Buena parte de ese verano la pasé leyendo a Pavese. De esas lecturas me quedaron, entre varias otras cosas, una geografía y un clima. Una geografía: la de los pueblos entre colinas, a mitad de camino entre la urbanidad y lo agreste, entre la posibilidad y la imposibilidad de perderse entre los demás. Y un clima: el del mucho calor, y el modo en que ciertas cosas pasan solamente cuando hace mucho calor, o solamente porque lo hace (los insomnios del verano, por ejemplo, que no se parecen a nada).
Me interesa, porque la conozco bien, la manera en que el dejado se pone a forjar esperanzas. Contra toda razón y contra toda evidencia, se ilusiona porque sí y se inventa motivos de espera. El desamor es obvio para todos, excepto para él, que sueña regresos. Una novela, Bahía Blanca, surgió hace un tiempo de ese interés. “La desvelada” también, de otra forma, como cuento.