La dupla Nicolás Dujovne (Hacienda y Finanzas)-Guido Sandleris (Banco Central) acordó con los técnicos del FMI una nueva alteración del programa económico electoral financiado por el organismo multilateral. Los valores del piso y el techo de la zona de intervención cambiaria se congelarán hasta fin de año. O sea, el tipo de cambio se moverá entre 39,75 y 51,45 pesos. Se fija el techo de la banda como un intento de frenar el proceso de aceleración de la tasa de inflación; no que no haya una inflación elevada, sino que no siga subiendo aún más desde los peores niveles desde 1991. Esta es la limosna que consiguió Dujovne mendigando clemencia a David Lipton, el número dos del FMI y representante de Estados Unidos, el hombre fuerte de esa tecnoburocracia de Washington. Una nueva muestra del compromiso electoral con la Alianza Cambiemos del FMI–Estados Unidos. Y otro fiasco de la ultra ortodoxia monetarista, tanto la que habita el Ministerio de Hacienda y el Banco Central, como la dominante en la academia y en el espacio público. ¿Qué pasó que el ajuste fiscal y monetario no frenó la inflación? Es tiempo de empezar a archivar los libros con sus recetas regresivas y, más importante, que dejen de confundir a la sociedad acerca de los motores de la inflación.
El tipo de cambio estará fijo en esos límites inferior y superior de cotizaciones. Si se gatilla una corrida, como prevén analistas de la city a medida que se acercan las fechas de las elecciones, momento que se precipita la habitual dolarización de activos, el Banco Central deberá defender ese techo. El recorrido hacia ese máximo desde el último cierre de la cotización en el segmento mayorista (42,39 pesos) es de 21,4 por ciento. Este sería lo máximo que el gobierno aceptaría ajustar el tipo de cambio hasta fin de año. Esto es en teoría, en un nuevo intento de domar a las fieras del mercado invitándolos a que se lancen a una nueva bicicleta financiera (carry trade), por lo menos hasta diciembre. Habrá que ver si los 60 millones de dólares que Hacienda rifará en el mercado financiero diariamente hasta totalizar 9600 millones, los 150 millones de dólares diarios que liquidará el Banco Central y los dólares que aportará el complejo agroexportador serán suficientes para satisfacer el ciclo de dolarización electoral. La apuesta oficial es que el negocio con la tasa de interés en pesos (la codicia) sea superior a la expectativa de devaluación (el temor).
Además de fijar el techo de la banda cambiaria, el gobierno anuncia el congelamiento de precios de productos básicos de la canasta de consumo de los hogares. En otras circunstancias, esas medidas se podrían definir como parte de una estrategia heterodoxa, con el convencimiento de que el mercado no es el mejor asignador de los recursos y que resulta importante la intervención del Estado para compensar desequilibrios y ganar espacios de estabilidad. Pero en este caso, esas medidas sólo reflejan desesperación de un gobierno en descomposición, con un persistente retroceso en la consideración social del presidente Macri y de la marca electoral Cambiemos.
El objetivo oficial es llegar con oxígeno a las elecciones PASO, en agosto, y a la primera vuelta, en octubre. Estas iniciativas junto a las que informará Macri, en el frente turbulento de las tarifas (plana y en cuotas) y en el de créditos (la caja de la Anses financiará préstamos a jubilados y titulares de AUH) forman parte de la estrategia electoral de la alianza macrismo-radicalismo.
Este manotazo de ahogado convoca a realizar paralelismos con otros momentos críticos de la economía argentina, como el Plan Primavera o el fin de la Convertibilidad, que también tuvo a economistas radicales en la gestión de gobierno. Hoy son los discípulos de aquellos en la administración Cambiemos que fijan el tipo de cambio con deuda externa para intentar estabilizar la economía. ¿Qué puede salir mal?