La detención del periodista y fundador de WikiLeaks, Julian Assange, el 11 de abril es lisa y llanamente un acto de crueldad que tiene como principal objetivo sembrar el terror en todos los que se atrevan a contar la verdad. Este ataque a la libertad de expresión es una clara intención de disciplinamiento para todos aquellos que pretenden quitar el velo a las realidades más oscuras de nuestros pueblos.
Hace apenas unos años, ni bien asumió el gobierno neoliberal de Macri en Argentina, compartimos junto a Santiago O’Donnell y la ex embajadora Alicia Castro una charla vía teleconferencia con Assange. Ese día Santiago contó que había tenido con él 14 horas de charla y que Julian no podía mover su brazo izquierdo, pero no sabían la causa porque ni siquiera le permitían el ingreso a un médico para hacerle una resonancia. Santiago pidió ahí que por favor la humanidad entera luche para que al menos le den condiciones dignas para vivir, porque ningún ser humano, ni el peor de los asesinos, vive en condiciones tan terribles como las que vivía Julian Assange.
Durante casi siete años fueron capaces de tener a un hombre encerrado en una habitación sin poder asomar siquiera la cara a la luz del día, sin atención médica y en un estado de abandono deplorable sin el mínimo respeto por lo derechos humanos. Al ser sacado de la embajada se lo veía débil, pero lúcido dando explicaciones sobre la inconstitucionalidad de su detención. Débil y rodeado de policías.
Assange fue y es atacado porque echó luz sobre los principios de manipulación global, la prepotencia desaforada de los capitales financieros, los aparatos judiciales cómplices y hacedores del sufrimiento y los aparatos de la (des)información que fueron denunciados en WikiLeaks. Julian Assange, fundamentalmente, hizo justicia porque evidenció las injusticias.
Ninguna persecución es porque sí. Han utilizado argumentos falaces para desde todo punto de vista destruir a una persona que representa mucho más que unos cables que muestran, entre varias cosas, la injerencia de la Embajada de Estados Unidos en todos los países. Representa sobre todo, un nuevo modo de libertad de expresión.
Pero el imperialismo avanza siempre del mismo modo. Son eficientes, (por ahora) pero no creativos. Primero demonizan para generar el consenso social que les permita aniquilar. Después definitivamente aniquilan.
Con la detención de Assange condenan a un hombre a la muerte, y también condenan el derecho a la comunicación, que engloba a la libertad de prensa pero que va mucho más allá. El derecho a la comunicación es la posibilidad de un mundo con múltiples voces. En este tiempo ese derecho aparece vulnerado, y no solamente por lo que representa la figura del creador de WikiLeaks, sino también por lo que sucede con los monopolios mediáticos en todo nuestro territorio de la Patria Grande. En un cambio de paradigma de las comunicaciones Julian Assange es un pionero en esa promoción del derecho a la información.
Es prioritario señalar la valentía de un gobierno como el de Correa, al igual que la traición, una vez más, de Lenín Moreno. Correa porque protegió a Assange y no lo hizo desde el cálculo político sino desde una apuesta radical por los derechos humanos, una posición a favor de los más humildes contra los poderes imperiales. La de Lenín Moreno porque mandó a morir a un hombre de su país.
El imperio actúa, como siempre con la violencia. Primero, ingiriendo en territorio soberano y quitando la nacionalidad a un ciudadano ecuatoriano. Luego, arrastrando el cuerpo blanco y casi minúsculo de Assange entre varios muchos policías. Accionares repudiables que nos hacen acordar a las peores historias de nuestros países. Todo, absolutamente todo, es violatorio de todo tipo de legalidad.
Cuando Wikileaks emitió los primeros cables, Chomsky dijo que Assange era un lanzador de alertas. Una frase que invita a pensar sobre tres vertientes a analizar: una, alerta a los sistemas de periodismo global. Cuando se hacen públicas una cantidad de informaciones de diferente tipo que ningún equipo periodístico había podido dar cuenta hay alerta, pues muestra las dificultades (intencionadas e interesadas) de un periodismo que no puede, y no quiere, hacer una apuesta a la verdad. La segunda alerta es respecto al valor que tiene la información para los pueblos, para la toma de decisiones y sobre todo porque a partir de los datos obtenidos, se reconfiguran. La información ciudadana es vital para todos pero esencialmente para los más olvidados. La tercera, a los marcos judiciales que penan justicia y condenan a injusticias.
Una de las grandes revelaciones que nos dejó el trabajo de Assange fue la rebeldía de algunos ciudadanos estadounidenses que, espantados por la manipulación del mundo del capital que hacía el poder de Estados Unidos, decidieron entregar la información a la persona que se atrevía a publicarla. Pero la historia misma demuestra que aunque encarcelen, extraditen, acallen, supriman, aniquilen, maten a quienes jueguen por un mundo más verdadero, las sociedades van a seguir generando jóvenes que se opongan al poder dominante de su propio país y se posicionen del lado del pueblo, del lado de la justicia.
Algunos se quedarán más tranquilos creyendo que Assange es solo Assange, es decir, un individuo aislado. Pero él es fuerte justamente porque es emblema de que a la información verdadera, a la realidad, no hay censura que le impida existir.
* Diputada provincial. Ex decana de la Facultad de Periodismo de La Plata.