¿Es verdad que el Trinche Carlovich era mejor que Maradona? ¿Es cierto que inventó el doble caño? ¿Hay certezas de que cuando Menotti lo llamó para la Selección Nacional se fue a pescar con los amigos? ¿Es mito o realidad ese partido de la Selección de Rosario contra la Selección Nacional en el que dejó la pelota hecha un bollito? ¿Hay pruebas de que humilló tanto a los jugadores de la selección que lo tuvieron que sacar de la cancha? Es posible que el director y maestro de actores Jorge Eines, que vive la mitad del tiempo en Madrid y la otra mitad en Buenos Aires, se haya hecho estas mismas preguntas cuando vio el Informe Robinson, un documental hecho por españoles que da cuenta de la historia y la leyenda del crack. Pero es más factible que por encima de todo se haya preguntado: ¿Se podrá hacer con la excusa del Trinche una obra que hable de la esencia del fútbol, del juego, de los factores de poder que lo envuelven? ¿Se podrá jugar sobre el escenario con la frescura con la que se supone que lo hacía el Trinche? ¿Se podrá meter en el mismo equipo a Baruch Spinoza y Rojitas, a Menotti y a Kant, a Borges, Giácomo Puccini, Lacan, los Beatles y al Trinche Carlovich? ¿Se puede hacer girar el amor, la muerte, el suicidio, el alcohol y la vida misma en torno del pique de la pelota?
La resspuesta se comprueba viendo “El Trinche, el mejor jugador del Mundo”, los viernes que quedan de abril y los de mayo a las 20, en el Centro Cultural de la Cooperación.
La obra llegó a la Avenida Corrientes después de haber pasado exitosamente por distintas ciudades españolas y por Rosario, la ciudad natal del Trinche, especialmente invitado a una de las representaciones. “A mis setenta y pico de años descubrí algunas cosas mías que yo desconocía. No se si serán ciertas, pero bien podrían haber sido así”, dijo el hombre, después de ver parte de su historia reflejada en la excelente actuación de Claudio Garófalo, que conmueve con su desempeño y con su canto lírico.
Al Trinche lo acompaña en el escenario un periodista deportivo (fenomenal trabajo de Lucas Ranzani), que se instala en su casa para convencerlo de un gran homenaje en el que se develan todos los misterios del crack que nunca fue tapa de El Gráfico. Y desde el comienzo, con la entonación del himno, Eines y el Trinche bajan línea “Sí, es mi país, pero no necesito gritárselo a otros; parece que le escupimos el himno al de enfrente/ No me querrás convencer de que jugar al fútbol tiene que ser un servicio a la patria/ No hay que amar una camiseta; eso hace que uno ame el resultado y no el juego. Las camisetas son de distinto color para no confundirse y saber a quién hay que pasarle la pelota”.
Otra escena que podría considerarse clave en la obra es cuando el periodista y el futbolista repasan la historia de un no-gol, una jugada que los refutadotes de leyenda dicen que nunca existió en la que Carlovich, después de gambetear al arquero rival, se para sobre la línea de gol, pero evita mandar la pelota a la red.
El diálogo entonces se hace luminoso:
–Trinche: ¿Para qué servía ya meter el gol? Ya era gol. La pisé y me volví para atrás.
–Periodista: ¿Y se extraña que quisieran pegarle hasta sus compañeros?
–Trinche: Ya era gol; me paro con la pelota debajo de mi pie izquierdo, la aguanto y no la empujo. ¿Y qué? ¿Es gol o no es gol? Si me obligan, es gol; pero si yo tomo la decisión es gol para mí, aunque no suba al marcador. No acepto las reglas que me digan cuando es gol… Yo soy la regla que decide. Yo soy el gol. Y no soy diferente si la pelota entra o no entra.
Más adelante el periodista reflexiona: “O sea, usted dice que el gol es el juego y el juego es una manera de ser. Que hay que decidir entre jugar o vender; jugar o venderse. En el fútbol, en la vida, en todo…
–Sí, pibe, entendiste todo –responde lacónico el jugador.
A esta altura los límites de realidad y fantasía en la verdadera historia del Trinche son una anécdota menor.