PáginaI12 en Francia
Desde París
Una noche inmortal de fuego y laceración en el corazón de un país. Lo que había adquirido el estatuto de inmortal a lo largo de los siglos se desvaneció en un par de horas con el incendio que destruyó buena parte de la catedral de Notre Dame. El edificio evitó el derrumbe completo por apenas media hora gracias a la intervención de los bomberos que ingresaron “a las torres para apagar el fuego desde adentro”, según preciso un responsable del ministerio francés de Interior, Laurent Nuñez. Los expertos calculan hoy que el precio de la restauración se elevaría entre 600 millones de euros y mil millones. Uno de los especialistas, Jean-Jacques Aillagon, se pregunta en las páginas del semanario Le Nouvel Observateur cómo se conseguirán “los medios necesarios para reunir esta suma rápidamente”. Un célebre arquitecto francés, Paul Chemetov, calcula que harán falta “entre diez y 20 años” de trabajos para levantarla de nuevo. En un discurso televisado, el presidente francés, Emmanuel Macron, prometió anoche que será reconstruida “en cinco años”. También anoche, una vigilia frente a la catedral congregó a decenas de miles de personas.
El incendio suscitó un desconsuelo tan profundo como un impulso de solidaridad extraordinario. Entre las promesas de donaciones que hizo la gente común, el dinero prometido por los bancos, las empresas del país, las multinacionales y las grandes fortunas se llegaba ayer a la suma de 800 millones de euros en recaudaciones.
Hay, también, un balance bastante preciso de los daños globales, de lo que se protegió y lo que quedó parcialmente afectado. El altar central está intacto a medias, los cuadros de los siglos XVI y XVII (los Mays) que estaban sobre las paredes de la gran nave no se incendiaron pero fueron alcanzados por el agua, las tres puertas centrales de la fachada occidental se salvaron: el Portal de la Virgen que traza el episodio de la muerte de María, su ascenso al Paraíso y su coronamiento como reina del Cielo, el Portal del Juicio (año 1220) y el Portal de Santa Ana (año 1200). Aún no se sabe sin embargo si los tres gigantescos vitrales de Notre-Dame (rosetones) construidos en el siglo XIII podrán recuperarse. El enorme órgano terminado en el siglo XVIII, sus cinco teclados y sus 8000 tubos está aún en un estado incierto, en espera de una evaluación final. En cambio, la flecha central (año 1250) y el llamado Bosque, es decir, todo el techado (el armazón) que data 1160-1170 y que estaba considerado como una obra maestra de la arquitectura medieval, fue consumido por las llamas. Gracias a una cadena humana que se armó en medio de la catástrofe pudieron protegerse varias piezas del tesoro de Notre Dame: la Túnica de San Luis, La Corona, un fragmento de la Cruz del Calvario, los clavos que se usaron para clavar a Cristo, las dos torres principales del edificio y las campanas. Allí debieron estar las 16 estatuas de cobre que representan a los 12 apóstoles y a los evangelistas, pero esquivaron al fuego porque habían sido desmontadas hace unos días.
El motivo central del incendio sigue siendo el adelantado por los bomberos la noche del incendio. Se trata de los trabajos de restauración que se estaban llevando a cabo en la aguja. La fiscalía de París aclaró también que no existían hasta ahora “indicios” de que se haya prendido de manera intencional. De todas formas, el fiscal Rémi Heitz puntualizó que se trató de “una destrucción involuntaria” y advirtió que la investigación sería “larga y compleja”. Los principales testigos son hasta el momento las 15 personas que se encontraban en la catedral cuando estalló el incendio. El origen del incendio es en realidad un misterio. Según afirmó el director de la empresa encargada de la restauración, Julien Le Bras, no sólo las “normas de seguridad fueron respetadas” sino que, además, reiteró que “cuando se declaró el incendio no había ninguno de mis empleados en el lugar”.
Ayer, a las 18.50 de la tarde, las campanas de todas las iglesias de Francia sonaron al unísono en homenaje a la catedral devastada.
Por la mañana, de lejos o de cerca, el paisaje en torno a la catedral de Notre Dame era desolador. Como la víspera, miles y miles de personas estacionaban en los puentes y en la orilla del Sena incrédulos ante lo que se asemejaba a un esqueleto calcinado al que le faltaba su cabeza, su alma. “Hay un agujero en mi corazón y otro en el cielo de París”, comentaba a PáginaI12 una vecina de la Torre. La mujer, de unos 60 años, admite que nunca fue practicante pero que la catedral “era como un pájaro hermoso que siempre estaba posado más allá de mi ventana”.
En el puente de Arcole, los vecinos, los turistas, los parisinos de otros barrios, católicos, ateos, musulmanes o budistas se mezclaban en un mismo lamento. Una voz común emergía de esa multitud: “es como si hubiésemos perdido a una madre”.
Hay una suerte de sensación misteriosa que sopla su aliento entre esta multitud apenada y silenciosa. Todos parecen ver a Notre Dame no como un edificio o una reliquia arquitectónica, no como un montón de piedras sabiamente diseñadas por una Iglesia en su momento más influyente de la historia, sino como un ser, como una persona humana, como un sujeto histórico en carne y hueso. “Era la madre de París, la nave terrestre que nos insinuaba una resonancia inmortal con el cielo, que nos transmitía la intuición de que algunas cosas humanas pueden ser eternas y unir a las personas sin importar en lo que crean”, dice Stephanie, una monja que vino a la mañana en tren desde una diócesis de los suburbios.
La gente va y viene, incluso los muy jóvenes. Se detienen en los puentes, observan y piensan. Parecen conectados con la catedral, más allá de su fe o su indiferencia. La vida humana es efímera. Las piedras también. Como escribió el padre Laurent Lemoine en el diario Libération: “Esas piedras hablan de nosotros”. Notre Dame no sería lo que es sin la extraordinaria potencia narrativa de Victor Hugo, quien la extrajo de las manos de la Iglesia para que el pueblo se la apropiara. En esa novela (Notre-Dame de París), Hugo escribe: “Sobre la fachada de este vieja reina de nuestras catedrales, al lado de una arruga siempre encontramos una cicatriz. Tempus edax, homo edacior. Lo que yo traduciría así: el tiempo es ciego, el hombre es estúpido”.