Es raro lo que pasó con Jodie Comer el año pasado. El éxito de Killing Eve se fue extendiendo como un reguero de pólvora, encendido por uno de los recientes talentos de la comedia británica –Phoebe Waller-Bridge–, y todos y cada uno de sus ingredientes tuvieron su merecido reconocimiento. Para Waller-Bridge implicaba el salto de un universo propio como el de Fleabag –que nacía de su insidioso humor y su extraordinario poder de observación– a uno con otras coordenadas: Killing Eve era un encargo de la BBC América que entendía que su mirada podía darle el tono justo a la adaptación de una serie de novelas de espías que la cadena pensaba convertir en un serial moderno. Además, la serie suponía el regreso de Sandra Oh a la televisión, luego de su mítica Christina en Grey’s Anatomy, en un territorio que condensaba todo lo impensado para su carrera: espías del MI6, una red de asesinos internacionales y un irrefrenable vértigo en ese juego del gato y el ratón que unía los destinos de Eve y Villanelle, los dos únicos eslabones de una interminable obsesión. La crítica celebró el riesgo y la serie se convirtió, entre su estreno británico y el desembarco en Estados Unidos, en un repentino fenómeno de culto. Sandra Oh conquistó premios, presentó los Globos de Oro, confirmó un lugar que hace tiempo merecía. Pero la figura de Jodie Comer siguió siendo una cuenta pendiente. 

En las últimas semanas, todos –críticos, entrevistadores, columnistas y varios fans– se dieron cuenta de que se olvidaban de lo más importante. Si  Killing Eve resultó toda una sensación fue por la fascinante aparición de Villanelle, una asesina más allá de la geografía y la moral, dotada de un ingenio y un vestuario envidiables, capaz de escalar los muros de la Toscana para matar con una aguja envenenada, de someter a un funcionario chino a una sesión letal de tortura sadomasoquista, o de sortear las seguridades de una prisión rusa para cumplir con su fatal cometido. Todo en ella es visceral y desmedido: sus fijaciones amorosas, su gusto por las celebraciones y la comida, la decoración de su departamento parisino, el aroma de los perfumes caros. Escrito para estar en ese hilo de equilibrio entre el horror y la parodia, el triunfo del magnetismo del personaje nace de la notable interpretación de Jodie Comer, de esa milimétrica construcción de la psicopatía que exuda miedo y seducción en el mismo artificio de su presencia. “Desde que me propusieron hacer la serie, la pregunta que me hacía una y otra vez era ‘¿Cómo iba a conseguir que al público le importara el destino de una asesina psicópata?’”, revelaba Waller-Bridge en una serie de especiales para el lanzamiento de la primera temporada. “Y la repuesta fue fácil: tenía que elegir a Jodie Comer”.    

Comer había pasado por diversos papeles de adolescente en problemas o joven víctima de casos policiales en varias ficciones de la televisión británica: la frívola y popular amiga de la protagonista en My Mad Fat Diary (2013-2015), la rehén reaparecida luego de un secuestro en Thirteen (2016), una de las víctimas de un célebre asesino serial en la miniserie El estrangulador de Boston (2016). Su cara redonda y el marcado acento de Liverpool fueron los signos evidentes de ese estilo aniñado, dotado de una trágica inocencia que parecía confinarla al eterno rol de damisela en peligro. Sin embargo, fueron sus primeros personajes adultos los que cambiaron el rumbo: la joven amante de un hombre casado en Doctor Foster (2015-2017) y la estratega Isabel de York, pieza clave del triunfo de la casa Tudor en la monarquía inglesa del Renacimiento en La princesa blanca (2017), ambos personajes con opacas ambigüedades, que pueden haber encaminado a Phoebe Waller-Bridge en la certeza de su descubrimiento. “Jodie supo encontrar cierto placer en la oscuridad del personaje que terminó siendo realmente amenazante”. 

El triunfo de Killing Eve nace del mismo desafío que implica para la ficción el protagonismo de un personaje como Villanelle. La serie en sí misma es difícil de encasillar: mezcla de thriller de espías, policial de procedimiento, comedia sardónica y estudio de la psicopatía. Pero es la misma Villanelle la que se contagia de ese itinerario escurridizo, la que afirma su fortaleza en el cultivo de un glamour incandescente que no escatima escenas de atracones culinarios o enfrentamientos a los golpes. El desapego que experimenta ante sus propios crímenes, las irónicas reflexiones sobre su apariencia de “normalidad”, y el desenfado con el que desbarata cualquier predicción de carácter son los pilares del estilo que modela Comer. Esos gestos de subversión se acentúan a medida que percibimos que la Eve de Sandra Oh, esa extraña “heroína” del MI6, aburrida funcionaria que ve su vida dada vuelta al obsesionarse con una psicópata despiadada, en realidad no es más el relegado espejo en el que se intuye la presencia de Villanelle. 

Esa idea queda confirmada en el reciente estreno de la segunda temporada en Gran Bretaña y Estados Unidos (todavía no disponible en nuestro país). Luego del sangriento desenlace de la temporada pasada, Eve camina como en trance por las calles de París. La pierden de vista los mismos sicarios que persiguen a Villanelle, sigue los mismos pasos de su presa de regreso a Londres, se detiene en la estación de tren a comprar toneladas de golosinas y maltratar con malicia a un niñito que cuestiona su comportamiento. Ese otro yo dormido bajo un trabajo tedioso y un matrimonio previsible ha quedado al descubierto: en sus redondeadas facciones asoma la misma pasión loca que lleva a Villanelle a la exuberancia de una vida de muerte y peligro, de macabra diversión. Ese juego de correspondencias es uno de los grandes triunfos de la serie, la que parece advertirnos que lo caótico del mundo puede hallarse tanto en la extravagante conducta de una psicópata rusa como en la meticulosa intuición de una atildada espía del mando británico. 

Y Jodie Comer parece en sintonía con las expectativas que su misma creación había gestado en estos meses de espera por su regreso a la pantalla. Su resistencia roza la inmortalidad, ese pulso de justo equilibrio entre la reflexión y la temeridad le permite dotar a sus diálogos de una atípica sabiduría, a sus ocurrencias de una oscura sagacidad, a su carisma de una penetrante sensualidad. La vemos desfilar en un pijama colorido, escapar en una silla de ruedas, cometer los actos más espeluznantes con ese dejo de dandismo que la hace tan inquietante. Su química con Sandra Oh en los pocos momentos que compartían en pantalla en la primera temporada prometen recrearse ahora con la innegable certeza de su íntima cercanía moral. “Ahora la conozco mejor. La conozco mejor que nadie. Mejor de lo que ella se conoce a sí misma”, dice Villanelle sobre Eve, luego del imborrable recuerdo que le ha dejado su último encuentro. “Nunca confíes en la gente por su apariencia. A la gente peligrosa se la ve de lejos. Siempre hay que preocuparse por los buenos”.

La primera temporada de Killing Eve está disponible en Paramount Channel y en versión On Demand en Cablevisión Flow y DirecTV Play.