“El control de las poblaciones hoy radica en intensificar la pobreza y la inestabilidad económica, producir una angustia generalizada y gobernar con un Estado militarizado, que a su vez reasegura el orden patriarcal”. En esas palabras, esgrimidas por la filósofa feminista Judit Butler, podían rastrearse los elementos que la llevaron a ser parte de la mesa de cierre del Coloquio Internacional “La memoria en la encrucijada del presente. El problema de la justicia”. Se trataba de desentrañar los complejos vínculos entre memoria, feminismo, movimientos de izquierda y derechos humanos. Luego de tres días de intensas charlas y debates en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Butler se encargaba de ordenar algunas fichas del rompecabezas: “Aquellos que sufren en esta economía, a lo ancho del planeta, son las mujeres, los disidentes sexuales, los pobres, los migrantes, los pueblos originarios. Hoy escuchamos que ellos atentan contra la familia, contra el cristianismo, que son parte del terrorismo. Lo que escuchamos es un eco de las dictaduras del pasado”.
A su lado estaban Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, y Eduardo Jozami, director del Centro de Estudios de Memoria e Historia del Tiempo Presente de la Untref. Frente a ellos, un auditorio colmado por más de seiscientas personas que escuchaban en completo silencio. Una aglomeración que se expandía por los pasillos, el bar y la sala de cine del Haroldo Conti –donde se proyectaba todo en pantalla gigante–, con un rasgo distintivo: eran casi todas mujeres las que habían llegado para presenciar la charla titulada “Presentes y futuros de la memoria”. Era el último tramo de un recorrido del que formaron parte más de treinta intelectuales, investigadores y escritores como Eduardo Grüner, Rita Segato, Robert Kaufman y María Moreno. Un contingente de pensadores convocados bajo la premisa de problematizar las violencias de Estado en contextos post-dictatoriales, con el objetivo –como se adelantaba desde la organización– de construir un “resguardo ético frente a la borradura del pasado y la conformación neoliberal de un tiempo sin historicidad ni moral”.
Poco antes de comenzar la mesa de cierre, el abogado y periodista Eduardo Jozami –ex diputado nacional y también ex director del Haroldo Conti–, aclaraba a PáginaI12: “Estamos frente a un neoliberalismo mundial que predica una felicidad de bajo costo, y que en el fondo tiene un carácter tremendamente autoritario”. Durante su intervención, se ocupó de trazar los lineamientos históricos que permiten comprender por qué el actual Gobierno Nacional se empeña en desconocer la historia reciente del país. “Tenemos un gobierno que es enemigo de la memoria, porque no tiene ningún pasado que reivindicar. La tradición del liberalismo conservador en la Argentina, desde la masacre de los pueblos originarios hasta acá, tiene en cambio muchas cosas que ocultar”.
La cuestión giraba en torno a cuáles eran los puentes que podían cruzar esa mirada –construida por alguien que se definía como “peronista”–, con las ideas que en nuestro país expresa el colectivo Ni Una Menos. En ese momento Butler tomó la palabra. “Es un crimen que se hayan asesinado a miles de personas para eliminar a la izquierda, y es un segundo crimen negar ese asesinato. La violencia del Estado, así como se expresa contra las minorías, tiene una tendencia a buscar la exoneración de esas prácticas”. Leía en inglés con una voz calma y grave, que daba tiempo a las traductoras a seguirle el paso. Y con una inmensa bandera rosa que colgaba a su costado que decía: “Las compañeras guerrilleras son nuestras compañeras”.
Los comentarios que a veces crecían frente a alguna de sus apreciaciones eran en seguida frenados por el pedido de silencio de los asistentes. “Dicen que somos negativos, que nos quedamos en el pasado. Pero ellos son los que niegan, los negacionistas”, aseguraba Butler en su cierre. “La tarea es demostrar que podemos imaginar un futuro donde las minorías no viven con miedo y sí en igualdad. Ese debe ser nuestro trabajo por la memoria”. Luego dijo sus únicas palabras en castellano de la noche, “muchas gracias”, y se despidió en medio de una ovación. Llegaba entonces el turno de la última oradora, Estela de Carlotto, que disparó con crudeza: “En medio del caos en el que vivimos, donde la gente duerme en la calle como nunca, familias enteras, ¿qué hace el Gobierno? Más empedrado y macetas, no les interesa la pobreza”; “no me da vergüenza decir que es un gobierno ladrón”; “la deuda externa que nos dejan es impagable, ellos tienen que pagar por todos los delitos que han cometido”.
Al momento de referirse a Mauricio Macri, Carlotto tomó sus dotes de oradora para atraer al público con una ironía: “¿Vieron que ahora se enoja? Yo creo que está aprendiendo a hacer stand up”. Pero luego adquirió un tono serio para cerrar la mirada que le dedicó: “El señor presidente, el día que deje el sillón de Rivadavia, debe ir a una celda de una cárcel”. Cada una de sus intervenciones era aplaudida y ella debía esperar para retomar la palabra. A pocos días de haberse conocido la restitución de la nieta 129, Carlotto recordó lo que su hija, con diecinueve años, le repetía antes de ser desaparecida: “Miles de nosotros vamos a morir y nuestra muerte no va a ser en vano”. Entonces aseguró que el camino para la construcción de la memoria debía esquivar la resignación y la quietud. “Frente a un gobierno que nos miente todos los días, muchos piensan que nuestro pueblo tiene paciencia, pero es una estrategia. Lo hacemos así porque no queremos más violencia ni queremos más muertos. Ellos están borrando la moral, los sueños, pero nunca nos van a robar la alegría de vivir”.