El cáncer de piel se desencadena a partir de un proceso que altera el crecimiento y los mecanismos normales de renovación celular. De este modo, se desarrollan nuevas células cuando no son necesarias, mientras que las viejas no mueren. Así, con el tiempo, conforman un tumor que cuando circula y se expande hacia otras regiones del cuerpo originan la metástasis. Según el Ministerio de Salud de Argentina, uno de cada tres casos emergentes corresponde a cáncer de piel. De todos los tipos, el melanoma es el más agresivo porque suele diseminarse en órganos vitales. En esta línea, la investigadora Romina Girotti coloca manos a la obra con el objetivo de diseñar drogas y tratamientos para combatirlo. Sus experimentos aún continúan en instituciones de Inglaterra, pero ella tomó sus valijas e instaló su laboratorio en Buenos Aires. El año pasado recibió tres premios internacionales y desde 2017 forma parte del prestigioso equipo de Gabriel Rabinovich en el Instituto de Biología y Medicina Experimental (Ibyme).
–¿Por qué investiga el melanoma?
–Simplemente por mera casualidad. Cuando ingresé en el laboratorio de Osvaldo Podhajcer, en el Instituto Leloir, investigaban la estructura y las funciones de la proteína sparc en el modelo melanoma, así que me acoplé en esa línea. Se trata de un tipo mortal de cáncer de piel, que se desarrolla por dos factores preponderantes: la exposición de los individuos a la radiación de rayos ultravioletas y, por otra parte, la susceptibilidad genética, es decir, la predisposición de ciertos grupos a ser afectados, entre los que se destacan los jóvenes con pecas, de piel blanca y ojos claros.
–Ya que se trata de un cáncer muy agresivo, ¿cómo se trata?
–El 80 por ciento se cura en forma temprana por recepción quirúrgica, por eso el problema es el 20 por ciento restante. Se trata de pacientes que llegan a la clínica con metástasis en el hígado y con una sobrevida de seis meses. Desde el instante en que se diagnostica la metástasis, tan solo un 5 por ciento sobrevive más allá de los cinco años.
–Las primeras investigaciones sobre melanoma se publicaron durante las décadas del 60 y 70. ¿En qué medida los aportes recientes contribuyeron al respecto?
–Durante muchos años, el melanoma se consideró una enfermedad que no podía ser tratada y se suponía incurable. Todo se modificó recién en el 2010 con el desarrollo de dos áreas de tratamiento del cáncer: las terapias dirigidas (aquellas que buscan inhibir directamente las proteínas que provocan la división celular en forma descontrolada), y por otro lado, las inmunoterapias (que estimulan las defensas naturales del cuerpo). En ese entonces, por primera vez, se produjo un cambio cuantitativo en el campo de lo que se denomina Progresión Libre de Enfermedad (tiempo que vive un individuo sin contraer la enfermedad hasta que vuelve a relapsar) en pacientes con melanoma.
–En síntesis, lo que transformó de modo drástico el panorama fue la comprensión de las bases moleculares y las nuevas áreas de tratamiento. Sin embargo, el asunto radica en que los pacientes desarrollan mecanismos de resistencia ante las terapias dirigidas. En este marco, ¿cómo participan sus investigaciones?
–Exacto. Nosotros observábamos que los pacientes respondían a las terapias por seis meses y luego se tornaban resistentes. Así generamos nuevas drogas que, en la actualidad, se encuentran en fase de desarrollo clínico. Al mismo tiempo, sabemos que existe un 50 por ciento de enfermos con melanoma que no responde a las inmunoterapias, así que investigamos qué ocurre con ellos durante el proceso de tratamiento. Cada tumor posee características intrínsecas que difieren entre las personas, así que las incógnitas son múltiples.
–Recién mencionaba que el desarrollo de sus drogas se encuentra en fase clínica. ¿Podría contar más al respecto?
–Los ensayos fase 1 requieren de pruebas en 70 pacientes, durante 2 y 3 años. El objetivo es demostrar la eficacia de nuestros tratamientos experimentales para inhibir melanomas resistentes. Incluimos el empleo de moléculas conocidas como “inhibidores panRAF” que bloquean proteínas –asociadas a mutaciones del gen BRAF– que promueven el crecimiento del tumor. La expectativa es, a corto plazo, ofrecer una alternativa terapéutica a pacientes que resisten los fármacos convencionales (vemurafenib y dabrafenib). Son nuevas drogas que podrán funcionar como segunda línea y apuntan a extender la sobrevida de los pacientes.
–En esta etapa, es importante comprobar que las drogas que usted diseñó no son tóxicas.
–Exacto. Intentamos establecer la seguridad y la tolerabilidad de la droga. Las pruebas se desarrollan en dos centros de Inglaterra, y los voluntarios son notificados acerca de todas las complejidades del caso.
–¿Por ejemplo?
–Les comunicamos que nunca se suministró en humanos y que se desconocen sus efectos adversos. Según cada caso, los individuos aceptan el tratamiento o prefieren abandonar las terapias para vivir los últimos meses sin la presencia de médicos, hospitales y drogas.
–No hay juicio moral sobre las decisiones de cada quien...
–Por supuesto que no. Son decisiones personales que dependen de cada individuo, están los que reaccionan con tristeza y depresión, como también los que presentan fortaleza y entusiasmo para luchar y seguir adelante. Fui testigo de hechos muy particulares.
–Adelante, cuénteme alguno.
–En Inglaterra conocí a una mujer que había sido diagnosticada con melanoma metastásico. Tras meses de inmunoterapia (que posee efectos adversos como diarreas y colitis agudas) decidió dejar el tratamiento y aprovechar sus últimos meses de vida para viajar. Sin embargo, para la sorpresa de todos, luego de un año regresó al hospital. Nos pusimos muy contentos porque los pronósticos médicos habían fallado y continuaba con vida, aunque no tenía trabajo ni ahorros, ya que había empeñado todo en disfrutar sus últimos instantes.
–Una tragicomedia. ¿Cómo se explica?
–La droga continuó con sus efectos, incluso después de que la mujer abandonara el tratamiento.
–No obstante la diversidad de casos, cualquier terapia frente al cáncer implica muchos esfuerzos familiares y la ejecución de procedimientos tan específicos como costosos. ¿Qué piensa al respecto desde su perspectiva científica?
–En general, todo marcha bien mientras los tratamientos son sostenidos por las empresas farmacéuticas que buscan comprobar la efectividad de los compuestos. En esa etapa de pruebas no suele haber inconvenientes monetarios porque los gastos son solventados por los grupos privados. Sin embargo, cuando los ensayos clínicos terminan, la posibilidad de acceso para el resto de la población de enfermos es reducida. Por ejemplo, en Inglaterra, cada paciente necesita unos 100 mil dólares mensuales para cubrir su salud. Este es un tema que involucra a una multiplicidad de actores. Desde mi perspectiva como científica, por el momento, me preocupo en aplicar todo lo que sé cuánto antes porque los pacientes necesitan las drogas de modo urgente.