No cambió mucho la esencia de aquel muchacho criado en Adrogué cuando se transformó en un hombre maduro, padre y actor reconocido. No mucho. Al menos, la manera de vivir la vida que tiene Joaquín Furriel permite entender que si bien eligió una profesión en la que es casi imposible evitar la exposición, sigue manteniendo su mundo privado lo más alejado posible de las cámaras. Y también continúa viajando en busca de naturaleza con los mismos amigos del barrio que conoció en su juventud. Egresado del Conservatorio de Arte Dramático, Furriel decidió no ser uno más de la troupe de Montaña rusa cuando se inició en el mundo de la actuación televisiva: aunque parecía que pintaba solamente para galancito –al menos así lo nombraban los medios de chismes–, el actor construyó una trayectoria que ya tiene más de dos décadas. Desde su primer protagónico en la pantalla grande, Un paraíso para los malditos, de Alejandro Montiel, estrenada en 2013, Furriel es requerido cada vez con mayor frecuencia por los realizadores de cine. El llamado más reciente provino de Sebastián Schindel, esta vez para un thriller psicológico: El hijo. El film se estrenará el jueves 2 de mayo. Paralelamente, desde hace unos días Furriel sube al escenario de la Sala Martín Coronado del Teatro San Martín para protagonizar Hamlet, con dirección de Rubén Szuchmacher.
A los ojos de los demás, el personaje de Furriel en El hijo tiene un problema psicológico y debe afrontar una situación extenuante. El actor encarna a Lorenzo, un bohemio pintor de unos 50 años que se encuentra ansioso por la llegada del hijo que tendrá con su nueva esposa. Durante el embarazo, ella se obsesiona con el cuidado del bebé y decide tenerlo en su propia casa con una partera. Una vez que nace el niño, la mujer se vuelve muy rígida y estricta con la forma en que desarrolla su maternidad, y Lorenzo comienza a sentirse aislado y oprimido por su mujer y la partera. La atmósfera familiar empeora progresivamente, y su hogar se vuelve completamente hostil para la crianza de su hijo. Al mismo tiempo, su relación con su mujer entra en zonas oscuras hacia un vínculo peligroso.
El film es una adaptación de la novela Una madre protectora, del escritor argentino Guillermo Martínez. Ese fue uno de los motivos por los que Furriel decidió participar en la película: “La literatura de Guillermo tiene esos condimentos con los que siempre asfixia la atmósfera de lo que está pasando”, comenta el actor en la entrevista con PáginaI12. También, antes de leer el guión, influyó en la aceptación del protagónico que se lo ofreció Sebastián Schindel, quien ya había dirigido a Furriel en El patrón: radiografía de un crimen, “una película muy difícil, por un lado, pero por otro con resultados muy felices para los dos”, reconoce el actor. “Cuando leí el guión, quería que me gustara, quería estar realmente adentro de la película. Y me pareció muy interesante la posibilidad de estar en un thriller psicológico puro y duro. Nunca transité uno de una manera tan directa. Nunca estuve en una película tan de género, de thriller psicológico como El hijo”, admite.
–¿Esta película te hizo reflexionar sobre tu condición de padre?
–No tanto. Quizá la reflexión vino más por el lado de la edad. Lorenzo, que es más grande que yo, es un tipo que está cerca de los 50. Tiene un gran problema y es que, en su momento exitoso, por llamarlo de alguna manera, desoyó a su familia, no les dio bola a sus hijas, perdió la tenencia de las hijas, la exmujer se fue a vivir a Canadá. Y eso no se recuperó. Ellas nunca más quisieron verlo porque él no quiso verlas, y esta especie de revancha que él tiene en la vida termina transformándose en algo absolutamente inesperado. No me llevó a pensar tanto en la paternidad. Sí en qué difícil debe ser para un artista (Lorenzo es artista visual) ver que su obra ya quedó como un evento de otra época. En otros trabajos, uno puede darse cuenta de que crece en experiencia, por un lado, y, por el otro, también crece en su vida. Pero cuando Lorenzo viene pintando más o menos lo mismo, de repente se da cuenta de que tiene que hacer un cambio en su manera de pintar, con otra estética, con otro abordaje, porque si no se queda afuera del sistema.
–Pero, ¿le aportaste algo de los miedos típicos que tienen los padres frente un hijo recién nacido o tampoco?
–No, en ese sentido es como si las situaciones ocurrieran en el momento en que las estoy actuando. Lo mismo me pasó en El jardín de bronce, donde un padre está buscando a su hija de manera desesperada cuando desaparece cuatro años. No hago un vínculo directo con mi vida.
–Algunos de tus personajes en la pantalla grande fueron bastante oscuros, aunque éste lucha por la verdad y parece un poco más luminoso que otros que te tocó interpretar. ¿Te conectaste de otra manera para componerlo?
–Sentí que en este caso era muy importante tener un diálogo muy directo con Sebastián (Schindel) para poder encontrar cómo Lorenzo ve todo el tiempo la realidad, cómo se le va distorsionando la realidad.
–¿Qué harías si crees en una verdad y todos creen que estás loco?
–No quiero ni pensarlo. Debe ser una de las peores pesadillas que uno puede tener. Ver que todo lo que te rodea dice otra cosa de lo que pensás... no quiero ni imaginarlo.
–¿El punto en común entre El patrón: radiografía de un crimen y El hijo, ambas de Schindel, tiene que ver con que tus personajes están al límite?
–Me cuesta compararlos porque El patrón es una película de un híper realismo social y El hijo es un thriller psicológico, un film de un género totalmente diferente. Pero podría decir que los dos, de alguna manera, conviven en encierros que son muy perturbadores.
–Esta ficción, además del tema de la paternidad, aborda el tema de la sobreprotección de un hijo. ¿Cómo crees que se puede evitar esa sensación con un hijo recién nacido?
–Guillermo Martínez dijo algo que me resultó muy interesante: hay veces en que las madres tienen una tendencia a la sobreprotección extrema en el nacimiento o todo lo opuesto, una desconexión total con el recién nacido; pero que socialmente está permitida y más aceptada la sobreprotección. Lo otro está más cuestionado; la sobreprotección no, así sea de una manera tan extrema que pueda resultar perturbadora.
–Hay una importante marca actoral tuya en el personaje, en expresar su conflicto interior. ¿Cómo se trabaja el misterio de un personaje?
–Para que pueda existir la palabra “misterio”, justamente lo que hay que hacer es no ponerle muchas palabras para el espectador, dejar que el espectador se acerque a uno y no ir a buscarlo uno tratando de resolver todo. No opinar, no graficar. Tengo muy claro lo que estoy haciendo en cada momento, lo que el personaje está pensando, cómo reacciona en las situaciones que le tocan vivir y la atmósfera en la que tiene que estar. Yo trabajo ahí. Ahora, eso en el momento de los planos está, en el momento de las escenas, pero no está a tal punto que uno pueda decir “Esto es blanco, esto es negro, esto es gris”. No. Me gusta dejar todo un espacio que debe ser interpretado por el espectador. Esto es por mi gusto como espectador. Me gustan mucho los actores que me invitan a ir hacia ellos más que los que se me vienen encima y que son quizá muy potentes, muy poderosos, pero terminan dejándome en una zona muy pasiva como espectador.
–¿Te interesan más historias dramáticas que las comedias?
–No lo sé. Podría decir que no. Lo que pasa es que me llegan muchas más historias dramáticas y estoy acostumbrado a interpretarlas. Por ejemplo, lo que me está pasando con Hamlet es que tiene tanta carga de dramatismo como de comicidad ese personaje.
–Ya que lo mencionás, ¿qué sensaciones te produce volver al Teatro San Martín, después de unos años en donde trabajaste con una figura como Alfredo Alcón?
–Por un lado, extraño su presencia y, por otro, siento mucha felicidad de poder compartir con toda la gente del Teatro San Martín –que yo quiero y estimo mucho– el gran amor que todos le tenemos a Alfredo. De alguna manera, cada noche es tratar de homenajearlo haciendo lo mejor que podemos hacer –más allá de lo que le parezca al público– desde nuestro lugar estas obras que Alfredo hizo, como Hamlet, o todo lo que Alfredo le dio al Teatro San Martín. Dentro de todo eso, aportar mi partecita me da mucha satisfacción. Lo extraño, pero al mismo tiempo Alfredo tuvo la vida que tuvo y la disfrutó muchísimo.
–¿Fue importante para aceptar este trabajo que lo dirija Szuchmacher, quien fue el director de Rey Lear, la obra que trabajaste con Alcón?
–En realidad, Hamlet era un proyecto que teníamos con Rubén. Hace cuatro años, después del accidente cerebrovascular que tuve, tomamos con un café con Rubén, y él me dijo que quería dirigir Hamlet, que para él primero tenía que estar el actor y después la obra, y que era mi momento para hacerlo. A partir de ahí, empezamos a reunirnos, y nos dimos cuenta de que teníamos el deseo de trabajar juntos y hacer esta experiencia juntos. Finalmente, cuatro años después de ese encuentro, estamos disfrutando cada noche. Ni en el mejor de mis sueños hubiera imaginado que pasaría con la obra lo que está pasando: una sala de mil espectadores con entradas agotadas. Es una fiesta cada noche.
–¿Cómo se le puede imprimir un sello personal a un personaje tantas veces interpretado?
–Es que justamente se trata de eso... Es paradójico lo que pasa con Hamlet, porque la gente dice que es el Hamlet de Kenneth Branagh, o el Hamlet que hizo Alcón, o tal o cual. Es como si después de Hamlet viniera el actor que lo interpretó. Con los pros y los contra que pueda tener, el que estoy haciendo yo, lo hago yo. Ya es mi Hamlet. Así que eso lo trabajamos mucho con Rubén y soy consciente de esa hermosa responsabilidad que significa hacer esta obra. Entiendo lo que sucede con este personaje, me hago cargo. Y cada noche, cuando me subo al escenario de la Sala Martín Coronado, digo: “Bueno, éste es el mío. Al que le gusta, bien, y al que no, también”. Porque, en definitiva, se trata de un juego de subjetividades.
–¿Qué vigencia tiene una obra clásica como Hamlet en el mundo actual?
–En principio, la posibilidad de que una persona se corra y empiece a pensar sobre la realidad de lo que está pasando siempre es saludable. Y creo que la contemporaneidad que tiene la obra es justamente por eso. Seguimos viviendo un tiempo en el que hay mucha polarización, mucha visceralidad y poco pensamiento.
–¿Preferís los personajes con los que te sentís identificado o los que están a una distancia importante de tu manera de ver la vida?
–A la hora de trabajar, me reconozco como una persona muy ecléctica, pero no ecléctica como una virtud sino que no me quedó otra, porque no pude especializarme en nada. Me gustan tantas cosas... Entonces, no tengo respuesta para esa pregunta.
–Por tu formación en el Conservatorio Dramático, se supone que sos de estudiar mucho los personajes. ¿Qué lugar le otorgás a la intuición?
–La intuición es parte del trabajo. No hay trabajo sin intuición. No es que uno prepara un personaje como si tuviera una fórmula. La intuición es todo. Leí muchos ensayos sobre Hamlet y vi muchas versiones. Hasta vi Buster Keaton... Vi gestualidades de Buster Keaton. De todos, te quedás con un gesto, una idea, una impresión que tuviste. Y a esa impresión, la agarrás y la transformás en intuición, pero hay que trabajar mucho para que la intuición tenga una guía. En mi caso, nunca funcionó la intuición sola para nada. Es la intuición dentro de un contexto metódico.