Se llama David Lipton, normalmente trabaja a la sombra de la más mediática Christine Lagarde pero es quien tiene la última palabra, al ser el “hombre fuerte” de Estados Unidos en el Fondo. Como tal, fue el responsable de habilitar un acuerdo totalmente fuera de norma con Argentina, por un monto sin precedentes y con un deudor que prácticamente cumple un único requisito: su lealtad al gobierno de Washington, cualquiera sea éste (recordemos que el PRO le había puesto sus fichas a Hillary Clinton). Ayer, Nicolás Dujovne fue recibido en audiencia privada por Lipton, quien le ofrendó al ministro argentino lo que éste había ido a buscar: un elogioso, pero escueto, comunicado en el que ensalza “los importantes avances logrados para reducir las vulnerabilidades económicas”. No hubo foto del encuentro. “Esa te la debo”, le habrá dicho Lipton antes de despedir a Dujovne, pensando ya en su siguiente compromiso. 

 El comunicado difundido por el director adjunto del FMI también destaca, en su segundo y último párrafo, “los esfuerzos en curso para alcanzar el déficit cero para 2019 y el firme compromiso de las autoridades para proteger a los más vulnerables”. El día anterior, el viernes, Lipton se reunión con las autoridades del Banco Central, Guido Sandleris y Gustavo Cañonero. De este encuentro no hubo foto ni comunicado. Pero no faltaron trascendidos. En los medios se señalan tres preocupaciones de los representantes del poder financiero mundial: el dólar, la inflación y el retorno de Cristina. Y en los tres temas, hay una percepción común: el gobierno está perdiendo el control sobre los resultados. 

 El Fondo respalda al gobierno en la aplicación de un ajuste duro, incluso le otorgó cierta flexibilidad para el “desvío” de alguna partida hacia políticas sociales y para una “moderada” intervención en el mercado que atenúe los sobresaltos cambiarios, evitando que terminen transformándose en una nueva corrida. Sabe, además, que el gobierno no puede mostrar resultados en lo inmediato, pero se los exige a partir de junio. 

 Mientras la conducción económica rendía examen en Washington, la AFIP dejaba trascender aquí que había detectado más de 400 cuentas bancarias en el exterior no declaradas, cada una de ellas por más de un millón de dólares, de personas humanas o jurídicas que habían ingresado en el último blanqueo sin incluirlas. Ello haría pasible a sus titulares no sólo de pagar por los fondos descubiertos, sino que perderían los beneficios de la regularización. Algunos lo señalaron como una advertencia a “viejos socios” que se beneficiaron pero no acompañaron al gobierno en su peor momento. Otros relacionaron el anuncio con el examen que se rinde ante el FMI: hay que cumplir a rajatabla con el programa y mostrar que se le cobrará a quien corresponde, incluso a amigos y familiares. Aunque no lo mencionen, el Fondo lo sabe: la fuga de divisas sigue siendo la rajadura principal de esta economía averiada.