Vitor Ramil es uno de esos músicos que no pueden disociar la creación musical del pensamiento. Para el compositor y escritor gaúcho, hacer canciones implica también establecer un universo de ideas. En su nuevo disco, Ramil se inspiró en la idea de los campos neutrales, una zona neutra entre los reinos de España y Portugal a fines del siglo XVIII (tratado de Santo Ildefonso), en el actual territorio de Río Grande do Sul. Esta “especie de tierra sin dueño”, explica el músico, fue el contexto ideal para el surgimiento de los primeros gauchos. Campos Neutrais (2017), tal su nombre, reúne quince canciones que dialogan en torno a las ideas de libertad y diversidad humana. “Creo que con este trabajo he alcanzado un mundo armónico, melódico, poético, orquestal e incluso comportamental que refleja muy bien mis búsquedas estéticas y reflexiones. No se puede enmarcar fácilmente en géneros o contextos artísticos ya establecidos”, apunta el brasileño, que presentará el disco en el marco del festival Músicas del Sur hoy a las 21 en Usina del Arte (Agustín R. Caffarena 1), con entrada gratuita.
Además del encanto de su guitarra y su voz, el sonido del disco está construido a partir de la percusión de Santiago Vázquez --“uno de los artistas argentinos más brillantes y originales”, dice-- y una sección de vientos de metal a cargo del Quinteto Porto Alegre. El disco, que viene acompañado por un songbook, refuerza su interés por captar el sonido de la región cultural de la que habla en el ensayo A estética do frio (2004), y propicia la mezcla y la colaboración con otros artistas, como Chico César (“Olho d'água, água d'olho”), Zeca Baleiro (“Labirinto”), Joãozinho Gomes (“Contraposto”) o la poeta gaúcha Angélica Freitas (“Stradivarius”). En la dulce milonga “Duerme, Montevideo”, por caso, tiende un puente con una rama de su familia proveniente de Uruguay. “Montevideo es la tierra de mi padre, Kleber, y en parte también de mi abuelo gallego, Manuel. A menudo voy a la capital uruguaya. Tengo un verdadero amor por ella, al igual que mi mujer y mis hijos. Siempre fantaseamos con vivir allí”, confiesa.
Y Carlos Moscardini, otro parceiro habitual, aporta su guitarra criolla en el samba “Contraposto”, el momento más “bailable” y carioca del disco. Pero al estilo Ramil, claro. “Con Santiago Vázquez nunca dejamos que se configurara como un samba convencional, con la excepción de algunos compases en que el golpe de samba se acentúa. Nuestra idea fue darle a esa canción, que compuse con el poeta amazónico Joãozinho Gomes, un carácter de trascendencia rítmica a partir de muchas referencias brasileñas y argentinas. Fue muy sugerente. La compuse inspirado por el toque de los tambores de marabaixo, de Macapá, capital de Amapá, extremo Norte de Brasil”, se explaya el músico de Pelotas.
--Hay también dos versiones: “Ana” (rebautizada “Sara”), de Bob Dylan; y “Terra” (“Tierra”), del gallego Xöel Lopez. ¿Cómo aparecieron?
--“Ana” forma parte del disco Desire (1970), de Dylan, de donde ya había versionado “Joey”. Es el disco suyo que más escuché y que más me gusta. El nombre de mi mujer, Ana, sustituye perfectamente el nombre de la mujer de Dylan, Sara, en la división rítmica. De lo contrario, tal vez no hubiera hecho la versión. Además, siempre es un placer interpretar a Dylan, que da tantas ideas y parece dejar todo abierto para que la gente viaje a partir de él. En cuanto a “Terra”, me la dio a conocer un amigo en Galicia, que me dijo que yo era físicamente muy parecido al compositor Xöel López. La canción es espectacular. La escuchaba y lloraba. Fue inevitable hacer una versión.
--¿Por qué le interesó trabajar a partir de la idea de campos neutrales como concepto para este disco?
--Tenía la canción “Campos Neutrais” ya compuesta. Cuando empecé a recopilar el repertorio, me di cuenta de que tenía canciones cantadas en portugués, en español, en inglés y en gallego; asociaciones y versiones con autores del sur, norte y noreste de Brasil, EE.UU., España y Portugal; las canciones hablaban de muchos y distintos lugares. La canción “Campos Neutrais” me hizo mirar más detenidamente a los campos neutrales reales e históricos, que se quedaron en nuestro imaginario como un lugar de mezcla étnica, cultural, lingüística, siempre asociados a las ideas de mestizaje, libertad, comunión, creatividad y anti-xenofobia. Me pareció un contexto muy apropiado para el repertorio, además de ser una exposición de mi punto de vista sobre el mundo en el proceso de deshumanización que vivimos hoy en día.
--Una de las novedades del disco es la sección de vientos. ¿A qué se debe esa búsqueda sonora?
--Desde mi álbum Longes (2004), grabado en Buenos Aires y producido con Pedro Aznar, deseaba realizar un trabajo así. En Longes habíamos conseguido un hermoso resultado con metales en la canción "De banda". Tenía muchas ganas de hacer un disco entero con esa sonoridad. Ahora pensé que tenía el repertorio correcto para eso, además del arreglador, Vagner Cunha, con quien colaboro desde fines de la década del '90. Él es muy abierto a mis ideas, conoce bien mis búsquedas sonoras y artísticas. Y, claro, de repente se formó el Quinteto Porto Alegre, integrado por músicos de varias partes de Brasil que tocan en la Orquesta Sinfónica de ésa ciudad. Son músicos de altísimo nivel, afinadísimos, acostumbrados a tocar juntos, exactamente el perfil de formación que necesitábamos para ejecutar ese trabajo. Quería que los metales estuvieran en todas las canciones y que le dieran al conjunto un sentido de unidad, pero que no fueran arreglos convencionales, sino que aparecieran y se fueran, alternando masas de sonido y silencio.
--El lema del festival es "La canción como una forma de la literatura", una idea que representa muy bien su manera de entender la música: siempre ligada al pensamiento y la reflexión. ¿Cuándo le empezó a interesar el ejercicio de ensayar y teorizar sobre la música que hacía?
--Siempre lo hice: pensar sobre lo que estaba creando, sobre cómo crear, por qué crear. Tengo anotaciones sobre todo esto desde la adolescencia. No sé, siempre me interesó. Y en determinado momento, cuando me mudé a Río de Janeiro y tuve un fuerte sentimiento de inadecuación a la cultura hegemónica brasileña por ser del extremo sur del país, fue justamente el gusto por pensar sobre lo que componía lo que me ayudó a encontrar mi manera, mi identidad. Ahora estoy volviendo a escribir sobre la estética del frío, porque se trata de la búsqueda de una estética más que de la exposición de algo consumado. Es una revolución interna permanente. Creo que hasta ahora apenas he estado haciendo limpieza del terreno y preparándome para seguir adelante. Veremos si las ideas de un artista maduro todavía despiertan interés. Si se quedarán para ser aceptadas o rechazadas en un futuro lejano.