Este fin de semana, el comando de campaña electoral de Cambiemos tuvo su encuentro principal en la Asamblea Anual de primavera del FMI-Banco Mundial, liderado por Christine Lagarde, como principal aportante al financiamiento del proyecto de reelección de Mauricio Macri. En una tarea que asume con compromiso militante, la titular del Fondo publicitó que la economía está saliendo del fondo del pozo y que sería una tontería de parte de cualquiera de los candidatos a presidente darle la espalda al trabajo que se está haciendo. Para no ingresar en un debate gaseoso acerca de lo que sería una tontería, la balanza de ese debate se inclina rápidamente hacia el lado opuesto de la enamorada de Macri cuando se contesta la siguiente pregunta: ¿Hubo países con ajustes exitosos con acuerdos pactados con el Fondo Monetario Internacional?
La respuesta es conocida: no hubo ni un solo caso. Esto deriva en la conclusión obvia de que no existe chance de recuperación sostenida si la economía está bajo la vigilancia ortodoxa del FMI. Por esa vía de análisis la propuesta política no tiene misterio si el objetivo es rescatar la economía para encaminarla hacia un sendero de crecimiento, desarrollo y cohesión social. No será conseguir una refinanciación de los vencimientos de deuda del FMI, como la mayoría está proponiendo, a cambio de una extensión del programa de ajuste acompañada de las reformas previsional, laboral y tributaria. El camino más adecuado será decirle chau al Fondo.
Si bien ninguno de los candidatos de la oposición tiene por qué decirlo en estos meses previos a las elecciones, el primer paso para salir de la ciénaga de la economía macrista es sacarse de encima al Fondo, como se hizo en el 2005. Esto es cancelar el total de la deuda utilizando las reservas disponibles o consiguiendo fondos con líneas de créditos externas de prestamistas amigables.
Sin liberarse del FMI, no por lo que significa sino por la política económica que viene de su mano, no hay posibilidades de comenzar la reconstrucción desde las ruinas que dejará el nuevo fracaso de otro ciclo neoliberal. Portugal lo hizo el año pasado con un gobierno de izquierda, que con medidas heterodoxas recuperó la economía del fondo del pozo al que había caído en la crisis de 2008.
Delegados
Las frenéticas reuniones políticas en la Casa Rosada para diseñar una estrategia económica con tono electoral son secundarias, pues están subordinadas a las directivas del comando central localizado en Washington. Los anuncios que hará Macri de precios, tarifas y créditos apuntan a reiterar la campaña electoral 2017, que resultó exitosa. Son ilusiones de un oficialismo en descomposición, pues hay dos cuestiones que hacen diferentes ambos escenarios: hoy está presente el FMI en el diseño y supervisión de la política económica, y además la crisis con acelerado deterioro sociolaboral no facilitará que el engaño de la promesa de un futuro promisorio sea efectivo.
El Fondo rescató al gobierno de Macri del default y puede ayudarlo a completar su mandato hasta el 10 de diciembre próximo, pero no podrá conseguir que la economía sea un activo competitivo para el oficialismo en las próximas elecciones.
Como si hubiera habido una amnesia colectiva, dirigentes empresarios, sindicales, políticos y sociales no consideran en las evaluaciones que realizan acerca de las perspectivas inmediatas que la economía ha quedado bajo la tutela del Fondo Monetario Internacional. Es un condicionante tremendo para la gestión de gobierno, ya sea para la de la alianza macrismo-radicalismo como para cualquier otra. Es un limitante tan potente que se termina naturalizando que el ministro de Economía se convierta en un delegado de la tecnoburocracia de Washington. Nicolás Dujovne pide permiso a los encargados del FMI de la economía argentina, al mexicano Alejandro Werner y al italiano Roberto Cardarelli, para instrumentar medidas básicas en el frente fiscal, monetario y cambiario. Y la mayoría de las veces no recibe aprobación para ejecutarlas.
Esta humillación la recibe la dupla Nicolás Dujovne (Hacienda)-Guido Sandleris (Banco Central), que en un triste papel de mendigos no consigue ni la limosna de poder reducir la brecha de la zona de intervención cambiaria o la posibilidad de vender dólares en cantidad para evitar un salto demoledor del tipo de cambio. Sin profundizar en los laberínticos senderos de la psiquis, da la impresión de que a Dujovne y a Sandleris les resulta placentero semejante indignidad.
Estancamiento
Con unas inmensas anteojeras ideológicas, financiadas por fracciones diversas del poder económico, la secta de economistas dominante del espacio público aplaude que el Fondo haya desembarcado en la economía argentina. Sus miembros dicen que de ese modo se puede desplegar un plan “serio” ante la ineptitud de los gestores locales. Esto significa impulsar un “ajuste” que los políticos no se animan a implementar y que solamente bajo el temor a un default, que los dólares del FMI aleja temporariamente, se allanan a realizar. Lo que no precisan es que de esa manera se condena a la economía a un estancamiento permanente, lo que no implica que los intereses que protegen (financieros, en especial) se vean afectados.
La receta del Fondo es la misma para todos los países sin importar las características de cada una de las economías. Recomienda fuertes ajustes fiscales, contracción monetaria y apertura comercial. Gobiernos débiles acechados por corridas financieras aceptan implementar los recortes del gasto en sectores sensibles, luego de haber incrementado la deuda pública hasta niveles cercanos a la cesación de pagos. Frente a las protestas por la reducción de programas sociales y eliminación de derechos laborales, el discurso oficial señala que el camino del sacrificio es el único posible para superar la crisis. Promete que la reducción del gasto público generará confianza en la inversión privada para rescatar la economía de la recesión. Es lo que dice y hace el gobierno de Macri, con previsible y lamentable resultado.
La continuidad de un programa del FMI en el 2020, con la herencia que dejará cuatro años de un ciclo neoliberal, mantendrá la economía en un estado vegetativo. Puede haber algún leve y transitorio repunte, conocido como “rebote del gato muerto”, pero predominará el estancamiento. La experiencia argentina con el FMI muestra que será ése y no otro el recorrido que se transitará de la mano de madame Lagarde.
Mea culpa
Años después de ser protagonista de fiascos económicos mayúsculos, como toda organización internacional burocrática, el FMI realizará una autocrítica acerca de sus errores para entender las razones del fracaso. Sostendrá que postular e imponer el ajuste fiscal para conseguir el déficit primario cero fue exagerado y reconocerá que se equivocó. Una vez más. Admitirá, como ya lo hizo con los países europeos castigados con la austeridad (Irlanda, Portugal, España y Grecia) que los desmesurados recortes del gasto público y suba de impuestos en lugar de derrotar la recesión, la profundizaron.
Esta contrición la expuso luego de su participación en la crisis internacional de 2008. Dos de sus economistas más importantes de entonces, Olivier Blanchard y Daniel Leigh –que ya se fueron de la institución–, presentaron el documento “Growth forecast errors and fiscal multipliers” (Errores en las previsiones de crecimiento y multiplicadores fiscales). El estudio evaluó el efecto de la disminución del gasto y el alza de impuestos en la actividad económica. La idea del “multiplicador” consiste en estimar cuánto de un peso gastado impacta en forma incremental en el crecimiento económico. O, en sentido contrario, cuál es el efecto de la reducción de un peso del gasto público en la actividad económica. Admitieron que “hemos encontrado que los pronósticos del Fondo Monetario (el ajuste sobre esas economías europeas) subestimaron significativamente el incremento en el desempleo, la caída en el consumo privado y la inversión asociados a la consolidación fiscal”. Así pidieron perdón.
Hace dos años, el FMI publicó otro estudio crítico sobre el impacto negativo del ajuste. Un artículo de Jonathan Ostry, Prakash Loungani y Davide Furceri, en ese momento funcionarios del Fondo, afirmaba que, “en vez de llevar al crecimiento, algunas políticas neoliberales han aumentado la desigualdad, a la vez que ponen en peligro la expansión duradera”. Para agregar que “hay aspectos de la agenda neoliberal que no han funcionado como se esperaba” y mencionan, entre otras cosas, que “los costos en términos de aumento de desigualdad son prominentes”. Otro arrepentimiento.
Se trata solamente de una pesadumbre teórica. La confusión se presenta cuando los préstamos del FMI a países periféricos en crisis financieras son defendidos con el argumento de que buscan sanear y equilibrar las economías y de que una eventual cesación de pagos tendría un costo mayor para su población. En realidad, los millonarios recursos que aporta el FMI están destinados específicamente a salvar bancos y grandes fondos de inversión internacionales.
42 años
La economía macrista bajo la tutela del FMI tiene una referencia para prever su evolución, más aún cuando algunos candidatos proponen como alternativa al ajuste conseguir una refinanciación de los vencimientos de deuda. Sería conseguir que el acuerdo stand by se transforme en uno denominado extended fund facilities para mejorar el perfil de vencimientos de capital e intereses del préstamo millonario entregado al gobierno de Macri. El plazo del acuerdo podría ampliarse a diez años a cambio de las reformas laboral y previsional, obsesiones del establishment local e internacional. El déficit primario cero es la primera estación hacia el objetivo principal de alcanzar un superávit fiscal suficiente para garantizar el pago de la deuda. Es lo que plantea el elenco de economistas ortodoxos.
¿Cuántos años de ajuste fiscal serían necesarios para llegar a esa meta?
Como el ajuste permanente es la opción postulada por el mundo de la ortodoxia, resulta oportuno apuntar que por ese camino la Argentina de Lagarde tiene para verse reflejada en el espejo de Grecia.
A fines del año pasado, la troika del Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el FMI definió un nuevo acuerdo de alivio de la deuda griega, extendiendo los plazos de repago en 20 años (del 2023 al 2033) de casi 100 mil millones de euros de préstamos de rescates anteriores. Esta reestructuración fue definida para una economía que acumulaba ocho años de crisis continúa, con tres programas de rescate y sufriendo la peor depresión de una economía europea desde la Segunda Guerra Mundial.
Lagarde avaló el acuerdo y la clave de la refinanciación fue la promesa brindada por el gobierno griego de mantener un superávit fiscal primario de 3,5 por ciento del PIB hasta el 2022, para luego seguir con un ajuste de las cuentas públicas de 2,2 por ciento en promedio hasta el 2060. O sea,
¡un ajuste permanente para los próximos 42 años!
Inviable
El FMI, con su receta de austeridad, es sinónimo de recesión y desempleo. Limita la opción de impulsar una política económica que se aleje de los mandatos de la ortodoxia. A diferencia de lo que se postula, el ajuste fondomonetarista no convoca a inversores privados a desembolsar millones de dólares en proyectos productivos en esas economías. Los gobiernos que se abrazan al Fondo son ubicados en el ranking de los indeseables porque muestran que han quebrado su economía y que no están capacitados para manejar con autonomía relativa su propia política económica. El FMI no es un sello de calidad que invita a los inversores a apostar en esas economías, sino que es un demérito que aleja la posibilidad de seducir al capital como motor de la recuperación. Un acuerdo con el Fondo asegura entonces el estancamiento permanente por el ajuste fiscal y monetario que exige, que lanza a la economía a un círculo vicioso de deterioro, y porque ahuyenta la inversión productiva por la debilidad autoinducida de la demanda y por la vulnerabilidad expuesta al tener que subordinarse a un acuerdo con el FMI.
La historia argentina del vínculo con el Fondo Monetario ilustra las consecuencias desastrosas de estar atado a sus programas de ajuste. Las señales son nítidas. A poco de andar el segundo acuerdo con el FMI, los números fiscales de la economía macrista fueron decepcionantes y Dujovne tuvo que solicitar un waiver (perdón) para las metas del segundo semestre de este año. La tecnoburocracia de Washington lo concedió reclamando que para mejorar el frente fiscal debe bajar el gasto en inversión pública y en asistencia social, e impulsar una reforma tributaria subiendo la alícuota reducida (10,5 por ciento) del IVA en el pan, harina, leche, papa, batata, legumbres secas, hortalizas, frutas y carnes.
Este es el modo de la relación de la economía macrista con el Fondo: imposibilidad de cumplir con las metas fiscales pactadas, sofocadas por la carga de la deuda y la necesidad de su reformulación con las exigencias de más ajuste como condición para mantenerse conectada al pulmotor financiero del FMI. Es una economía inviable en términos de bienestar social.
En la primera década del nuevo siglo, con la presencia del FMI no se hubiera podido avanzar en la movilidad jubilatoria, la ampliación de la cobertura previsional, la eliminación de las AFJP, el control cambiario y de los fondos especulativos, el impulso de una política industrial y financiera, las retenciones y la administración del comercio exterior. En definitiva, no se hubiera podido ampliar los estrechos márgenes de autonomía de la política económica para sostener el crecimiento y amortiguar los ineludibles costos de crisis internacionales.
Si el objetivo será rescatar la economía de la noche macrista, a partir del 2020 no habrá muchas opciones. No servirá ni reformular ni extender el acuerdo con el Fondo Monetario. El paso necesario, que no será suficiente pero que resultará imprescindible, será sacarse de encima al FMI del diseño y auditoría de la política económica. Otra vía, que puede ser más o menos pasteurizada con aval del establishment, sólo asegurará la consolidación del estancamiento permanente de la economía.