Durante décadas, sus negativos de cristal acumularon polvo en un granero de Durham, Carolina del Norte: lo que antaño fue su primer cuarto oscuro devino –literal– gallinero y, entre plumas, cacareos y huevos, allí estaban sus más de 900 placas de vidrio que, afortunadamente, fueron rescatadas como valioso y peculiar registro de su tiempo. Un tiempo convulso, vale señalar, donde regían las leyes segregacionistas que rigieron con particular intensidad en el sur de Estados Unidos. Región que él, Hugh Mangum (1877-1922), fotógrafo autodidacta, conocía bien, habiendo instalado a lo largo y ancho estudios temporales en tiendas para retratar a quien así lo quisiera. Sin discriminar, ofreciendo un ambiente respetuoso, digno, incluso lúdico para hombres y mujeres de todas las razas y clases sociales. Queda claro, mirando las miles de fotografías que tomó y que por estos días exhibe el Nasher Museum of Art en una muestra muy celebrada, que pone en foco la labor inclusiva de un hombre prácticamente ignoto, que se valió de una cámara Penny Picture para fotografiar. La cámara, dicho sea de paso, le permitía exposiciones múltiples en un solo negativo de placa de vidrio, lo cual no solo era práctico: le permitía economizar. Y hoy, tantos años después, permite ver la diversidad de su clientela. “A través de los ojos de Mangum, vemos una ciudadanía diversa, y la vemos representada con ecuanimidad democrática en un mismo negativo, lado a lado, lo que sugiere que estas personas esperaron su turno juntos, en el mismo estudio, al mismo tiempo”, ofrece Margaret Sartor, curadora de la muestra. Por lo demás, del propio Hugh poco se sabe: que tomó clases de arte en una universidad local, que le interesaba el hipnotismo, que murió de influenza a los 44. Y que legó un material que se distancia de las racistas convenciones de época, eternizando a cantidad de personas en su calidad de personas, sin que importara nada más.