Volvieron las calles polvorientas de El Paso y Alburquerque. Las señoritas de la alta sociedad chilena. Las noches de tragos en hoteles de Acapulco. Escenas peligrosas con dealers de frontera. Tristezas conyugales y casas de adobe sin agua ni luz. Hijos chicos y cuartos desordenados. Después de tres años de traducciones ininterrumpidas a decenas de lenguas y publicaciones en 29 países, Lucia Berlin retoma su conversación póstuma enUna noche en el paraíso, un nuevo libro con más relatos viejos del más allá.
La irrupción de la autora estadounidense en el mundo literario internacional fue como un rayo en el medio del campo. En 2015, su Manual para las mujeres de la limpieza integró todas las listas de favoritos del año y la escritora se transformó en una revelación que venía a ocupar un lugar inexistente y anacrónico. Una Chéjov femenina, una Carver más viajada, una mezcla del poeta Williams Carlos Williams con Proust, dijo la crítica extasiada. Su prodigio contaba con un extra imbatible: Berlin estaba muerta desde 2004 y era prácticamente desconocida a pesar de haber publicado seis libros y ganado algunos premios. Como si desempolvar este tesoro fuera poco, tenía una biografía ajetreada y exótica –pero también muy doméstica– que utilizó de forma exclusiva y casi calcada para su literatura. La fascinación mundial hizo que sus hijos siguieran tirando de la cuerda. Mark Berlin seleccionó y prologó otros 22 relatos para este nuevo volumen, que en inglés aparece al mismo tiempo que Welcome Home, un libro que compila unas memorias inconclusas junto a decenas de cartas a sus amigos íntimos y un archivo fotográfico donde se la ve brillar como una actriz. Este libro aún no fue traducido al castellano y recorre los primeros 29 años de la autora. Fue el último proyecto de escritura de Berlin, cuando el cáncer la dejó sin tiempo a los 68.
La edición conjunta no es casual ni responde solamente a rascar el caldero de las monedas de oro. Una noche en el paraíso dialoga de forma directa con sus memorias en un juego especular que ayuda a armar el rompecabezas Berlin, si eso fuera posible. Estos relatos, que habían quedado afuera de su consagración, son contemporáneos a los reunidos en el volumen de relatos anterior, por lo que no conforman ni un antecedente ni una obra de madurez. No obstante, aunque se revisiten lugares, personajes y escenas, aunque sus alter egos sean también chicas con nombres latinos, no es más de lo mismo. Salvo un par de excepciones, son textos mucho más largos y menos trabajados (quizás por eso el escritor Stephen Emerson, amigo de Berlin y editor de Manual para las mujeres de la limpieza no los había incluido) que siguen un orden, aparentemente cronológico-biográfico. El libro arranca en El Paso, Texas, con “Los joyeros musicales” y “A veces en verano”, dos cuentos de infancia, y sigue con una nouvelle de adolescencia, “Andado: Un romance gótico”, la joya del libro. Con tono y estructura decimonónica, Berlin narra una historia de iniciación bastante terrible y de paso describe el Chile aristocrático de los años ‘40: “Todas las chicas salían con hombres mucho mayores que ellas. Se daba por sentado que esos hombres llevaban otra vida social, completamente al margen. Con las jovencitas vírgenes del Colegio Santiago o los liceos franceses iban a los partidos de rugby o de críquet, jugaban al golf y al tenis. Llevaban a las chicas a la ópera, a bailes con carabina y a salas de fiesta antes de cenar. En cambio, por la noche, los hombres se movían en un mundo distinto, de clubes nocturnos y casinos y fiestas, con amantes o mujeres de medio pelo. Así sería el resto de su vida, de hecho repetían lo mismo que habían visto desde niños”.
Pasada la juventud universitaria en Nuevo México vienen relatos ya más borrosos y conyugales, situados en pueblitos de la frontera y en Nueva York. Todos lugares donde vivió la autora, todas experiencias –e inclusos pasajes textuales– que retoma en sus memorias. Berlin utiliza y reutiliza la misma materia prima en sus escritos con una insistencia parecida a la terquedad. Con poesía y brillantez, se repite en contextos diferentes para encontrar un sentido. Como forma de supervivencia, o simplemente porque “la historia es lo que se cuenta”, como solía repetir.
En el caso de Berlin resulta imposible saber qué vino primero, cuál es el vínculo causal entre experiencia y mirada. Hija de un ingeniero, nació en Alaska y se pasó la primera infancia girando por pueblitos mineros. Cuando mandaron a su padre a la Segunda Guerra Mundial, le tocó quedarse con su madre y abuelo, ambos alcohólicos, ambos violentos, en El Paso. De corretear entre el polvo con niños migrantes sirios y mexicanos, pasó a la vida de expatriada en Santiago. A los 18 años, Lucía Brown –su nombre de nacimiento– llevaba acumuladas más vidas que varias generaciones y a los 24, ya licenciada en Letras, por el segundo marido y con hijos, mudada por enésima vez en Estados Unidos, empezó a publicar sus relatos en la prestigiosa revista The Atlantic Monthly, y enThe Noble Savage, bajo la mirada atenta de Saul Bellow.
Podría haber hecho una carrera literaria menos accidentada si la vida, el alcohol y los maridos, no le hubieran pasado por encima tantas veces. En una entrevista de 2003 que le hicieron sus alumnos de escritura creativa –que la adoraban– dijo que ella escribía para “fijar” la realidad. Pero fix en inglés puede decir “fijar”o “arreglar” y es posible que su literatura se desplace entre esos dos sentidos. “He vivido en tantos lugares que es ridículo. Y porque me he mudado tanto, el lugar es muy, muy importante para mí. Siempre estoy buscando... buscando un hogar”, dice también en esa entrevista. Por eso no sorprende que para estructurar Welcome Home eligiera un procedimiento tan simple como nombrar cada capítulo con una ciudad o casa, siguiendo un orden cronológico. En sus memorias, escribir era una manera de volver a esos lugares y dejar testimonio. En las ficciones de Una noche en el paraíso, esos lugares regresan como intervenciones. En muchos de los relatos se adivinan ejercicios de estilo: cambia el punto de vista, la narradora se corre para contarse como personaje secundario, se alterna la primera y la tercera persona. Aunque la voz prevalece –su voz es demasiado original y contundente para las piruetas narrativas– hay una búsqueda constante y sensible, la de esa niña sobreadaptada y sensible que ve en el otro formas de sí misma, la de esa escritora con oficios terrestres que siempre buscó su camino a casa.