracaídas (el principal y el de reserva). Dos colegialas rusas vieron boquiabiertas el veloz descenso de la cápsula vacía de la Vostok. La bola metálica se estrelló contra el suelo, dejó un pequeño cráter, y rebotó (la cápsula está guardada en el Museo de la Cosmonáutica, en Moscú). Casi al mismo tiempo, apenas pasadas las once de la mañana, Yuri, colgado de sus paracaídas, tocaba tierra suavemente cerca de la villa de Smelovka, en la región de Saratov, y a unos 1500 kilómetros del lugar desde donde había despegado casi dos horas antes. Según parece, las primeras que lo vieron fueron una anciana y su nieta, que trabajaban en una huerta. Asustadísimas por la extraña aparición de un ser que acababa de bajar del cielo, vestido con un traje anaranjado y un gran casco blanco, ambas se echaron a correr. Nada sabían de la Vostok 1. Yuri se les acercó más y más.
EL LEGADO Y EL RECUERDO
Paradójicamente, la hazaña de Gagarin, y detrás de él, de todo el programa espacial soviético, también benefició hasta a la propia NASA, porque la empujó, y casi la “obligó” a emprender desafíos científicos sin precedentes en los años por venir. La obligó, por ejemplo, a clavar la mirada en la Luna, y a llevar a los primeros hombres a recorrer sus polvorientos suelos color ceniza. Hace medio siglo, aquel muchachito simpático y testarudo se jugó la vida en el sueño de su vida. Soñaba con volar. Y un buen día, voló. La humanidad recordará por siempre el vuelo de Yuri.