Pablo Rago es el protagonista de El sonido de los tulipanes, la nueva ficción de Alberto Masliah (director de algunos documentales que tuvieron en común el tema de la identidad desde distintos aspectos y de la ficción Schafhaus, casa de ovejas). La segunda ficción del cineasta es un policial ambientado en 2001, durante la crisis que derivó en lo que todos los argentinos conocen. Allí el actor compone a Marcelo, un escritor que trabaja como periodista y que tiene que investigar nada menos que los pasos de su padre Tonio (Roberto Carnaghi), un destacado intelectual del que estaba distanciado y que muere en una situación poco clara. Junto a Carolina (Calu Rivero), la ex secretaria de su padre, Marcelo queda en un fuego cruzado de un grupo con ambiciones de poder, en el que algunos de sus miembros pasaron facturas por la etapa de la dictadura militar. El film se estrenará el jueves 18 en la cartelera porteña.
“Lo primero que me interesó fue la charla con Alberto Masliah, porque me guío de la buena onda con el director”, cuenta Rago sobre los motivos de su aceptación para participar en el film. “Sé lo difícil que hoy es hacer una película. O siempre. Pero hubo una época donde se filmaba más, teníamos propuestas. Alberto me contó la historia con su calidez. Es un tipo muy familiar y me sentí parte del equipo desde el principio. También el elenco es fundamental en la elección; es decir, la familia actoral”, agrega.
–El policial no es un género demasiado transitado por el cine argentino actual. ¿Te interesó especialmente?
–Sí, el tono que tiene la película nunca lo había transitado y me pareció que la experiencia estaba buena.
–Si bien es una película de género, está ambientada en 2001. ¿Ves similitudes entre aquella Argentina y ésta?
–Hoy esta película trata de explicar lo que pasó en 2001. Yo tuve una experiencia en teatro que la traslado a esto, porque me parece que es oportuno. Estaba ensayando Hombre y Superhombre, de Bernard Shaw, en el Teatro San Martín, con dirección de Norma Aleandro. Era la primera vez que trabajaba en el San Martín. Primero, estaba sorprendido de que me llamaran para semejante honor, un clásico de Bernard Shaw. Estuvimos ensayando durante un par de semanas y Norma Alejandro me separó del elenco, me llevó a un costado y me dijo cuando yo estaba medio trabado: “Yo sé que podés hacer el personaje. Me podría meter con vos, con tu familia, hablar de tus cosas personales. Yo sé que lo podés hacer, así que te pido por favor: ¿Te podés cagar en mí, en el Teatro San Martín y en Bernard Shaw y hacer lo que tenés que hacer?”. En ese momento entendí lo que me dijo ella, pero mi cuerpo tardó un par de semanas en entenderlo. Y un poco pasa esto, ¿no? Cuando uno está inmerso en la situación es difícil que la pueda comprender. Por ahí cuando pasa un tiempo, cambia. Nunca se hacen películas, por lo menos de este corte, que hablan del momento actual. Necesitan un tiempo como para macerarla.
–La película revisa el papel de cada uno de los personajes durante la dictadura cívico-militar. Vos eras chico, naciste en 1972, pero ¿qué significa para vos esa etapa?
–En mi casa no se hablaba de nada. Eramos vecinos del hermano de Arturo Jauretche, un fotógrafo que estuvo “chupado” no sé cuánto tiempo. Cuando éramos chiquitos, mi primera novia fue su hija. Y en mi casa no se hablaba de la dictadura. No se hablaba de la gente que chupaban, de la censura tampoco. Empecé a entender eso mucho tiempo después, cuando ya tenía 18 o 20 años. En el 83 me hice amigo de los muchachos de la Unidad Básica de la esquina de casa, fui a hacer pintadas, a pegar algunas pancartas. Estuve en el cierre de campaña de Luder-Bittel. Y me horroricé cuando prendieron fuego el cajón. Tiempo después me di cuenta de que había algo de Alfonsín que me atraía. Lo pude hacer consciente cuando fui más adulto y me di cuenta de que ese chabón era peronista. O sea, la justicia social de la que hablaba Perón la transmitía Alfonsín, por supuesto desde su óptica. Pero siento que recién entendí esa época de grande.
–¿Ciertas ideas de la dictadura fueron tomadas por el neoliberalismo?
–Son. No es que fueron. No solamente acá. Acabo de llegar de Chile, donde estuve haciendo la obra teatral Atracción fatal y me reuní con unos amigos que habían venido a la Argentina cuando todavía estaba Cristina y que se tuvieron que ir porque acá no podían vivir. En Chile se lo vive de una manera muy parecida.
–En la película encarnás a un escritor que se dedica al periodismo. ¿Es una profesión que te hubiera gustado?
–No. Hay andariveles del periodismo. El personaje que yo represento es un investigador más que un periodista. Supongo que los periodistas de Policiales son tipos que se involucran de una manera casi como un investigador privado.
–¿Estudiaste métodos de investigación periodística para componerlo?
–No. En 2000 hicimos la serie Primicias, y ahí sí me interesó conocer el mundo de los periodistas. Trabajábamos juntos con Gustavo Garzón (que también participa en esta película) y nos reunimos con algunos periodistas de distintos medios. Por supuesto, no teníamos tan claro en esa época lo que significaban los medios y todo lo que repercutía en la vida de todos nosotros. Hay algo que recuerdo muy claramente que me dijo una periodista: “Nosotros tenemos que hacernos amigos del entrevistado para después traicionarlo”. Me pareció una muy buena definición porque me había pasado muchas veces con los periodistas de Espectáculos.
–Justamente la película aborda la influencia de los medios de comunicación en temas políticos y sociales. ¿Cómo notás esa influencia hoy en día?
–Está más que claro. Ahora estamos siguiendo minuto a minuto, como si fuera un policial de Netflix, la historia de Marcelo D’Alessio con todos sus socios y víctimas. Hay ciertos periodistas, muy serios además, que para salirse de la situación son víctimas. Me irrita profundamente porque es algo que uno se podía imaginar. También me pasa algo raro con la serie de Michael Jackson: amigas mías con quienes somos fans de toda la vida vieron la serie y arrancaron los imanes que tenían en la heladera y tiraron los CDs “porque no puede ser que este hijo de puta...”. Ya sabíamos que Michael Jackson dormía con chicos.
–Sos actor desde los cuatro años. Seguramente, muchos directores te enseñaron muchas cosas. ¿Tuviste que desaprender en el camino?
–Todo el tiempo tengo preguntas. Trato de no ir con respuestas porque me siento alejado del proyecto, de los compañeros. Siempre estoy aprendiendo. En un ensayo de una obra de hace muchos años, se me ocurrió decir: “Vengo acá a aprender”. Y me miraron con cara de “loco, tenés treinta años de profesión”. Sin embargo, siento que cada vez que entro a un set o que me subo a un escenario estoy aprendiendo de los compañeros, del director, del director de Fotografía, del cámara. Yo trabajo mucho con eso.