La acumulación de sucesos significativos podría parecer suficiente para desembocar en un libro. El catálogo que surge de 1988 resulta abrumador: la inminente caída de Raúl Alfonsín como símbolo de una democracia que tambaleaba, las Madres de Plaza de Mayo junto a Sting en el escenario de Amnesty Internacional, dos alzamientos carapintadas, las muertes de Miguel Abuelo y Federico Moura, el asesinato de Alicia Muñoz a manos de Carlos Monzón, Los Redondos gestando su masividad, Alberto Olmedo cayendo desde un balcón en Mar del Plata, Fito Páez y Andrés Calamaro fabricando las canciones que traslucirían el nervio de su obra. Sin embargo, la sumatoria de hechos no alcanza para desentrañar el espíritu de una época. Y eso es lo que logra captar el escritor marplatense Martín Zariello en 1988. El fin de la ilusión (Editorial Sudamericana), enhebrando un recorrido azaroso y caleidoscópico por ese año convulsionado que marcó el fin de la primavera alfonsinista.
“Sabía que era un año conflictivo, pero cuando me ofrecieron hacer el libro, no tenía tanta noción de todo lo que había pasado”, dice Zariello, más conocido como Il Corvino –en referencia al blog en el que escribe hace más de diez años–, en un bar de Mar del Plata. Con 34 años, apenas tenía cuatro cuando la Argentina se agitaba en aquella profunda crisis socioeconómica y el rock funcionaba como termómetro de sus conflictos. Y ése fue el primer escollo que tuvo que atravesar. “Estuve mucho tiempo buscando información y recreando el imaginario: vi montones de películas, recitales, discursos, escuché los discos, leí libros, revistas. Después hice un recorte bastante arbitrario y escribí textos cortos, fragmentarios, que es donde me siento más cómodo”. 1988... está hecho de 14 capítulos autónomos en los que esa mirada arbitraria de Zariello abre la puerta a una serie de ensayos veloces, cargados con similares dosis de ironía, humor y de una inquietante capacidad de reflexión.
Desde el inicio del libro se pone al descubierto ese cruce de lenguajes. En el primer capítulo, “Alfonsín, Live on Tour 88”, el autor comienza a desmenuzar cada uno de los gestos, movimientos y palabras de Raúl Alfonsín durante ese año –como si se tratara de una estrella de rock–, y los vuelve parte de un entramado simbólico desde el que se observa la dificultad de una democracia germinal por sostenerse. “Ahora hay una moda de libros de rock, que si bien es de donde yo vengo, quería abrirme de eso, darle otra respiración al libro”, dice el autor. “Agarré la información de dos revistas puntuales: Cantarock y Pelo. Busqué solo los hechos, para no bloquear la escritura. Y después dejé que todo lo que había incorporado como campo de referencia se fuera mezclando. Cuando escribo tiene que haber algo de espontáneo, de imprevisto, si no siento que estoy encorsetado y que no va a funcionar”.
A la par de una sucesión de análisis sobre Téster de Violencia (Luis Alberto Spinetta), Ey! (Fito Páez), Por Mirarte (Andrés Calamaro), Doble Vida (Soda Stereo) y Un baión para el ojo idiota (Los Redonditos de Ricota), que funcionan como columna vertebral, Zariello encuentra aire fresco en rincones inesperados. Por ejemplo, en su “Hipótesis alrededor de una canción de Cacho Castaña”. Al poner la lupa sobre una letra en apariencia banal (la canción “Septiembre del 88”), comienza un viaje de relaciones incongruentes –el vínculo entre la disputa Menem/Angeloz y los Monty Python o la hiperinflación y un capítulo de la quinta temporada de Los Simpson–, a través de las que se inmiscuye en la idiosincrasia de un pueblo atravesado por las crisis y ensimismado en la nostalgia. Ese ejercicio de diseccionar a la cultura popular, de trabajar con sus partes mínimas desde un foco tangencial, le permite a Zariello alcanzar una nueva claridad al revisitar el pasado.
“Nunca pensé que el libro tuviera que ser una tesis para explicar algo. Lo que más me gusta es que quien lo lea no esté de acuerdo, que discuta”, asegura el autor, que a pesar de llevar seis libros editados –el último, No bombardeen Barrio Norte (Ed. Perro Andaluz), es un extenso ensayo sobre Yendo de la cama al living, de Charly García–, y de escribir en revistas digitales, continúa trabajando en la lonería familiar. “Trabajar con materiales tiene su encanto. Si no, uno vive en un mundo muy abstracto. Cortar lonas, soldar, te devuelve un poco a este mundo. Eso también me parece imprescindible para sentarse a escribir”.
–Para recrear lo que se vivía no realizaste entrevistas. ¿Por qué?
–Me encanta leer revistas viejas como Punto de Vista, El Péndulo, Cerdos & Peces, El Escarabajo de Oro. Soy medio anacrónico. De ahí me nutrí. Pero no me gusta que un texto esté sostenido solo por la información. Lo siento como una puñalada. La idea de entrevistar, que alguien me cuente la historia “tal como fue”, al menos para esa persona, me caga en lo que después quiera decir, me bloquea. Lo mío tiene que ver con la interpretación, con una visión que podés estar de acuerdo o no.
–En la introducción aclarás que surgió de una propuesta que le hizo la editorial. ¿Te resultó difícil trabajar con una idea que no nació de vos?
–Hacía unos años me habían dicho que querían que hiciera un libro y no se me había ocurrido nada. Es el problema de empezar escribiendo en un blog. A mí se me ocurre algo para escribir en 40 minutos, pero en 40 semanas es probable que no se me ocurra nada. Así que lo escribí con esa técnica, textos cortos con los que me siento más libre. En realidad creo que soy un bloguero, una especie que tiene un poco de todo y de nada al mismo tiempo. Podés ser visto como un escritor, un periodista, un cronista... o un tarado (risas). Lo que pasa es que detrás de los blogs subyace la idea de que es un discurso que no está legitimado por nadie, nadie te paga por escribir. Y eso que es “negativo”, te da la libertad para decir cosas que en otros medios no se podrían decir.
–¿Siguen en pie los blogs?
–Ya no se leen más, no existen. Yo lo tengo, pero funciona casi como si de a ratos volviese a la casa de mis viejos. Es una calle que quedó cerrada, como si ya no pasara el tren por ahí. Ahora estamos en el imperio del meme. A veces quiero escribir algo y veo que un meme te lo resume con más gracia, más ironía y más doble sentido. Por un lado siempre estamos escribiendo, mensajes de texto, lo que sea, pero triunfó la imagen, los videos virales, por sobre el blog. Los nuevos blogueros son los youtubers.
–¿Cómo ves la incidencia social del rock treinta años después?
–Perdió cierto predomino, ya no es la banda de sonido de la juventud. Los pibes escuchan trap, rap, van a la Batalla de Gallos. Hay una cultura que cuesta un poco ver, pero un video de Duki tiene dos millones de visitas en un día. Más allá de que esté bancado por quien sea, es alguien que ni siquiera saca discos, saca temas. En el 88, discos como Ey! de Fito, o Por Olvidarte de Calamaro, no es que pasaron inadvertidos, pero no fueron grandes sucesos, y hoy están completamente revalorizados. A la distancia ves cómo se estaban transformando en lo que se terminaron convirtiendo. Todavía necesitamos distancia para ver todo lo que está cambiando ahora.